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– La historia de él no está mal. La de ella apesta.

– La mayoría de los cónyuges confían el uno en el otro. ¿No confiaste en Kate en Tanzania? -repuso el señor Nash.

– Ted, si vuelves a mencionar otra vez el nombre de Kate, te meteré la pistola por el culo, la culata primero.

Sonrió pero no dijo nada. ¿Por qué me provocaba ese tío?

Volviendo al tema que nos ocupaba, Ted dijo:

– Regresaron a sus respectivos hogares en sus coches, luego pasaron el resto de la velada con sus cónyuges, mirando por televisión las noticias del desastre.

– Debió de ser una velada hogareña muy interesante -comenté.

– Eso es todo. Como sospechó y supuso mucha gente, había una pareja en la playa, estaban teniendo una aventura y grabaron inadvertidamente el accidente con su cámara de vídeo. Pero no había ningún cañón humeante, ningún cohete humeante.

– Eso es lo que tú me dices que ellos te contaron.

– Bueno, obviamente les pedí que se sometieran a la prueba del polígrafo, y ambos la superaron perfectamente.

– Genial. Entonces también necesito ver los resultados del polígrafo además de sus declaraciones escritas o grabadas antes de hablar con ellos.

A Ted, que era de la CIA, evidentemente no le gustaba tratar con un detective de la policía, porque los detectives quieren establecer una cadena de pruebas, mientras que la CIA trata con abstracciones, conjeturas y análisis, los principales ingredientes de las mentiras.

Ted me lo explicó con mucha paciencia.

– Ambos dijeron toda la verdad acerca de sus actividades sexuales en la playa, y aquí es donde uno esperaría encontrar algunas mentiras en el polígrafo porque la gente se siente avergonzada, pero ellos nos dijeron exactamente lo que había sucedido en la playa. Luego, cuando les preguntamos qué habían visto con sus propios ojos en la playa, y después en la cinta de vídeo, nuevamente fueron sinceros. Ninguna estela de luz. Las sesiones del polígrafo fueron casi tan aclaratorias como si hubiéramos tenido la cinta.

Yo no le creía, pero le dije:

– De acuerdo. Supongo que eso es todo.

Pero Nash me conocía demasiado bien de la época en que estaba vivo la primera vez y me dijo:

– No creo que estés convencido.

– Lo estoy. Por cierto, ¿cómo encontrasteis a esa pareja?

– Fue mucho más sencillo de lo que está siendo para ti -contestó-. En una ocasión, al hombre le habían tomado las huellas digitales para un trabajo, y teníamos sus huellas en la botella y en la copa. Las introdujimos en el banco de datos del FBI y el lunes por la mañana lo llamamos a su despacho. Él, a su vez, nos proporcionó el nombre de su amante.

– Eso fue fácil. Esperaba que hubierais tomado sus huellas de la tarjeta de registro en el Bayview.

– En realidad… no, no lo hicimos. Pero no estábamos tratando de construir un caso criminal contra él.

– La destrucción de pruebas es un delito, al menos la última vez que lo comprobé.

– No hubo ningún delito cometido contra el vuelo 800 de la TWA, de modo que la prueba no era… La cuestión es que esa pareja sencillamente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. No vieron nada que otros doscientos testigos no hubieran visto, y la cinta de vídeo que grabaron no contenía nada que pudiese interesar a la CIA o al FBI. El polígrafo confirma ese extremo. -Y entonces añadió-: Les interrogué exhaustivamente, y otros también lo hicieron, entre ellos tu colega del FBI, Liam Griffith. Todo el mundo coincide en que ambos dicen la verdad. Puedes hablar con Liam Griffith y él te confirmará lo que te estoy diciendo.

– Estoy seguro de que lo hará. Pero estaré seguro después de que yo haya interrogado a la pareja. ¿Tienes papel y bolígrafo?

– No puedes hablar con ellos.

– ¿Por qué no?

– Les prometimos anonimato permanente a cambio de su cooperación.

– Muy bien, yo haré lo mismo.

Ted Nash parecía estar pensando, probablemente en las instrucciones que había recibido sobre mi persona.

– Esto es muy simple, Ted -le dije-. Tú me dices los nombres, yo voy a verlos, hablo con ellos, y resolvemos este asunto de una vez y para siempre. ¿Cuál es el problema?

– Necesitaré autorización para eso.

– De acuerdo. Llámame mañana a mi teléfono móvil. Deja un mensaje.

– Podría necesitar hasta el lunes.

– Entonces reunámonos el lunes.

– Ya te diré algo.

Buscó el paquete de cigarrillos en el bolsillo de la sudadera, se dio cuenta de que estaban mojados y decidió no fumar.

– Por eso te quedaste sin aliento. El tabaco puede matarte.

– ¿Cómo está tu mandíbula?

– Bien. La mojé en agua salada junto con tu cabeza.

– Mi rodilla en tu entrepierna no pareció golpear nada.

Ted era bastante bueno, pero yo soy mejor.

– Creo que era el forro protector mojado de tus bragas lo que te hundía en el mar.

– Que te jodan.

Eso era divertido, pero no productivo. Decidí cambiar de tema.

– Llámame al móvil y concertaremos un encuentro, pero esta vez en un lugar público. Yo escojo el lugar. Puedes llevar compañía si lo deseas. Pero quiero los nombres de esa pareja antes de que nos saludemos.

Nash me miró.

– Prepárate para responder tú a algunas preguntas, o lo único que sacarás de esa reunión será una citación federal -dijo-. No tienes el poder que crees tener, Corey. No tenemos nada que ocultar porque en este asunto no hay nada más que lo que acabo de contarte. Y te diré algo que seguramente ya habrás deducido, si hubiese algo que ocultar, tú ya estarías muerto.

– Me estás amenazando otra vez. Deja que yo te diga algo a ti. No importa cómo acabe este caso, tú y yo vamos a encontrarnos una última vez.

– Lo espero fervientemente.

– No tanto como yo. -Extendió su mano otra vez, pero no estábamos lo bastante cerca para estrecharlas, de modo que supuse que quería que le devolviese la pistola-. ¿Acabas de amenazarme de muerte y ahora quieres que te devuelva tu arma? ¿Qué es lo que me estoy perdiendo aquí?

– Ya te lo he dicho, si hubiese necesitado matarte, ya estarías muerto. Pero puesto que, obviamente, crees lo que te he contado, no necesito matarte. Pero sí necesito que me devuelvas la pistola.

– De acuerdo, pero ¿prometes que no me apuntarás y me obligarás a que te diga todo lo que sé sobre este caso?

– Lo prometo.

– ¿Lo juras?

– Devuélveme la jodida pistola.

Saqué la Glock de la cintura del bañador y la arrojé a la arena. Me quedé con el cargador.

– La próxima vez que nos veamos, llevaré mi arma.

Me volví y me alejé.

– Cuando te encuentres con Kate en el aeropuerto, no olvides decirle que estoy vivo y que la llamaré -gritó Nash.

Ted Nash necesitaba que lo moliese a palos, allí mismo, pero yo quería tener esa reunión que tanto ansiaba.

CAPÍTULO 42

Me sentía mucho menos paranoico ahora que había descubierto que realmente había gente que me estaba siguiendo y quería matarme. Era un alivio.

Estaba en la autopista de Long Island, conduciendo mi Ford Taurus alquilado, y eran las diez y cinco de la noche del sábado. Había sintonizado la radio en una FM local donde estaban pasando algo de Billy Joel y Harry Chapín, mientras el maníaco pinchadiscos seguía informando a la audiencia de que ambos eran de Long Island. También lo eran Joey Burrafucco y el asesino en serie Joel Rufkin, pero el pinchadiscos no dijo nada de eso.

El tráfico iba de moderado a intenso y realicé algunos movimientos erráticos para comprobar si alguien me estaba siguiendo, pero como todos los conductores de la autopista de Long Island están chiflados, no pude discernir si quien me pisaba los talones era un agente federal entrenado o simplemente el típico lunático de Long Island.