– Verá… en realidad me gustaría hacerlo. Pero me temo que debo marcharme. ¿Tiene alguna forma de hacer una copia de la cinta ahora? -le pregunté.
– La misma que utilicé para hacer una copia la primera vez, pero a la inversa. Desde el reproductor a la cámara de vídeo. ¿Sabe cómo van estos trastos?
– No mucho. -Me levanté y dije-: Vamos a hacer una copia.
Ella se levantó y ambos regresamos a la cocina, donde yo cogí la radio de la policía, y luego fuimos al salón.
Jill sacó una cámara de vídeo de un gran armario lleno de juegos de mesa, botellas de vino y otros artículos de entretenimiento y la llevó hasta el televisor. La dejó en el suelo.
Me ofrecí a ayudarla, pero me dijo:
– Si quiere que esto salga bien, quédese sentado.
Yo no tenía ninguna intención de quedarme sentado mientras ella se ocupaba de la prueba del siglo, de modo que me arrodillé junto a Jill delante del televisor y el reproductor de vídeo. La observaba y le hacía preguntas mientras ella conectaba el reproductor a la cámara con un largo cable en el que había un par de tomas, que ella me explicó que eran para el audio y el vídeo. Vio que yo había rebobinado Un hombre y una mujer, pulsó unos botones y dijo:
– En este momento, la cinta de vídeo, que está en el reproductor, está siendo grabada en la cinta que hay en la cámara de vídeo.
– ¿Está segura?
– Estoy segura. ¿Quiere que pase la cinta en el televisor para que usted pueda verlo?
– No -dije-. Confío en usted.
Aún arrodillada junto a mí, ella dijo:
– Debe hacerlo. Podría haber borrado esta cinta hace cinco años. Podría haberle dicho que no existía. La pasé para que usted la viera. Y yo confío en usted.
– Bien. ¿Cuánto nos llevará esto? -pregunté.
– El mismo tiempo que dura la cinta original, unos cuarenta minutos. ¿Quiere desayunar? -preguntó.
– No, gracias. -Me estaba poniendo paranoico otra vez y me imaginé a Nash y sus amigos irrumpiendo en la casa. ¿Necesitaba realmente una copia de la cinta?-. ¿Podemos adelantar la cinta hasta las escenas en la playa donde se ve la explosión del avión?
– ¿Tiene prisa? -preguntó.
– En realidad, sí.
Encendió el televisor y las imágenes de la cinta aparecieron en la pantalla. Estábamos viendo la parte en la que la señora Winslow le está haciendo una felación al señor Mitchell. Arrodillado allí, junto a ella, creo que me sonrojé. Pero ella parecía extrañamente indiferente a lo que se veía en la pantalla, y me preguntó:
– ¿Está seguro de que no necesita que copie estas escenas?
– Estoy seguro.
Pulsó el botón de «Avance Rápido» y la acción se aceleró. Después de la sesión de cata de la chica, pulsó el botón correspondiente y la cinta recuperó la velocidad normal. En la pantalla, Jill Winslow se sentó en la arena y dijo: «Estoy toda pringosa. Vamos a darnos un baño»
Ella me miró.
– ¿Desde aquí? -preguntó.
– Sí.
Se levantó y yo hice lo mismo, mirando mi reloj y luego la pantalla del televisor, que seguía exhibiendo las imágenes. Desde este punto, el proceso tardaría alrededor de quince minutos.
– ¿Por qué necesita dos cintas? -preguntó ella.
– Pierdo las cosas -contesté.
Ella me miró pero no dijo nada. Me entregó el mando a distancia y dijo:
– No quiero ver el avión. Puede sentarse y volver a verlo si lo desea. Luego, cuando la cinta se haya terminado, cuando Un hombre y una mujer aparezca en pantalla, pulse el botón de «Stop», y luego el de expulsar la cinta. Estaré en el patio. Llámeme si necesita ayuda.
– Me gustaría que se vistiese y me acompañara -dije.
– ¿Estoy arrestada? -me preguntó.
– No.
Miré la pantalla del televisor y el reloj que funcionaba con los números sobreimpresionados en la cinta. Aún quedaban doce minutos hasta la explosión de las 20.31, luego más imágenes grabadas de las consecuencias de la explosión, después Bud y Jill corriendo de regreso a la duna, etcétera.
Cogí a Jill del brazo y la llevé a la cocina.
– Voy a ser completamente sincero con usted -dije-. Corre cierto peligro y necesito sacarla de aquí.
Ella me miró fijamente y dijo:
– ¿Peligro…?
– Permítame que se lo explique en dos palabras. Los tíos del FBI que estuvieron aquí hace cinco años y se llevaron su cinta borrada es casi seguro que consiguieron recuperar las imágenes…
– Entonces ¿por qué…?
– Escuche. Ellos saben lo que hay en esa cinta. No quieren que nadie más lo sepa…
– ¿Porqué…?
– No lo sé. No importa por qué. Lo que importa es que… hay dos grupos diferentes investigando este accidente. El primer grupo, Nash, Griffith y otros, están tratando de ocultar y destruir toda prueba que apunte a un ataque con misiles. El segundo grupo, otros agentes y yo, estamos tratando de hacer exactamente lo contrario. Eso es todo lo que necesita saber por ahora, excepto que el primer grupo podría estar viniendo hacia aquí en este momento, y si llegan aquí, destruirán la cinta… Debemos abandonar la casa, ahora, con esas cintas. De modo que tiene que vestirse, de prisa, y venir conmigo.
Ella me miró, luego miró a través del ventanal como si pudiese haber alguien en el jardín. Realmente quería que se pusiera en movimiento, pero dejé que asimilara la noticia. Finalmente dijo:
– Llamaré a la policía.
– No. Esos tíos son agentes federales, igual que yo, y son los investigadores oficiales y autorizados. Pero también son parte de una conspiración. -Incluso cuando estaba diciéndolo, yo sabía que no había ninguna razón para que ella me creyera y, de hecho, me preguntó:
– ¿Por qué debería creer en lo que me está diciendo?
– ¿Qué ocurrió hace cinco años? -pregunté-. ¿No me dijo que descubrió que una cinta borrada podía ser restaurada? ¿Volvió a tener noticias de esa gente? ¿En alguna ocasión les citaron a Bud o a usted para que acudieran a alguna oficina del gobierno? ¿Vieron alguna vez a alguien que no fuesen Nash, Griffith y el tercer hombre? Usted es una mujer inteligente. Imagine el resto.
Jill permaneció con la vista fija en sus pies, luego me miró y dijo:
– Todo lo que dice tiene sentido, pero…
– Jill, si todo lo que yo quería era la cinta, podría cogerla ahora y largarme de esta casa. Si quisiera hacerle daño, podría haberlo hecho hace más de una hora. Debe confiar en mí y acompañarme.
Nuestras miradas se encontraron hasta que, finalmente, ella asintió.
– De acuerdo -dijo.
– Gracias. Ahora vístase. No hay tiempo para que se duche. Y no conteste al teléfono. Coja una maleta pequeña y todo el dinero en metálico que tenga en la casa.
– ¿Adónde…?
– Hablaremos de eso más tarde. ¿Tienen alguna arma en la casa? -pregunté.
– No. ¿Usted no…?
– Debemos movernos de prisa.
Ella se volvió y abandonó la cocina. Cuando regresé al salón pude oír sus pasos subiendo la escalera.
Cogí el mando a distancia y me senté en la mesa baja, mirando cómo Jill Winslow y Bud Mitchell hacían el amor en la playa. El reloj de la cinta señalaba las 20.27.
En ese momento sonó el teléfono que había en la mesa junto al sofá. Sonó cinco veces y el contestador recogió la llamada. La pantalla de identificación de llamadas decía «Privado».
Me dirigí rápidamente al frente de la casa y miré a través de la ventana de la sala de estar, pero, por el momento, en el camino particular o en la zona de aparcamiento no había ningún coche excepto el mío. Desde allí no podía ver prácticamente nada de la calle.
Regresé al salón justo en el momento en que la estela de luz comenzaba a elevarse en el horizonte, dejando detrás un rastro de humo blanco. Contemplé la imagen a velocidad normal, y no había ninguna duda acerca de qué era aquello. Pensé que los doscientos testigos que habían visto la estela de luz reconocerían esa imagen grabada mucho mejor que en la animación de la CIA.