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El brazo del semiogro subía y bajaba, golpeando a la criatura hasta mucho después de muerta. Agotado, Groller soltó la cabilla y cayó de rodillas; luego empezó a liberar a Feril al tiempo que rezaba:

—Feril, pon bien. Por fa... vor. —Las palabras eran nasales y farfulladas—. Feril, vive.

Los ojos de la muchacha se abrieron con un parpadeo. Groller la levantó del suelo sin el menor esfuerzo y se la llevó lejos de la serpiente muerta.

—Feril, pon bien —siguió repitiendo el semiogro—. Feril, pon bien.

Ella fijó los ojos en el rostro de Groller, en su ceño fruncido, y, sacudiendo la cabeza para despejarla, devolvió sus pensamientos a un mundo del que Goldmoon y Shaon estaban ausentes, un mundo que había corrompido a Dhamon Fierolobo. Bajó la barbilla hacia el pecho y señaló el suelo.

—Estoy bien, Groller —dijo, a pesar de saber que él no podía oírla.

El semiogro la soltó, pero la sostuvo por los brazos hasta estar seguro de que podía tenerse en pie. Furia se restregó contra su pierna con el húmedo hocico, y de algún modo le transmitió nuevas fuerzas. Feril volvió a levantar la vista y, al encontrarse con la mirada preocupada de Groller, se llevó el pulgar al pecho y extendió los dedos todo lo que pudo; los agitó y sonrió. Era el signo para indicar que todo iba bien. Pero ella no se sentía bien. El pecho le ardía, las costillas le dolían, y la sensación de dicha que había encontrado en ese lugar había desaparecido.

Groller señaló el abultado saco que descansaba cerca del cadáver de la serpiente.

—Ten... go cena —dijo—. Car... ne. Fruta. Ser... piente. No más caza hoy. No más char...la con ser... pientes.

En un principio Jaspe se sintió desilusionado con la comida, pero descubrió que la fruta le gustaba y que la inmensa boa era más sabrosa que el lagarto. Tras devorar lo suficiente para llenar su estómago, se recostó en un tronco para contemplar la puesta de sol, y escuchó el relato de Feril sobre la ciénaga, sobre cómo la había visto nacer.

El ambiente se llenó con las preguntas de Rig, el lenguaje por señas de Groller imitando el combate con la serpiente, y las respuestas de Feril sobre lo que le había sucedido. Fiona se dedicó a conservar la piel de la serpiente, que podía convertirse en cinturones de primera calidad.

El enano introdujo la mano en el interior del saco de piel y dejó que toda la barahúnda de sonidos retrocediera a un segundo plano. Sus dedos apartaron a un lado la hebilla de cinturón de marfil que Rig había hallado en el barro y se cerraron sobre el mango del cetro. Lo sacó a la cada vez más débil luz y admiró las joyas que salpicaban la esfera en forma de mazo. Sintió un hormigueo en los dedos.

4

Pensamientos robados

—El Puño de E'li —musitó Usha.

La mujer paseaba arriba y abajo del vestíbulo, pasando junto a la puerta cerrada que conducía al estudio de los hechiceros. Con un profundo suspiro se detuvo finalmente ante un cuadro, uno con un sauce blanco que había terminado hacía casi dos décadas. Palin estaba sentado bajo el árbol, con un Ulin muy joven entre las rodillas. Los dedos de Usha recorrieron los gruesos remolinos de pintura del tronco y descendieron para acariciar el rostro de Palin; luego se elevaron para rozar las hojas colgantes que lo resguardaban.

Existían árboles como ése en la isla de los irdas, y más aún en el bosque qualinesti, aunque aquellos sauces blancos eran mucho más grandes. Los había visto durante su estancia con los elfos, cuando Palin, Feril y Jaspe habían ido en busca del Puño. ¿Se encontraban ahora Feril y Jaspe en un lugar parecido, un bosque cubierto de vegetación corrompido por un dragón?

Cerró los ojos e intentó, una vez más, recordar. Los qualinestis. El bosque. El Puño de E'li.

Recordar.

Usha contempló cómo Palin partía, cómo el bosque lo engullía a él, a la kalanesti y al enano; la vegetación llenó su campo visual y la hizo sentir repentinamente vacía y aislada, atemorizada en cierto modo. Durante unos instantes todo lo que escuchó fue su propia respiración inquieta. Sintió en los oídos el tamborilear del corazón, y oyó el suave rumor de las hojas agitadas por la brisa.

Entonces los pájaros de los altos sauces reanudaron sus cantos, y el murmullo de ardillas listadas y ardillas corrientes llegó hasta ella. Se recostó contra el grueso tronco de un nogal y se dejó invadir por los innumerables sonidos del bosque tropical, mientras intentaba relajarse. Si las circunstancias hubieran sido diferentes, o si su esposo hubiera estado con ella, podría haber disfrutado de lo que la rodeaba o como mínimo lo habría apreciado y aceptado. Pero, tal y como estaban las cosas, no podía evitar sentirse incómoda, una intrusa desconfiada en los bosques elfos; no podía evitar sobresaltarse interiormente cada vez que escuchaba el chasquido de una rama.

Usha aspiró con fuerza, haciendo acopio de valor, y se regañó a sí misma por sentirse nerviosa. Elevó una silenciosa plegaria a los dioses ausentes para que su esposo tuviera éxito y regresara a su lado sano y salvo, y oró también para que encontrara el antiguo cetro, para que también ella estuviera a salvo, y los elfos comprendieran que ella y Palin eran quienes decían ser.

Usha no se sentía tan segura de sí misma como había aparentado al ofrecerse para quedarse allí. No estaba segura de que Palin encontrara lo que buscaba durante el breve espacio de tiempo de unas pocas semanas que le habían concedido los elfos; ni tampoco estaba muy segura de que el cetro existiera. Al fin y al cabo, podría tratarse tan sólo de un producto de la imaginación de un anciano senil.

Pero sí había algo de lo que estaba segura: no estaba sola. Los elfos que los habían detenido a ella y a Palin, y que no creían que ellos fueran realmente los Majere, seguían estando cerca.

A pesar de que sus capturadores habían abandonado el claro al marcharse Palin, seguía sintiendo sus ojos fijos en ella, y un curioso hormigueo por todo el cuerpo le decía que estaban vigilándola. Usha imaginó a los once arqueros con sus flechas apuntando hacia ella, e intentó parecer serena e indiferente, decidida a no darles la satisfacción de saber que la habían acobardado. Aplacó el temblor de sus dedos, clavó la mirada al frente, y ni pestañeó cuando de improviso escuchó una voz a su espalda.

—Usha... —El nombre sonó como una breve ráfaga de aire. Era la voz de la elfa, la cabecilla del grupo elfo—. Dices llamarte Usha Majere. —El tono era sarcástico y parecía un insulto—. La auténtica Usha Majere no violaría nuestros bosques. —La elfa penetró sin hacer ruido en el claro, pasando junto a la mujer, y los matorrales se agitaron ligeramente ante las dos, insinuando la presencia de los once arqueros.

—¿Quién eres? —inquirió Usha.

—Tu anfitriona.

—¿Cómo te llamas?

—Los nombres otorgan una leve sensación de poder, «Usha Majere». No te concederé poder sobre mí. Crea un nombre para mí, si crees que necesitas uno. Al parecer, los humanos necesitan poner etiquetas a todo y a todos.

—En ese caso me limitaré a no llamarte —repuso ella con un suspiro—. Simplemente te consideraré mi anfitriona, como deseas, nada más. No habrá intimidad, ningún indicio de amistad. Eso, supongo, también es una demostración de poder.

—Eres valiente, «Usha Majere», quienquiera que realmente seas. —La elfa esbozó una sonrisa—. Eso te lo concedo. Te enfrentas a mí. Te quedaste atrás mientras tu querido «esposo» se encamina a su perdición. Pero también eres estúpida, humana, pues existen muchas probabilidades de que jamás regrese, y entonces me veré obligada a decidir qué hacer contigo. No puedes quedarte con nosotros. De modo que ¿qué tendré que hacer contigo? ¿Dejar que caigas en manos del dragón, quizá?

—Palin tendrá éxito, y regresará. —Usha siguió mirando al frente—. Es quien afirma ser, igual que yo soy quien digo ser. Palin Majere encontrará el cetro.