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Cuando hube terminado, dijo:

– Jesucristo Todopoderoso. Jesucristo. -Luego preguntó-: ¿Te estás quedando conmigo?

– No.

– Mierda.

– ¿Quieres participar?

Ahora podía escuchar ruido de fondo, gente hablando y música a todo volumen, de modo que Dom debía de haber cambiado de lugar. Esperé, luego el ruido desapareció y dijo:

– Estoy en el váter. Mierda, necesito otro trago.

– Primero tira de la cadena. Dom, necesito tu ayuda.

– Sí. Sí. Lo que quieras. ¿Qué necesitas?

– Te necesito a ti con un coche de la policía sin identificación y al menos dos oficiales uniformados para que recojan a Kate mañana en el aeropuerto.

– ¿Sí? ¿Por qué?

– Pueden estar esperándola.

– ¿Quién?

– Los federales. Me recogerás en el Plaza.

– Para el carro. Si la están esperando a ella, entonces te están esperando a ti.

– Lo sé, pero tengo que estar allí cuando ella llegue.

– No. Quédate dónde estás. Tienes una testigo que proteger.

– Podrías enviar a alguien a protegerla.

– Oye, paisano, hazte el valiente y el estúpido en tus horas libres y solo. Esto lo haremos a mi manera.

Pensé en ello. Como soy un hombre de acción, no me gustaba la idea de estar a la espera mientras otro hacía el trabajo peligroso por mí. Dom tenía razón, claro está, pero le dije:

– No voy a quedarme aquí sentado mientras tú estás en el JFK.

– Vale. Te llamaré si te necesito. Fin de la discusión. ¿Qué más?

– Bueno, prepárate para tener follón con los federales. Tendrás que hacer una demostración de fuerza. ¿Vale?

– No me importa si se presentan todos los mandos del FBI de Nueva York. Tú eres un policía de Nueva York, y ésta es tu ciudad, no la de ellos.

– Sí. No te preocupes.

– Asegúrate de que no te siguen en el aeropuerto. -¿Cómo es que no había pensado en eso?

– Cuando llegues al Plaza asegúrate de que un oficial de policía acompaña a Kate a la suite Winslow…

– ¿La qué?

Le di el número de la suite y le pregunté:

– ¿Estás bien?

– Sí… todo esto es jodidamente alucinante.

– Bien, éstos son los datos del vuelo de Kate. -Le di los datos e hice que los repitiese, luego le pregunté-: ¿Eres feliz ahora que he confiado en ti?

– Oh, sí. Me siento jodidamente emocionado.

– Tú lo quisiste.

– Sí, gracias por compartirlo conmigo. -Permaneció en silencio un momento y luego dijo-: Bueno, te felicito. Siempre dije que eras un genio, incluso cuando el teniente Wolfe sostenía que eras un idiota.

– Gracias, ¿hay alguna otra cosa que necesites saber?

– Sí… por ejemplo, ¿quién va exactamente tras de ti?

– Bueno, ese tío de la CIA, Ted Nash, eso es seguro. Quizá Liam Griffith, del FBI. No tengo idea de quién más puede estar implicado en este encubrimiento, de modo que no sé a quién puedo recurrir dentro de mi oficina, o fuera de mi oficina.

Dom permaneció en silencio unos segundos, luego dijo:

– Y Kate… puedes confiar en ella. ¿No?

– Puedo confiar en ella, Dom. Kate fue quien me metió en esto.

– Bien. Sólo quería comprobarlo.

No dije nada.

– Mientras tanto, ¿necesitas apoyo en el Plaza?

– No tendré problemas durante un día o dos. Ya te avisaré.

– De acuerdo. Si esos tíos aparecen por el hotel, mételes un par de balazos en el culo, luego llama al detective Fanelli de homicidios. Enviaré un furgón para que los lleve al depósito de cadáveres.

– Parece un buen plan, pero mi pipa está en una valija diplomática en alguna parte.

– ¿Qué? ¿No estás armado?

– No, pero… no asomes la nariz por mi apartamento. Seguramente lo están vigilando. Podrías meterte en un follón con ellos, o podrían seguirte hasta aquí.

– Los federales son incapaces de seguir a sus propias sombras con el sol detrás de ellos.

– Es verdad. Pero hoy no podemos arriesgarnos a que vayas a mi apartamento. Mañana tienes un trabajo que hacer.

– Te llevaré mi otra pistola.

– Dom, quiero que hoy te mantengas alejado del Plaza. Estoy bien.

– De acuerdo, es tu juego. ¿Quieres que te ponga bajo custodia preventiva?

Ya había pensado en esa posibilidad, pero pensé que a Jill Winslow no le gustaría pasar la noche en la comisaría. Y, sobre todo, los federales descubrirían esta situación si comprobaban con el NYPD si yo estaba en custodia preventiva. No me cabía la menor duda de que el FBI podía conseguir que Jill y yo fuésemos puestos bajo su custodia en un par de horas.

– ¿John? ¿Hola?

– No quiero empezar a dejar un rastro de datos públicos. Tal vez mañana. Por ahora estoy desaparecido en acción. Te llamaré si creo que necesito que me arresten.

– Muy bien. Supongo que el Plaza es más cómodo que el Centro de Detención Metropolitano. Llámame si necesitas algo.

– Gracias, Dom. Te protegeré si la mierda llega al ventilador.

– Mejor aún, si la mierda llega al ventilador como es debido, no seremos nosotros los que estaremos delante de él.

– Espero que tengas razón. Que disfrutes de tu barbacoa. Ciao.

Jill me había dejado una nota en el escritorio de la sala de estar. «Me marché a las 12.15. Regresaré a las 17.00 aproximadamente. Llamaré si me retraso. ¿Puedo invitarle a cenar? Jill.» Leí el Times y miré la tele. Comprobé mi teléfono móvil varias veces para ver si el difunto Ted había llamado para darme una hora para nuestra próxima cita, pero debía de haberse tomado el día libre. Eso esperaba. Ahora eran las 17.30 y Jill aún no había regresado, de modo que llamé a su móvil, le dejé un mensaje y bebí una cerveza.

A las 17.48, Jill llamó a la suite y dijo:

– Lo siento. Perdí la noción del tiempo. Regresaré a las seis y media.

– Aquí estaré.

Llegó cerca de las siete. ¿Qué es lo que les pasa a las mujeres con el tiempo? Estuve a punto de decir algo acerca de la importancia del tiempo, pero entonces ella me dio una bolsa de Barney's y dijo:

– Ábrala.

Abrí la bolsa y saqué una camisa de hombre. Teniendo en cuenta que mi camisa tenía tres días de antigüedad, pensé que era más un regalo para ella que para mí. Pero siempre amable, dije:

– Gracias. Ha sido muy considerado de su parte.

Ella sonrió y dijo:

– Sabía que había estado viajando con esa camisa y se la veía un poco arrugada.

En realidad, apestaba. Quité el papel de seda que envolvía la camisa y la miré. Era… un poco rosa.

– Levántela -dijo.

La coloqué sobre mi pecho.

– Es un color que le sienta bien. Resalta su bronceado.

Era un buen color si yo cambiaba de acera. Le dije:

– Realmente no tenía que… gracias.

Jill cogió la camisa y le quitó los quinientos alfileres en menos de cinco segundos, luego la abrió y dijo:

– Debería quedarle bien. Pruébesela.

Era de manga corta y su tacto era sedoso. Me quité mi repugnante camisa y me enfundé la de seda rosa.

– Le queda muy bien -dijo ella.

– Realmente la siento perfecta. ¿Recibió un mensaje de su esposo en el teléfono móvil?

Ella asintió.

– ¿Qué decía?

Jill sacó el móvil del bolso, activó el buzón de voz y me pasó el teléfono. Escuché que una voz grabada decía: «Mensaje recibido a las 15.28.» Luego la voz de Mark Winslow dijo: «Jill, soy Mark. Recibí tu mensaje»

En su voz no había nada de afecto, e igual que me había pasado con su fotografía, me sorprendió que dejara una impresión en la grabación digital. «Estoy muy preocupado, Jill -continuaba-. Muy preocupado. Quiero que me llames tan pronto como hayas recibido este mensaje. Debes llamarme y decirme dónde estás. Ha sido un acto muy egoísta por tu parte. Los chicos echaron de menos tu llamada del domingo y llamaron aquí, y les dije que estabas fuera con unos amigos, pero creo que detectaron un poco de ansiedad en mi voz, y creo que se quedaron preocupados. Deberías llamarlos para tranquilizarlos. Y llamarme a mí cuando recibas este mensaje.» Esperé a que dijera: «Te quiero» o «Sinceramente tuyo», pero el mensaje acabó y yo apagué el teléfono y se lo devolví a Jill.