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Contemplé las imágenes mientras se producía el primer fogonazo de luz, seguido de la enorme bola de fuego. Miré a Jill, sentada a horcajadas encima de Bud, quien ahora también se había sentado y miraba por encima del hombro. Conté hasta cuarenta y oí un ruido estridente que salía de los altavoces, una explosión potente y amortiguada que se fue extinguiendo, seguida de silencio.

El teléfono volvió a sonar y nuevamente apareció la palabra «Privado» en la pantalla de identificación de llamadas y nuevamente el contestador se activó después de cinco tonos.

Eran las 9.15, una hora no demasiado temprana para que la familia o los amigos llamasen un domingo por la mañana, pero sí tal vez un poco temprano para que se produjeran dos llamadas tan seguidas.

Ahora Jill y Bud corrían por la playa hacia la duna y me fijé en ella cuando se acercaba a la cámara y, esta vez, advertí que estaba mirando a Bud cuando él la dejó atrás. ¿En qué estaba pensando ese idiota? ¿Pensaba dejarla en la playa si ella no se daba prisa o si no se vestía rápidamente, o si no se metía en el coche cuando él estuviese listo para largarse? Ese hombre no era bueno y tampoco era valiente.

Quiero decir, los amigos y los amantes se ahogan o nadan juntos. Yo ni siquiera conocía a Jill Winslow, y estaba sentado allí, esperándola, mientras que allí fuera, Ted Nash y sus compañeros podrían estar llamando a la puerta dentro de cinco segundos. Ellos estaban armados y yo no. Y no tenía ninguna duda de que si ellos veían o descubrían lo que estaba pasando aquí, estarían lo bastante desesperados -por no decir fuera de sus cabales- como para destruir no sólo la prueba sino también a los dos testigos de esa prueba. Pero allí estaba yo, sentado en el salón de la casa de Jill Winslow, incluso ahora que ya tenía copiada la parte crucial de la prueba, y continuaba sentado. Puede haber vida después de un peligro mortal, como pude descubrir muy pronto como policía, pero necesitabas asegurarte de que tu alma sobreviviera junto con tu cuerpo. Si no era así, entonces no merecía la pena vivir la clase de vida que te esperaba.

En la pantalla, ahora sólo había oscuridad, y las puertas de un coche que se cerraban con violencia. Aún habrían de pasar cerca de cinco minutos antes de que se oyera la voz de Jill diciendo: «Bud, creo que un avión ha explotado en el aire.» Oí sus pasos en el vestíbulo y paré la cinta, luego me arrodillé junto a la cámara de vídeo, encontré el botón adecuado y la apagué. Me sorprendí a mí mismo deduciendo cómo sacar la cinta de la cámara, que guardé en el bolsillo.

Jill entró en el salón llevando un bolso y vestida con pantalones negros y una blusa blanca.

– Estoy lista -dijo.

– Muy bien. Dejemos todo como estaba. -Le di la cámara de vídeo, que ella llevó al armario mientras yo sacaba la cinta de Un hombre y una mujer del reproductor de vídeo y apagaba el aparato. Examiné el conjunto de luces y botones hasta asegurarme de que nadie pudiera decir que alguien había estado utilizando el equipo. Me levanté y Jill estaba junto a mí, entregándome el estuche de Un hombre y una mujer, que guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta. Pulsé el botón que había en la mesa y las cortinas de descorrieron-. ¿Sabe quién ha llamado?

– Era una llamada privada y no dejaron ningún mensaje -dijo.

– Muy bien… éste es el plan. Mi coche no es seguro… lo están rastreando. Necesitamos usar el suyo.

– Está en el garaje. Pero necesito dejarle una nota a Mark.

– No. Nada de notas. Puede llamarlo más tarde.

Ella se obligó a sonreír y dijo:

– ¿He estado deseando durante diez años dejarle una nota sobre la mesa de la cocina y ahora que realmente me marcho de casa usted me dice que no puedo dejarle una?

– Puede enviarle un correo electrónico. Vamos.

Cogí su bolso y la seguí fuera de la casa por un corredor que acababa en una puerta, que ella abrió y que comunicaba con el garaje para tres coches. Quedaban dos de ellos: el Lexus SUV y un BMW Z3 descapotable con la capota bajada.

– ¿Cuál le gustaría usar? -preguntó ella.

Recordé que el BMW estaba a su nombre, un dato importante si nos buscaba la policía por una denuncia de personas desaparecidas presentada por el señor Winslow.

– El BMW -dije.

Dejé el bolso en el asiento trasero del BMW y ella me preguntó:

– ¿Le gustaría conducir?

– En realidad, tengo que deshacerme de mi coche. ¿Dónde cree que podría dejarlo?

– ¿Adónde vamos? -preguntó ella.

– A Manhattan.

– Muy bien. Sígame. A unos ocho kilómetros al sur de Cedar Swamp verá un cartel que indica «Suny Old Westbury College» a la derecha. Puede dejar el coche allí.

– Bien, ponga en marcha el coche, pero no use el mando a distancia para abrir la puerta. -Fui hasta la puerta del garaje y miré a través de las ventanas. Fuera no había ningún vehículo y pulsé el botón para abrir la puerta. Cuando estuvo abierta, salí del garaje y ella sacó el coche marcha atrás y luego usó el mando a distancia para cerrar la puerta. Le entregué la cinta que había cogido de la cámara de vídeo y le dije-: Quédese con esta cinta. Si nos separamos por alguna razón, es necesario que usted y la cinta vayan a un lugar seguro. Amigos, familiares, un hotel. No regrese a su casa. Llame a su abogado y luego llame a la policía. ¿Entendido?

Ella asintió y yo la miré, pero no parecía asustada ni desconcertada, lo que contribuyó a que me tranquilizara un poco.

– Baje la capota y cierre las ventanillas.

Ella bajó la capota mientras yo me metía en el Ford Taurus y lo ponía en marcha.

La seguí por el largo camino particular hasta salir a Quail Hollow Drive.

Hasta ahora todo iba bien. Pero esta situación podía cambiar en un segundo, de modo que examiné cuidadosamente varios argumentos y planes de contingencia en caso de que la mierda llegara al ventilador.

No era propio de Ted Nash dejarme en paz o tomarse el domingo libre. Pero tal vez le había atizado en la cabeza más fuerte de lo que pensaba y ahora estaba echado en una habitación a oscuras con un frasco de aspirinas y tratando de aclararse las ideas. No era probable, pero cualquier cosa que estuviese haciendo en este momento, no parecía que la estuviera haciendo aquí.

En retrospectiva, si yo hubiese sabido que iba a encontrar a Jill Winslow y una copia de la cinta de vídeo, no habría dudado un instante en matarlo allí mismo, en la playa, para evitar esta situación. Los ataques preventivos están bien cuando sabes a ciencia cierta que estás previendo.

Si me topaba con Nash y sus amigos ahora, no creía que tuviese ninguna oportunidad de enmendar mi error, pero estaba bastante seguro de que él aprovecharía la oportunidad de corregir el suyo.

CAPÍTULO 48

Pocos minutos después estábamos nuevamente en Cedar Swamp Road y yo no dejaba de mirar a través del espejo retrovisor, pero no parecía que nadie nos estuviese siguiendo.

Un poco más adelante divisé el cartel del Old Westbury College, donde Jill giró a la derecha. La seguí por un camino bordeado de árboles hacia el campus de la pequeña universidad, que estaba prácticamente desierta al ser domingo. Se detuvo en la zona de aparcamiento y yo dejé el Ford Taurus en un espacio vacío. Cogí mi bolsa y la dejé en el asiento trasero del BMW.

– Yo conduciré -dije.

Ella se bajó y rodeó el coche para ocupar el asiento del acompañante mientras yo me instalaba detrás del volante. Puse primera con un ligero chirrido que hizo que la señora Winslow diese un respingo.

Regresamos a Cedar Swamp Road y nos dirigimos hacia el sur. El BMW se deslizaba como un sueño y, mejor aún, podía dejar atrás a cualquier cosa que Nash y sus amigos hubieran cogido del parque automovilístico del gobierno.