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Apoyado contra la pared de la caverna, el Dragón de las Tinieblas parecía encogerse. Dhamon alzó su arma y vio que los ojos de la criatura brillaban tenuemente; entonces una zarpa azabache surgió de las sombras de la cueva y cayó sobre él.

El impacto lanzó a Dhamon de espaldas contra el suelo. ¡Huye!, aulló Malystryx en su cabeza. ¡Sal de la cueva! La Roja comprendió que su adversario no era tan vulnerable como había pensado. Sin duda no había hecho más que evaluar la fuerza de su peón, mientras jugaba con Dhamon. ¡Huye!

El cuerpo del guerrero intentó inútilmente obedecer, pero los pies resbalaron en un charco de sangre negra, sangre que había derramado con su arma. Cayó de bruces, y la ardiente alabarda se escapó de sus dedos. Agitó las manos, buscando con desesperación el arma. Tenía el rostro en medio de la sangre, y sus ojos se llenaron de ella mientras se revolvía como un pez.

De improviso su cuerpo quedó inmovilizado, sujeto firmemente por una zarpa negra. El Dragón Rojo que ocupaba su mente obligó a su cabeza a girar a un lado para impedir que Dhamon se ahogara.

—No triunfarás en este día, Malystryx —susurró el Dragón de las Tinieblas—. Aunque este hombre me hirió, me hirió mucho más de lo que hizo tu marioneta Roja. —Su voz era áspera y ponzoñosa—. Tal vez deberías escoger mejor a tus títeres... o aprender a usarlos mejor. —El dragón se sentó sobre sus cuartos traseros y cerró la garra derecha alrededor de la forcejeante figura de Dhamon. Lo alzó del suelo y lo acercó a sus grises ojos.

La negra armadura estaba cubierta de sangre negra, al igual que el rostro y los cabellos, y los ojos parpadeaban enfurecidos. La lengua del reptil apareció por una comisura y lamió la sangre del rostro del guerrero. Acto seguido el dragón volvió a crecer, una sombra intensa que ocupaba toda la estancia.

—Un caballero más que eliminar hoy —comentó el oscuro dragón—. Un caballero menos para ti, Malystryx.

La criatura alzó la otra garra, deslizó un curvada zarpa por las piernas de Dhamon y empezó a arrancarle piezas de la armadura.

—Acabaré con todos tus caballeros —continuó—. Uno a uno, despellejaré a todo tu ejército. Me comeré a tus hombres, Malystryx, y mataré a tus dragones. Con sus energías, me volveré más y más poderoso.

Dhamon escuchó el ahogado tintineo de la prestada armadura a medida que una pieza tras otra golpeaba el suelo bañado en sangre. A continuación siguió la túnica negra. Sintió la frialdad del aire alrededor de su cuerpo, ahora desnudo, y el helor del aliento del dragón.

El rostro del Dragón Rojo desapareció de la estancia y la negra boca del Dragón de las Tinieblas ocupó el campo visual de Dhamon. Los dientes diamantinos se aproximaron amenazadores, abriéndose y cerrándose con un chasquido, cuyo estridente sonido resonó en la habitación. Desde aquel lugar oculto en su mente, Dhamon no sintió temor, únicamente alivio porque ahora ya no se vería obligado a hacer la voluntad de Malys y tristeza por las acciones que se había visto obligado a cometer. Ahora ya no tendría ninguna oportunidad de redimirse.

La lengua del Dragón de las Tinieblas recorrió la pierna del hombre para saborear la sangre y la sal de su carne, pero al tocar la escama roja del muslo retrocedió al instante.

—Malystryx —musitó—, controlas a este hombre mediante la magia.

Aunque permaneció en silencio, la enorme señora Roja estaba colérica en la mente de Dhamon. Los volcanes de su meseta vomitaron lava, pero la bendita intensidad del calor no consiguió mitigar su malhumor. Y no podía hacer nada para paliar la pérdida de la antigua y valiosa alabarda. Los otros señores supremos tendrían que llevarle más objetos mágicos ahora. Y, una vez que se convirtiera en Takhisis, su primera acción consistiría en eliminar al Dragón de las Tinieblas, despellejarlo, como él había hecho con la armadura de Dhamon. Pensaba matarlo despacio y entre dolores atroces.

—Esta escama —murmuró el dragón—. Un hechizo interesante. —Alzó a Dhamon—. Unida a él, introduces tu mente en su cuerpo. Te has convertido en un poderoso parásito, Malystryx. Si se retira la escama, se rompe el vínculo, y entonces él muere. Pero el parásito continúa viviendo en otra parte.

El Dragón de las Tinieblas soltó un profundo suspiro. Se inclinó hacia adelante y presionó a Dhamon contra el suelo, sobre el charco de sangre. La criatura lo sostenía ahora con suavidad con una garra, en tanto que una zarpa de la otra tamborileaba blandamente sobre la escama.

—Debilita el vínculo, y él vive.

Un dolor insoportable recorrió la pierna de Dhamon. Oleada tras oleada inundó todo su cuerpo, y él apretó los dientes y se retorció.

Malystryx echó la testa hacia atrás y lanzó un chorro de fuego al cielo. El rugido de su derrota fue acogido con el retumbo de los volcanes. Las montañas se estremecieron, y su meseta tembló violentamente.

—Estropea la escama, y él vive —observó el Dragón de las Tinieblas.

El dolor se intensificó, y Dhamon se esforzó por no perder el conocimiento.

Malystryx extendió las alas de color sangre, las batió con furia y se elevó por los aires. Torció la monumental testa hacia abajo, en dirección al suelo cubierto de lava, y, abriendo las fauces, lanzó una rugiente bola de fuego. Las llamas chocaron contra la lava, y las salpicaduras lamieron su cola.

Dhamon profirió un alarido de dolor cuando su capturador hundió una afiladísima garra en la escama de su pierna y la partió en dos.

El caballero se retorció sobre la fría sangre, revolcándose y arañando el suelo de piedra hasta que el dolor disminuyó para convertirse en una punzada sorda. Aspiró grandes bocanadas de aire y se esforzó por sentarse.

Se limpió la sangre de los ojos y miró con los párpados entrecerrados. La estancia estaba oscura, pero un suave resplandor gris brotaba del Dragón de las Tinieblas, bañando el lugar con una luz surrealista.

—Ha llegado la hora de tu expiación —anunció el dragón.

—¡Ha llegado la hora de tu muerte, dragón! —tronó una voz desde la entrada de la cueva.

11

Magia de dragón

Gilthanas estaba de pie justo pasado el umbral de la cueva, espada en mano, la larga melena rubia ondeando alrededor de su severo rostro. Tras él, llenando prácticamente la entrada, había un Dragón Plateado.

—¡Suelta a Dhamon Fierolobo, o morirás! —ordenó Gilthanas. El elfo, sin demostrar ningún temor, apuntó con la espada al Dragón de las Tinieblas. La aguda visión elfa de Gilthanas le permitía ver en la casi total oscuridad de la cueva, y distinguir a Dhamon sentado desnudo en un charco de sangre a pocos centímetros de las garras del dragón.

Dhamon parpadeó y se volvió hacia el elfo. Abrió la boca pero no pudo hablar, pues tenía la garganta totalmente reseca. Se incorporó con un terrible esfuerzo; las piernas parecían trozos de plomo. Dio unos cuantos pasos para acercarse más al dragón y se irguió.

—Dhamon —dijo Gilthanas—, ven hacia mí.

Dhamon negó con la cabeza, tragó con fuerza, e intentó llevar algo de saliva a su boca. «Gilthanas —articuló en silencio—, aguarda.»

—No he hecho daño a este hombre —manifestó el Dragón de las Tinieblas, con voz inquietante y áspera.

«La voz de un anciano», pensó Gilthanas. Pero no la voz de un dragón débil, comprendió el elfo. Él y Silvara habían hablado brevemente con los ciegos habitantes del poblado cuando llegaron a Brukt en busca de Dhamon. Allí averiguaron que el Dragón de las Tinieblas había matado a los Caballeros de Takhisis y que Rig y los otros seguían el rastro de Dhamon.

—Lo cierto es que he salvado a este hombre —continuó el dragón—. Y no te haré daño... a menos que me obligues a ello. —Las escamas traslúcidas rielaron, y la criatura pareció encogerse, sólo lo suficiente para poder maniobrar mejor en la estancia. Se deslizó junto a Dhamon y estiró el cuerpo hacia Gilthanas—. Desearía hablar con tu compañero plateado.