CAPÍTULO 45
Oí un graznido electrónico y lo que sonaba como la voz de una mujer salió a través de un altavoz elevado cuya calidad de sonido era ligeramente peor que la de los altavoces del programa de Jack el Hombre Lobo. La voz preguntó:
– ¿Quién es?
Alcé la vista y vi que había una cámara de seguridad orientada hacia mí.
– Detective Corey, señora Winslow -contesté. Sostuve mis credenciales delante de la cámara y estuve a punto de añadir: «Una Jumbo Jack con queso», pero me contuve y dije-: Hablé anoche con su esposo.
– Oh… sí, lo siento, él no está en casa.
Yo no lo sentía.
– Necesito robarle unos minutos de su tiempo por lo del merodeador -dije.
– Bueno… está bien… espere un minuto.
Esperé y, pocos minutos más tarde, se abrió la gran puerta principal.
No había duda de que Jill Winslow era una mujer atractiva. Frisaba los cuarenta años y tenía el pelo castaño oscuro, que llevaba cortado en lo que creo que se llama estilo paje. Los ojos eran grandes y castaños, y tenía unas bonitas facciones, que quedarían muy bien en una fotografía, y lucía un buen bronceado, pero el mío era mejor.
La señora Winslow llevaba una recatada bata de algodón hasta los tobillos, sujeta por la cintura, y mi visión de rayos X y mi mente clasificada X vieron un buen cuerpo debajo de la tela. No sonreía, pero su gesto tampoco era adusto, de modo que sonreí y ella se obligó a devolverme la sonrisa. Volví a mostrarle mi credencial federal y le dije:
– Lamento haberme presentado a esta hora, pero no la entretendré demasiado.
Ella asintió y me hizo pasar.
La seguí a través de un vestíbulo grande y formal, luego a una gran cocina estilo rústico. Me señaló una mesa redonda situada en la zona del desayuno, cerca de un ventanal bañado por el sol.
– Estoy preparando café. ¿Quiere una taza?
– Sí, gracias.
Me senté y dejé la radio encima de la mesa.
Ella se alejó hacia la encimera y comenzó a preparar el café.
Por lo que podía ver de la casa, tenía ese aspecto que da el dinero de varias generaciones, muchos muebles antiguos que personalmente creo que son trozos de madera podrida e infestada de gusanos que se mantienen unidos gracias al moho. Pero ¿yo qué sé?
Cuando colocó la cafetera a calentar, Jill Winslow me dijo:
– Ed Roberts, de la policía de Brookville, llamó antes para decir que habían detenido al merodeador.
– Así es.
– Entonces, ¿qué puedo hacer por usted, señor…?
– Corey. Sólo estoy haciendo un seguimiento del caso.
Ella sacó un par de tazas de un armario, las colocó en una bandeja, se volvió hacia mí y me preguntó:
– ¿Trabaja con la policía del condado?
– No exactamente.
Ella no dijo nada.
– Estoy en el FBI.
Ella asintió y pude ver que no estaba sorprendida ni desconcertada. Nos miramos durante unos segundos y no tuve ninguna duda de que estaba hablando con la Jill Winslow que se había llevado la cinta de vídeo de la película Un hombre y una mujer del Hotel Bayview hacía cinco años.
– ¿Algún otro agente federal ha llamado o los ha visitado recientemente?
Ella negó con la cabeza.
– Usted sabe por qué estoy aquí -le dije.
Ella asintió.
– Ha surgido algo nuevo y pensé que quizá podría ayudarme.
– Ya hemos pasado por todo esto -dijo ella.
Tenía un acento de clase alta inconfundible, suave pero claro como una campana. Y sus glandes ojos me miraban fijamente.
– Es necesario que pasemos otra vez por esto -dije.
Ella siguió mirándome y lo único que se movía era su cabeza, que estaba sacudiendo levemente, pero no indicando una negación, sino más como un gesto de tristeza.
La señora Jill Winslow se comportaba bien, e incluso a esta temprana hora del día, sin maquillaje ni ropa. Parecía ser una mujer bien educada y que encajaba perfectamente en la casa.
Y sin embargo, quizá porque yo sabía que estaba metida en Sexo, mentiras y cintas de vídeo, había algo en ella que sugería un lado salvaje en su comportamiento patricio.
Se volvió y preparó la bandeja con crema, azúcar, servilletas y cubiertos.
No le veía el rostro, pero sus manos parecían bastante firmes. De espaldas a mí, dijo:
– Hace unos meses… en julio… vi el servicio religioso por televisión. Resulta difícil creer que hayan pasado ya cinco años.
– Así es.
Soplé en mi mano para comprobar mi aliento, que era más que malo a estas alturas, y olí discretamente mi camisa.
La señora Winslow se volvió y trajo la bandeja con la cafetera a la mesa. La dejó allí mientras yo me levantaba.
– Por favor, sírvase -dijo.
– Gracias.
Ambos nos sentamos y yo le dije:
– De hecho, acabo de regresar de Yemen, de modo que estoy un poco… chafado.
Vi que se fijaba en la herida de la barbilla. Luego me preguntó:
– ¿Qué hacía en Yemen? ¿O no puede decirlo?
– Estaba investigando el atentado contra el USS Cole.
Ella asintió.
Serví un par de tazas de café.
– Gracias -dijo ella.
Apagué la radio de la policía, luego bebí unos sorbos de café. No estaba mal.
– Mi esposo ha ido a jugar al golf esta mañana -dijo-. Yo iré a la iglesia a las diez.
– Lo sé -dije-. Deberíamos haber acabado antes de que necesite prepararse para ir a la iglesia. En cuanto al señor Winslow -añadí-, este asunto, como se le prometió hace cinco años, no le concierne.
Ella volvió a asentir y dijo:
– Gracias.
Me serví otra taza de café y la señora Winslow bebió unos pequeños sorbos de la suya.
– Anoche hablé con el hombre que estuvo originalmente asignado a este caso, Ted Nash. ¿Lo recuerda?
Ella asintió.
– Y hace algunas semanas -continué- hablé con Liam Griffith. ¿Lo recuerda?
Volvió a asentir.
– ¿Quién más la interrogó en aquella época?
– Un hombre que se identificó como señor Brown -contestó.
– ¿Del FBI?
– Creo que sí.
Le describí a Jack Koenig, incluyendo la impresión de que tenía metida una varilla de acero en el culo, y ella contestó:
– No estoy segura. ¿Usted no lo sabe?
Hice caso omiso de la pregunta.
– ¿Alguien más? -pregunté.
– No.
– ¿Firmó usted alguna declaración?
– No.
– ¿Hicieron alguna grabación en vídeo o audio de alguna cosa que usted dijo?
– No… no que yo sepa. Pero el hombre llamado Griffith tomó notas -dijo.
– ¿Dónde se llevaron a cabo esos interrogatorios?
– Aquí.
– ¿En esta casa?
– Sí. Mientras mi esposo estaba trabajando.
– Entiendo. -Inusual pero no extraño con un testigo amistoso o secreto. Obviamente, no querían llevarla a una instalación federal-. ¿Y el hombre que estaba con usted entonces? -pregunté.
– ¿Qué pasa con él?
– ¿Dónde lo interrogaron?
– Creo que el interrogatorio se llevó a cabo en su despacho. ¿Por qué lo pregunta?
– Estoy comprobando procedimientos y pautas de conducta.
Ella no respondió a eso y me preguntó:
– ¿Qué nueva información ha aparecido sobre el caso y qué necesita de mí?
– No estoy autorizado a hablar sobre qué nueva información ha aparecido en conexión con este caso. Y lo que necesito de usted son algunas aclaraciones.
– ¿Por ejemplo?
– Bueno, por ejemplo, necesito saber si mantiene la relación con su amigo.
Y su nombre.
Ella pareció un poco desconcertada o exasperada y contestó:
– No sé qué importancia puede tener eso ahora, pero si quiere saberlo, no he tenido nada que ver con Bud desde que sucedió aquello.