Un pensamiento finaclass="underline" los amantes no estaban enamorados. Si lo hubieran estado, habrían tenido una auténtica revelación la noche del 17 de julio de 1996 cuando vieron la explosión de aquel avión, para ellos hubiese sido una señal de que la vida era corta, y que necesitaban estar juntos, y al diablo con sus cónyuges, sus familias y su bien ordenado mundo. Y Jill Winslow no estaría viviendo todavía en el 12 de Quail Hollow Road con Mark Winslow.
Dicho lo cual, que yo supiera, el señor Mark Winslow era un hombre interesante y atractivo, un esposo atento y considerado, la señora Jill Winslow era la prostituta del pueblo y su amante era el tío que se encargaba de limpiar la piscina.
El propósito de tener un cuadro de la señora Winslow y su inundo era determinar si yo podría convencerla de que me contase exactamente lo que había ocurrido y lo que había visto y grabado en una cinta de vídeo aquella noche. Si ella le había dicho la verdad a Nash, entonces no había más tela que cortar, y podía volver a mi casa a mi sillón reclinable. Si había algo más de lo que Nash me había contado, o alguna cosa que ella no le hubiese contado a él, entonces este asunto no había acabado, sino que era el comienzo de un caso reabierto. No estaba seguro de qué resultado estaba buscando.
El sargento Roberts colgó el auricular y me dijo:
– Una típica noche de sábado. Un montón de fiestas particulares, habitualmente organizadas por los chicos cuando sus padres no están. -Utilizó la radio de la policía para llamar a un coche patrulla y darle la dirección de la casa donde estaba el follón. Luego me dijo-: Tengo cuatro coches patrullando esta noche. A veces recibo una llamada de las compañías de seguridad, que informan de una alarma contra ladrones, luego tengo un accidente de circulación, después las dos ancianas que creen que alguien anda merodeando por su jardín… siempre las mismas abuelas.
Continuó hablando durante unos minutos acerca de los problemas que comportaba la vigilancia policial de una pequeña comunidad donde los residentes creían que los policías eran una extensión de su personal doméstico. No era muy interesante, pero me estaba dando una idea.
– ¿Sabe si los Winslow están fuera? -le pregunté.
Giró en su sillón hasta colocarse delante del ordenador y tecleó el nombre.
– A veces los residentes nos avisan cuando van a estar fuera de casa. De ese modo podemos estar más atentos… -Volvió a teclear algo en el ordenador y añadió-: No tengo información de que estén fuera de la ciudad.
– ¿Tiene su número de teléfono?
Pulsó unas cuantas teclas y dijo:
– Tengo muchos números que no figuran en el listín, pero no todos… -Miró la pantalla y dijo-: Tengo el de ellos. ¿Lo necesita?
– Gracias.
Apuntó el número en un papel y me lo dio. Tenía que recordar hablarle a Dom Fanelli acerca de la policía local.
– Si los llama o los visita, debería saber que Mark Winslow es la clase de tío que no respondería a una pregunta en un programa de la tele sin la presencia de su abogado -me dijo el sargento Roberts-. O sea, que si necesita hablar con ella, primero tiene que sacarle a él del escenario, a menos que quiera que su abogado también participe en la reunión. Pero yo no le he dicho nada. ¿De acuerdo?
– Entendido. -De hecho, yo tenía una razón mejor para no querer que el señor Winslow estuviese presente-. Hágame un favor y llámelos -le dije al sargento Roberts.
– ¿Ahora?
– Sí. Necesito asegurarme de que están en casa.
– ¿Sí? ¿Quiere que les diga alguna cosa? Me refiero a que en su pantalla de identificación de llamadas aparecerá «Policía Brookville».
– Dígale al señor Winslow que la junta de planificación ha convocado una reunión de urgencia. Acaba de enterarse de que va a inaugurarse un club social hispano en la calle principal.
Se echó a reír.
– Sí. Eso hará que todo el pueblo se eche a la calle.
Sonreí ante nuestra pequeña broma políticamente incorrecta y le sugerí:
– Puede decirle que han visto a alguien merodeando por el vecindario. Acaba de saltar la alarma de una casa.
– Muy bien…
Marcó el número y le dije:
– Conecte el altavoz.
Pulsó un botón y oí que sonaba el teléfono. A la cuarta llamada contestó una voz masculina.
– ¿Hola?
– ¿Señor Winslow? -preguntó el sargento Roberts.
– ¿Sí?
– Señor Winslow, soy el sargento Roberts, de la comisaría de Old Brookville. Lamento molestarlo a esta hora pero nos han informado de la presencia de un merodeador y la alarma de un vecino se ha disparado en su zona, y nos preguntábamos si había visto u oído algo.
Mark Winslow se aclaró la voz y la mente, y contestó:
– No… llegué… déjeme pensar… hace unas dos horas…
– Muy bien. No se preocupe. Tenemos un coche en su zona. Asegúrese de que las puertas y las ventanas están bien cerradas y de que la alarma está conectada. Y llámenos si ve u oye alguna cosa.
– De acuerdo… sí, lo haré…
Pensé que el señor Winslow hablaba igual que el señor Rosenthal a la una de la mañana. Le hice señas al sargento Roberts de que me pasara el auricular. Le dijo al señor Winslow:
– Aquí hay…
– Policía del condado -le dije.
– Aquí hay un oficial de la policía del condado que querría hablar con usted.
– Lamento molestarlo -dije-, pero estamos investigando una serie de robos cometidos en casas de esta zona. -Necesitaba acabar rápidamente con este asunto antes de que se despejara y comenzara a pensar que todo esto era un poco absurdo-. ¿Estará en casa por la mañana si le hago una visita?
– Eh… no… estaré jugando al golf…
– ¿A qué hora comienza el recorrido?
– A las ocho. Desayuno a las siete. En el club.
– Entiendo. ¿Estará su esposa en casa?
– Va a la iglesia a las diez.
– ¿Y sus hijos?
– Están en el colegio. ¿Hay algún motivo por el que deba preocuparme?
– No, señor. Necesito comprobar el vecindario y los alrededores a la luz del día, de modo que dígale a su esposa que no se alarme. Le paso con el sargento Roberts.
– Lamento haberlo llamado tan tarde, pero quería asegurarme de que todo estaba bien en su casa -dijo el sargento Roberts.
– No necesita disculparse. Aprecio su llamada.
El sargento Roberts cortó la comunicación y me dijo, por si yo no estaba prestando atención:
– Muy bien, mañana juega al golf.
– Así es. Llámelo a las seis y media y dígale que han cogido al ladrón, y que la policía del condado comenzará a buscar pruebas por la mañana.
El sargento Roberts tomó nota de lo que acababa de decirle y me preguntó:
– ¿Piensa ir por la mañana a hablar con ella?
– Eso es lo que pienso hacer.
– ¿Se trata de un arresto? -preguntó.
– No. Sólo de una entrevista con una testigo.
– Suena a algo más que eso.
Me incliné hacia él.
– Voy a confiarle algo -le dije-, pero es una información que no puede salir de esta habitación.
El sargento Roberts asintió, esperando tal vez enterarse de algún trapo sucio de la señora Winslow.
– Jill Winslow puede estar en peligro por lo que vio.
– ¿De verdad?
– De verdad. Lo que voy a hacer esta noche es vigilar la casa de los Winslow. Avise a sus patrulleros de que no deben preocuparse por un Ford Taurus gris aparcado en Quail Hollow Road. ¿De acuerdo? Usted y yo nos mantendremos en contacto durante toda la noche por si necesito apoyo. ¿Tiene otra radio?
– Tengo una radio portátil que puedo dejarle.
– Bien. ¿A qué hora acaba su turno?
– A las ocho. Es de medianoche a las ocho de la mañana.
– Muy bien. Lo llamaré antes de esa hora si el señor Winslow no se marcha de su casa para desayunar en el club. En ese caso, usted tendrá que sacarlo de su casa de alguna manera. ¿De acuerdo?