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—¡Vaya, eso es muy astuto! —chirrió la kender—. Está haciendo una escalera. Quizá yo podría...

Un mirada furibunda de Dhamon y Jaspe la hizo callar.

Rig sacó otras dos dagas y las hincó en el casco un poco más arriba. Luego se encaramó en los primeros cuchillos y subió hasta los dos situados más arriba. Manteniendo un equilibrio precario, encajó otro par, y continuó la ascensión, usando los improvisados asideros que había creado; al cabo de unos minutos ya se había quedado sin dagas, pero se encontraba en lo alto. Desapareció por encima de la barandilla.

—No creo que deba estar ahí arriba él solo —musitó Ampolla inquieta—. Me gustaría poder disfrutar un poco de la diversión.

La cuerda cayó sobre el costado, al igual que una escala de cuerda que los caballeros probablemente usaban para subirá bordo. Rig se inclinó sobre la barandilla e hizo señas a Groller. El semiogro señaló el saco situado bajo Ampolla y Jaspe, y Dhamon lo sacó fuera y lo ató con sumo cuidado a la cuerda.

Acto seguido, Dhamon trepó por la escala y, mientras lo hacía, recuperó dos de las dagas de Rig, que introdujo en su cinturón junto a la espada larga. Guió el saco durante el trayecto por el costado del barco, con cuidado para que no rascara contra el casco y se rompieran las jarras del interior; luego ayudó a Rig a pasarlo por encima de la barandilla y se unió al marinero sobre la cubierta.

—Haremos lo mismo que antes —musitó Rig.

Miraron en dirección a estribor, donde había casi dos docenas de Caballeros de Takhisis apoyados contra la barandilla, observando el fuego.

—No lo creo —repuso Dhamon en tono quedo. Señaló la parte central del barco y luego indicó el palo mayor, donde había un caballero encaramado en la torre de vigía. El hombre había descubierto su presencia.

—¡Piratas! —aulló el centinela, desviando al instante la atención de todos del incendio. Agitó los brazos para señalar a Rig y a Dhamon.

—¡Necesitamos un poco de ayuda! —gritó el marinero por encima de la borda; luego fue a coger sus dagas—. ¡Maldita sea! Las utilicé todas.

—¡Toma! —Dhamon le pasó los dos cuchillos que había recuperado y se lanzó al frente para responder a la carga de los primeros tres caballeros. «Esto es un suicidio», se dijo. Se agachó bajo un amplio mandoble circular y lanzó hacia arriba su larga espada. La hoja se hundió en uno de sus atacantes, y Dhamon se apartó de un salto para esquivarlo cuando éste se desplomó sobre la cubierta.

No saltó lo bastante lejos, y el cuerpo del caballero lo derribó en su caída. Dhamon se escurrió de debajo del cadáver y se incorporó de un brinco justo cuando uno de los otros dos caballeros le lanzaba una estocada contra el muslo. Dhamon dirigió su arma hacia un caballero cubierto con una cota de malla negra, pero el acero rebotó en la armadura, y él retrocedió varios pasos. Los dos caballeros que se abalanzaban sobre él vestían cota de mallas; otros cuatro vestidos con cuero se encontraban en algún lugar detrás de él.

—Es un suicidio —repitió en voz baja.

Varios metros a su espalda, Rig libraba batalla con una pareja de caballeros sin armadura. Un tercero yacía en el suelo con dos dagas sobresaliendo de su pecho. El marinero le había arrebatado una espada al cadáver y detenía con gran destreza los mandobles de sus adversarios al tiempo que les lanzaba toda suerte de improperios.

El tronar de más pasos bajo cubierta hizo que Dhamon tragara saliva con fuerza. Él era bueno con la espada, pero estar en una desigualdad tan abrumadora era otra cosa. Y un barco de aquel tamaño tendría docenas de hombres a bordo... sin mencionar las docenas de esclavos encadenados en la bodega y en las portillas de los remos. Un suicidio sin lugar a dudas.

—¡Oh, no, no lo haréis! —reprendió Ampolla—. ¡Dejad tranquilo a Dhamon! —La kender había trepado hasta la cubierta y acribillaba con gran puntería a los caballeros que atacaban a su amigo. Una colección de conchas marinas que había recogido en alguna parte golpearon sus nucas.

Los hombres alzaron las manos para protegerse de la descarga, lo que dio a Dhamon una oportunidad. Asestó una patada a uno de ellos que lo impulsó hacia atrás y lo hizo empalarse en la espada extendida de uno de los cuatro caballeros que avanzaban hacia él. Al mismo tiempo, descargó un violento mandoble al de su izquierda y atravesó los eslabones de la malla hasta llegar a la carne. El caballero aulló, y Dhamon prosiguió adelante con una profunda estocada que hundió su espada en el vientre del adversario.

Mientras Dhamon tiraba de su arma para soltarla, Feril pasó veloz por su lado. La kalanesti se dirigía al mástil, por el que descendía el hombre que había ocupado la torre de vigía. Con la agilidad de un mono, la elfa trepó por las jarcias y pateó al hombre. Éste se aferró con fuerza al mástil y desenvainó la espada, pero ella siguió asestándole patadas feroz y reiteradamente, hasta que hombre y espada cayeron a cubierta.

—¡Larga la vela mientras estás ahí arriba! —le gritó Rig.

Ella se quedó inmóvil.

—¡Despliégala! —rugió el marinero—. ¡Suéltala para que atrape el viento!

Un cuarteto de caballeros atrajo la atención de Dhamon de nuevo hacia la batalla. Éste adivinó que, contando los que acababan de subir de abajo, debía de haber al menos tres docenas sobre cubierta con los que luchar. Retrocedió hacia la barandilla, interceptando golpes, aunque uno se abrió paso por entre sus defensas y le hirió el brazo.

—¡Salta al agua! —gritó uno de los caballeros.

Dhamon no tenía intención de saltar por la borda; tan sólo deseaba sentir la barandilla en la espalda. A varios metros de distancia, descubrió a Fiona, con la armadura reluciendo bajo la luz de los faroles dispuestos alrededor de la cubierta; la dama le daba la espalda a Rig, y ambos mantenían a raya a otro cuarteto de caballeros. Más caballeros se agolpaban a su alrededor, en busca de una brecha.

—¡Las carracas! —chilló Feril desde las jarcias—. Están desplegando sus velas. ¡Las tres!

Rig farfulló una retahila de juramentos.

—¡Vamos a tener más compañía de la que podemos manejar! —aulló. En voz casi inaudible añadió:— No creí que todos ellos fueran a venir hacia aquí.

—¡Acabemos deprisa con este combate! —indicó Fiona.

—¿Acabarlo? —La voz pertenecía a Jaspe. El enano pasó torpemente por encima de la barandilla y hurgó en el saco que llevaba atado a la cintura. Groller apareció detrás de él y se encaminó al centro de la nave—. ¿Acabarlo? Ellos acabarán con nosotros. —Sacó el Puño de E'li del saco y lo descargó contra la pierna de un enemigo que se aproximaba. El hombre se dobló al frente, y Jaspe abatió el Puño sobre su cabeza. Hizo una mueca de satisfacción al escuchar el sonido del cráneo al partirse. El enano pasó por encima del cuerpo y se introdujo en la contienda.

—¡El semiogro! —bramó un caballero—. ¡Y un ergothiano! ¡Éstos son los que vinimos a buscar! ¡Y han venido directamente a nosotros! ¡Matadlos a todos! ¡Malys nos recompensará!

Groller detuvo la carga de dos caballeros, arrojando a uno por la borda y abalanzándose luego sobre el otro, al que inmovilizó sobre la cubierta. Sus enormes manos encontraron la garganta del enemigo y apretaron. El hombre se debatió unos instantes y luego se quedó inmóvil.

El semiogro se apartó del cuerpo y recibió una cuchillada en el brazo. Era un corte profundo, que le hizo lanzar un alarido al tiempo que utilizaba el brazo sano para asestar un puñetazo a su atacante. El hombre quedó momentáneamente aturdido, y Groller pateó al adversario en el pecho primero; acto seguido sacó la cabilla del cinturón para golpear con ella la sien del caballero. Otros cuatro hombres se dirigieron hacia él.

—¡Podemos ganar! —gritó Rig por encima del estrépito de las espadas.

—¡Perder no es una alternativa que quiero considerar! —respondió la kender. Había trepado al cabrestante y arrojaba conchas, piedras y botones, y toda una variedad de cosas curiosas con su honda. Cogió por sorpresa a un par de caballeros, lo que permitió a Rig ganar tiempo con su alfanje. La kender buscó entonces con la mirada a Dhamon.