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– De acuerdo…

Me levanté y le pregunté:

– ¿Cómo llego al 12 de Quail Hollow Road?

El sargento Roberts me dio un plano de Old Brookville y utilizó un rotulador fosforescente para señalar la ruta que debía seguir. Me entregó la radio y dijo:

– La frecuencia está fijada. Yo soy Cuartel General y usted será el Coche Cero.

Sonrió.

– Entendido. Si algún otro agente federal lo llama o se presenta en la comisaría, avíseme por la radio.

– Lo haré.

Le estreché la mano y le dije:

– Me aseguraré de que reconozcan la cooperación que me ha brindado en este caso. Luego le devolveré la radio.

Abandoné la pequeña comisaría de Old Brookville. Joder, vaya manipulador estaba hecho. Tal vez incluso podría hacer que el sargento Roberts arrestase a Ted Nash si asomaba la nariz por aquí.

Era una noche fresca y clara, en el cielo se podían ver las estrellas y ningún helicóptero negro. Por la Ruta 25A circulaban algunos coches, pero salvo eso todo estaba muy silencioso. Excepto por el croar de las ranas.

Subí a mi coche alquilado, conduje de regreso a Cedar Swamp Road y me dirigí hacia el norte siguiendo las instrucciones del sargento Roberts.

Suponiendo que Ted Nash aún no supiera de boca del señor Rosenthal que yo conocía el nombre de Jill Winslow, y suponiendo que ésa fuese la verdadera Jill Winslow, entonces poco después de que el señor Winslow hubiese golpeado su bola en el tee de salida, yo tendría las respuestas a preguntas que ni siquiera sabía que existían antes de que Kate fuese lo bastante amable como para compartirlas conmigo. Desde entonces había sido recompensado con un viaje a Yemen, la resurrección de Ted Nash y el Evangelio según Ted. Nada de lo cual era bueno.

El lunes, cuando fuese a recoger a Kate al aeropuerto -suponiendo que no estuviese de regreso en Yemen, o en la cárcel, o muerto-, podría decirle:

– Bien venida a casa. Tengo buenas y malas noticias. La buena noticia es que encontré a la mujer de la playa y la cinta de vídeo. La mala noticia es que Ted Nash está vivo y no se siente muy feliz con mis buenas noticias.

CAPÍTULO 44

Pasé los portones de hierro forjado de Banfi Vinters, luego giré hacia Chicken Valley Road como me había indicado el sargento Roberts. La carretera estaba oscura y reduje la velocidad al tiempo que encendía las luces altas por si había gallinas en el camino. Pocos minutos más tarde divisé un poste indicador que decía: «Quail Hollow Road.» Giré a la derecha y continué por una carretera estrecha y sinuosa.

Apenas si podía ver las casas, menos aún los números, pero en los postes había buzones de correo y divisé el número 12. Detuve el coche en el arcén de grava, apagué las luces y el motor, y salí.

En el extremo de un largo camino particular flanqueado de árboles alcancé a distinguir una impresionante casa de ladrillo rojo estilo georgiano que se alzaba sobre una ligera pendiente. Había luz en una de las ventanas de la planta alta y, mientras yo miraba la casa, se apagó.

Regresé al coche y encendí la radio. Eran las 2.17 en el reloj del salpicadero y me dispuse a pasar una noche larga e incómoda.

El pinchadiscos descerebrado, que se llamaba a sí mismo Jack el Hombre Lobo, aullaba y chillaba. Me pregunté si Jack Koenig podía tener dos empleos.

Jack el Hombre Lobo recibía llamadas de los oyentes del programa, la mayoría de los cuales, sospechaba, llamaban desde el manicomio del condado. Uno de los tíos gritó:

– ¡Eh, Hombre Lobo, soy Dave de Garden City!

– ¡Eh, Dave! ¿Qué puedo hacer por ti, colega? -chilló el Hombre Lobo en respuesta.

Dave contestó nuevamente a gritos:

– Quiero que pongas All I Want is You por U2, y quiero dedicárselo a mi esposa Liz, que me ha sorbido el seso.

– ¡Eso está hecho, Dave! Liz, ¿estás escuchando? Esto es de parte de tu amante esposo Dave, sólo para ti, cariño.

U2 empezó a cantar All I Want is You.

Estuve tentado de cambiar de emisora, pero me di cuenta de que Jack el Hombre Lobo era precisamente lo que necesitaba esa noche.

De vez en cuando mi radio de la policía emitía unos crujidos extraños y uno de los cuatro coches patrulla llamaba a la ayudante civil o ella los llamaba a ellos. Hice una comprobación rutinaria con Roberts y le recordé que me llamase si aparecía algún otro agente federal, aunque sabía que era bastante improbable que recibiera esa llamada si Nash y compañía realmente pensaban ir a hacer una visita a la comisaría de Old Brookville. Lo más probable era que se presentasen aquí y me llevaran con ellos.

Bostecé, dormí un poco, me desperté, volví a dormirme. Jack el Hombre Lobo se fue a las tres de la mañana, pero antes prometió que regresaría la noche siguiente para rajarles la garganta a los oyentes. La emisora finalizó la programación con el himno nacional y yo me senté lo más erguido que pude hasta que acabó. Cambié de emisora hasta encontrar una de noticias.

Volví a dormirme y, cuando me desperté, las primeras luces del amanecer empezaban a asomar por el sureste. Eran las 5.29. Llamé al sargento Roberts por la radio y le dije:

– Llame al señor Winslow a las seis y media y dígale que han cogido al merodeador. Todo está controlado en Pleasantville. Un buen día para jugar al golf.

El sargento Roberts lanzó una risita y contestó:

– Buena suerte con la señora Winslow.

– Gracias.

A las 6.45 se abrió la puerta automática del garaje para tres coches de la casa de los Winslow, y un Mercedes gris salió y recorrió el largo camino particular. Al final del camino, el coche giró hacia mí, y pude ver fugazmente a Mark Winslow, quien irradiaba una deslumbrante estupidez a través del parabrisas. Me deslicé hacia abajo en el asiento hasta que hubo pasado.

No quería sacar a Jill Winslow de la cama tan temprano, de modo que decidí esperar un poco.

Una ligera neblina comenzó a levantarse de los extensos jardines de las grandes casas que había a mi alrededor, los pájaros cantaban, y el sol se elevó por encima de una distante línea de árboles. Un extraño animal salvaje cruzó la carretera. Tal vez fuese un zorro. Busqué una codorniz, pero no estaba seguro de qué aspecto tendría una codorniz, o cómo podía saber si estaba hueca [3]. Resultaba difícil creer que el centro de Manhattan estaba a sólo cincuenta kilómetros de este peligroso bosque primitivo. No podía esperar a pisar nuevamente el cemento.

Eché un vistazo a la casa de los Winslow. Realmente esperaba que la señora Winslow no les hubiese contado todo a Nash y Griffith -a pesar de las tonterías de Nash sobre el polígrafo- y que estuviese dispuesta a limpiar su alma y su conciencia, aunque ello significara renunciar a todo esto. No era muy probable. Pero nunca puedes saberlo hasta que lo preguntas.

Pasaron algunos coches y las personas que iban en ellos me miraron. De modo que, antes de que llamasen a la policía, puse en marcha el motor y entré en el largo camino particular de los Winslow. Detuve el coche en una zona de aparcamiento de guijarros que había delante de la casa. Eran las 7.32. Cogí la radio de la policía, salí del coche, subí unos escalones y llamé al timbre.

¿Cuántas veces había hecho lo mismo cuando era policía de homicidios? ¿A cuántos timbres había llamado para informar a alguien sobre una tragedia, o preguntarle si podía entrar un momento para hacerle unas preguntas de rutina? ¿Cuántas órdenes de registro había mostrado y cuántas órdenes de arresto había ejecutado?

De vez en cuando hacía una visita de pésame y, a veces, llegaba con buenas noticias.

La cosa nunca pasaba de moda pero nunca mejoraba.

No tenía idea de qué iba a suceder ahí, pero estaba seguro de que algunas vidas iban a cambiar en la próxima hora.

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[3] La traducción literal de Hollow Quail es codorniz hueca. (N. del t.)