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La elección que el Azul hizo de Kitiara fue muy sabia. Céfiro aprendió mucho de la humana y ascendió hasta el puesto de teniente primero de Skie y su compañera, una astuta guerrera llamada Kartilann de Khur. Estando juntos, nadie podía vencer al cuarteto, que condujo un ataque victorioso tras otro en el campo de batalla.

Hasta lo sucedido hacía muchísimo tiempo, durante la batalla de Schallsea.

La isla de Schallsea, reflexionó Khellendros, era el lugar de la tristeza definitiva y el punto de destino de la venganza, donde no hacía mucho tiempo había derrotado a Palin Majere y robado las valiosas reliquias. Donde los sueños morían y empezaban.

—No abandones la alabarda —oyó que repetía Malys. El gran Azul hizo como si no la oyera; después de todo, sus palabras no iban dirigidas a él, por lo que se concentró en sus recuerdos de la isla.

Habían transcurrido decenios. Khellendros y Kartilann encabezaban una batida sobre la isla. No existían motivos para temer a aquel enemigo inferior, ninguna razón para sospechar que pudiera producirse el desastre; pero la flecha de un francotirador mató a Kartilann, y poco más tarde también Céfiro resultó abatida. En medio de la tristeza de Khellendros, se produjo otra nueva transgresión de la tradición. En los ejércitos draconianos de la Reina Oscura siempre que el compañero resultaba muerto, dragón o humano, el que sobrevivía quedaba generalmente deshonrado. Y quedar deshonrado a los ojos de Takhisis era algo que el Azul no podía ni estaba dispuesto a tolerar. Perspicaz, el dragón hizo un pacto con Kitiara y formó rápidamente pareja con ella... en parte para honrar a Céfiro, en parte para salvar las apariencias ante la Reina de la Oscuridad.

Su asociación, nacida de las muertes de un dragón y un humano, de dos disoluciones, fue un golpe de genio creativo. Se complementaban con tal perfección que Khellendros y Kitiara al principio parecieron omnipotentes. Juntos condujeron al Ala Azul de conquista en conquista: Tarsis, Kharolis, las Llanuras de Ceniza y muchas más.

Dama Oscura, llamaban a Kitiara. Señora del Dragón.

Los humanos llamaban Skie a Khellendros. Un nombre impropio, que carecía de toda insinuación de poderío y que había llegado a despreciar; excepto cuando surgía de la boca de Kitiara.

La Dama Oscura se encontraba ante él ahora en su ensoñación, la figura perfectamente imaginada en medio de los vapores que se alzaban del abrasado suelo del Pico de Malystryx. Como un espejismo, la visión resultaba sedante a su espíritu. Pronto llevaría a Kitiara de regreso a Krynn y mantendría la promesa hecha. Pronto ya no tendría que asentir sin rechistar a las órdenes de la señora suprema Roja. Tendría a Kitiara, a quien quería más que a una hija...

—¡Khellendros! —La voz sonó como un temblor de tierra.

Dejó que la imagen de la mujer se desvaneciera y clavó la mirada en los humeantes ojos de la Roja.

—Sí, Malystryx. Tu plan tiene mérito. Unir a los dragones bajo una nueva Takhisis forjará una nueva época. —Una parte de él había estado escuchando.

—La Era de los Dragones —ronroneó Malys—. Esto ya no volverá a llamarse la Era de los Mortales.

—Esta ascensión tuya... —empezó el Azul.

—Precisará una magia excepcional —terminó ella por él—. Un objeto magnífico viene en estos momentos de camino hacia nosotros, transportado por un insignificante peón humano. Lo escoltarán más humanos para proteger la reliquia. La comandante Jalan conduce a los Caballeros de Takhisis, mis caballeros.

—¿Y necesitarás otra magia?

—Onysablet, Gellidus, incluso Beryllinthranox buscarán y facilitarán sus tesoros mágicos con mayor poder. Como debes hacer tú. Reúne la magia para mí: reliquias ancestrales llenas de poder arcano en bruto.

—Desde luego.

—Necesitaré la energía guardada en todas estas cosas para que me ayude en la transformación. —Sus ojos relucieron siniestros, y aparecieron pequeñas llamas en las comisuras de la inmensa boca—. Liberaremos la magia cuando hayamos reunido suficientes objetos y cuando sea el momento justo. La soltaremos en Khur.

El lugar donde Nadir había puesto sus huevos, se dijo Khellendros, donde Kitiara y él habían combatido en una ocasión codo con codo.

—Volveré a nacer.

El Azul asintió con la cabeza.

—Cerca de la Ventana a las Estrellas.

Khellendros conocía el lugar. En la antigüedad había servido como portal a El Gríseo, donde en el pasado podría tal vez haber encontrado con mayor facilidad a Kitiara. Era un lugar habitado por humanos.

—Cuando sea Takhisis, dominaré por completo a los humanos. Los aplastaré. Dejarán de existir los focos de resistencia. Nadie osará desafiarnos. Y nadie podrá esconderse. Ni siquiera la mayor de las criaturas que todavía...

—¿Como el Dragón de las Tinieblas que tanto te preocupa?

Un retumbo surgió de las profundidades del vientre de Malys.

—Ese bandido me desafía. Sigue eliminando dragones menores y obteniendo poder de sus cuerpos sin vida.

—Como todos nosotros hicimos durante la Purga de Dragones. Tú nos diste ejemplo. Nos mostraste el modo.

—Pero ordené el final de la purga.

—Y él no te obedeció.

—Lo encontraré —afirmó Malystryx, en un tono lo más desapasionado posible—. Ahora, o cuando me transforme en la nueva Takhisis, lo encontraré y me desharé de él. Sus poderes serán míos.

—¿Y los Dragones del Bien?

—Se unirán a mí. Los Plateados y los de Bronce, los de Cobre y los de Latón... Incluso los Dorados. Todos se unirán a mí.

—La mayoría morirán, creo yo, Malys.

—No todos ellos. —La Roja inhaló con fuerza y soltó aire despacio mientras contemplaba las volutas de humo que brotaban de sus ollares—. La vida les resultará más preciosa que la muerte, incluso la vida bajo mi mando. He estado muy ocupada haciendo planes y he identificado a aquellos a los que se puede convencer. Como verás, he estado trabajando. ¿Y tú, Khellendros? ¿Qué has estado haciendo en los Eriales del Septentrión?

—He estado controlando el territorio. He creado un ejército.

—¿Reuniendo seguidores? —inquirió ella con sequedad—. Sólo tienes a uno que resulte realmente prometedor.

—Ciclón.

—Un dragón ciego. --La voz de la Roja estaba llena de desprecio.

—Es muy competente.

—¿Capaz de gobernar los Eriales del Septentrión? —Khellendros entrecerró ligeramente los dorados ojos, pero Malys continuó—. ¿Es capaz de controlar Palanthas y de cuidar de los Caballeros de Takhisis o conducir legiones de cafres? ¿Puede crear los dracs que necesitamos? ¿Dominar todas las tribus insignificantes que plagan tu enorme desierto blanco y acosan a los dragones Azules que te sirven?

—¿Piensas reemplazarme por él, entregarle mi territorio?

Un atisbo de sonrisa apareció en las fauces de la señora suprema Roja.

—Desde luego —respondió con suavidad—. Igual que Ferno acabará por reemplazarme como señor supremo de este dominio.

Se irguió para sentarse sobre los cuartos traseros, y su cuerpo se alzó por encima de él, la testa tan alta como las cimas de los volcanes que circundaban su meseta.

—Pero yo no necesitaré un territorio concreto, ya que todo Ansalon será mío. Y, como Reina Oscura, necesitaré un rey. —Bajó los ojos para clavarlos en los de Tormenta—. Gobierna a mi lado. Tan sólo tu inteligencia y ambición son lo bastante grandes para complementar a las mías.

Khellendros levantó ligeramente la testa, aunque tuvo la sensatez de mantenerla bien por debajo de los ojos de ella.

—Me siento honrado, mi Reina. Y acepto. Entregaré mi territorio a Ciclón cuando llegue el momento.

—El momento no tardará en llegar. Ferno viene hacia mí ahora. Le contaré nuestro acuerdo. Heredará mis dominios. Luego tú y yo seremos los dueños de Krynn.

El Dragón de las Tinieblas se deslizaba sobre las corrientes de aire ascendentes que originaban las montañas del Yelmo de Blode, con el sol de la mañana refulgiendo sobre su lomo. Su largo y grueso hocico estaba lleno de dientes irregulares que parecían pedazos afilados de cuarzo humeante; los ojos eran de un gris brumoso con pupilas negras. Dos cuernos, también de un gris brumoso, se alzaban hacia arriba y atrás desde lo alto de la testa; cuernos más pequeños, como pedazos de ónice afilado, se desplegaban desde el puente de la nariz hasta lo alto de la cabeza, bordeando las mejillas. La cara inferior de las alas era la zona más oscura, negra como la medianoche, negra como un espíritu corrompido.