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– Y bien, ¿qué opina? -volvió a preguntar.

Yo ya estaba un poco cansado de que ella no hiciera caso de mis caballerosas sugerencias de que evitase los pequeños estallidos y pasara a la gran explosión, de modo que decidí otro enfoque y dije:

– No creo que su rostro haya envejecido un ápice, y es realmente una hermosa mujer. En cuanto a su cuerpo, se ve magnífico en la cinta, y estoy seguro de que sigue siendo magnífico.

Ella no contestó y no apartó los ojos de la pantalla. Finalmente dijo:

– Ésta fue la primera y última vez que nos filmamos juntos. Nunca me he visto desnuda en una fotografía o en película. Y nunca me vi haciendo el amor en una filmación.

– No al aire libre.

Ella se echó a reír.

– ¿Parecía un tonto?

– Sí.

– ¿Qué parecía yo?

– Sin comentarios.

– ¿Quiere esta cinta?

– Sí.

– Entonces responda a mi pregunta. ¿Parecía estúpida practicando el sexo?

– Creo que todo el mundo parece un poco tonto cuando practica el sexo en una filmación, excepto las prostitutas. No estuvo mal por tratarse de la primera vez. Bud, sin embargo, parecía muy incómodo. Ahora, ¿puede darme el mando a distancia?

Me pasó el mando y dijo:

– Se suponía que debíamos llevar la cinta de regreso al hotel y mirarla para volver a ponernos cachondos. Pero creo que esto me habría enfriado.

Ésta puede haber sido la primera vez en mis veinte años de servidor de la ley que sentí que necesitaba una acompañante para examinar una prueba. Pulsé «Play» y el cuerpo perfecto y desnudo de Jill Winslow volvió a la vida. Empezó a subir por la duna y luego desapareció del encuadre, pero pude oír su voz que decía: «Venga. Coloca la cámara aquí arriba, para que pueda filmarnos cuando nos bañemos desnudos»

Bud no contestó sino que caminó hacia la cámara, luego desapareció del plano. La pantalla se puso negra por un instante, a continuación la imagen en la pantalla mostró un hermoso cielo rojo y púrpura a la hora del crepúsculo, con la arena blanca de la playa y el océano rojo y dorado centelleando bajo el sol del ocaso. Oí la voz de Jill fuera de cámara que decía: «Esto es tan hermoso…»

Bud, también fuera de cámara, contestó: «Tal vez no deberíamos bajar a la playa desnudos. Podría haber gente.» «¿Y qué? -dijo Jill-. Siempre que no los conozcamos… ¿a quién le importa?»

Respuesta de Bud: «Sí, pero cojamos algo de ropa…», y ella lo interrumpió: «Vive peligrosamente, Bud.» Sin darme cuenta, dije:

– Bud es un capullo.

Jill se echó a reír y estuvo de acuerdo.

– Un capullo.

Durante unos segundos no se oyó ningún sonido, y no apareció nadie en la pantalla, luego vi que Jill entraba en el cuadro hacia el extremo izquierdo de la pantalla, corriendo por la playa en dirección al mar. Bud seguía sin aparecer. Luego ella se volvió sin dejar de correr y gritó: «¡Venga!» Pero apenas si pude oír su voz a esa distancia de la cámara y con el ruido de fondo del viento y el mar.

Unos segundos después, Bud apareció en pantalla corriendo tras ella. Sus nalgas eran un tanto flácidas y se agitaban mientras corría.

Alcanzó a Jill cerca del agua y ella se frenó, se volvió, luego hizo que Bud también se volviese hacia la cámara que había quedado instalada en la cima de la duna. Jill gritó algo, pero no pude entender lo que decía.

– ¿Qué dijo en ese momento? -pregunté.

– Oh… algo sobre nadar con los tiburones. Bastante estúpido.

Ella se volvió nuevamente, le cogió de la mano y ambos entraron en el mar.

A Bud, en mi opinión, ella lo llevaba cogido del pene. Él realmente nunca tomaba la iniciativa y no parecía estar disfrutando del momento tanto como, digamos, habría disfrutado yo en esa situación.

– ¿Cuánto tiempo duró esta aventura? -le pregunté a Jill.

– Demasiado. Unos dos años. No me siento tan avergonzada por verme practicando el sexo en la pantalla como lo estoy por con quién lo hice.

– Es muy guapo.

– Yo también.

Touché.

Ambos estaban retozando en un mar en calma, lavándose mutuamente y luego mirando hacia el océano y el cielo. Ella parecía estar diciendo algo, pero resultaba totalmente inaudible.

– ¿Qué está diciendo en ese momento?

– No lo recuerdo. Nada importante.

Eché un vistazo al reloj, que seguía funcionando en la esquina inferior derecha de la pantalla. Señalaba las 20.19. El vuelo 800 de la TWA estaba despegando en ese momento e iniciaba su ascenso sobre el océano.

Jill y Bud hablaban metidos en el mar, con el agua hasta la cintura, y por la expresión en el rostro de Bud pude deducir que le había molestado algo que ella acababa de decirle. Antes de que pudiese preguntarle, ella dijo:

– Creo que le estaba diciendo que era excesivamente cauteloso con todo, y se enfadó conmigo. Unos segundos después le cogí el culo… allí… aún seguía enfadado y quería marcharse, pero yo quería hacerlo en la playa, como en De aquí a la eternidad, de modo que…

Ella le cogió lo-que-te-dije y continuó hablando. Él no parecía tan feliz como debería haber estado en ese momento, y comenzó a mirar hacia todos los lados para ver si estaban realmente solos. Ella no lo llevaba literalmente del pene, aunque sí de manera figurada, ya que ahora le cogía de la mano mientras le llevaba de regreso a la orilla.

El reloj señalaba las 20.23. El vuelo 800 de la TWA llevaba tres o cuatro minutos en vuelo y estaba girando a la izquierda, hacia el este, en dirección a Europa.

Jill y Bud estaban de pie en la playa, exhibiendo un desnudo frontal completo, pero parecían haberse olvidado de la cámara porque ninguno de los dos miró hacia donde estaba colocada, en la cima de la duna, a unos treinta metros de distancia. El sol ya se había puesto, pero en la línea del horizonte y en el cielo aún quedaba un vestigio de luz, y pude ver sus cuerpos desnudos perfilados contra el mar y el cielo.

Jill le dijo algo a Bud y él se tendió obedientemente de espaldas sobre la arena. Ella se sentó encima de él y pude ver cómo su mano se introducía entre sus cuerpos para introducirse el pene.

– ¿Verá mi esposo estas imágenes alguna vez? -preguntó ella.

Congelé la imagen a las 20.27 y quince segundos. Miré el cielo, a la derecha, para ver si podía divisar las luces de algún avión, pero no se veía nada. Examiné el horizonte para ver si había luces de embarcaciones, pero tampoco vi nada.

– Señor Corey. ¿Verá mi esposo estas imágenes alguna vez?

La miré.

– Sólo si usted quiere que las vea -dije.

Ella no contestó.

Pulsé el botón de «Play» y miré la parte inferior de la pantalla, donde los amantes lo estaban haciendo en la playa con la espuma del mar deslizándose sobre ellos. Miré el cielo pero no se veían las luces de ningún avión. Para el expediente, la señora Winslow alcanzó el orgasmo a las 20.29 y once segundos. Pude verlo, no oírlo.

Jill Winslow estaba tendida encima de Bud Mitchell y podía verse que ambos respiraban agitadamente, luego ella se sentó a horcajadas sobre él, mirando hacia el suroeste. Ahora pude ver las luces lejanas de un avión, encima del océano, a unas ocho millas de la costa, y volando a una altura de unos 4.000 metros sobre el mar.

– ¡Detenga la cinta! -dijo ella.

Pulsé el botón de «Pausa» y la miré. Ella se puso de pie y dijo:

– No puedo volver a ver estas imágenes. Voy a la cocina.

Se marchó descalza del salón.

Me quedé sentado durante un minuto con los ojos fijos en la pantalla congelada: Jill Winslow sentada encima de Bud Mitchell, el oleaje detenido en mitad del movimiento, las estrellas que ya no parpadeaban en el cielo, una nube fina y espigada congelada como si fuese una mancha de pintura en un techo negro. Y casi en la parte opuesta al Smith Point County Park, dos luces -una roja y otra blanca- habían quedado capturadas en la imagen. En una foto fija, uno pensaría que se trataba de estrellas, pero en una película se las podía ver parpadeando y moviéndose de oeste a este.