—¡Está ardiendo! —se oyó gritar a una voz a estribor de la proa, desde la cubierta de una de las carracas. Las tres naves estaban cada vez más cerca; llegarían junto a la galera en cuestión de segundos.
—¡Tirad el ancla! —ordenó alguien—. ¡No os acerquéis demasiado! ¡Enviad botes hasta ella!
Dhamon oyó gemir a Rig y las botas de Fiona pisoteando la sangre.
—Rig, quédate aquí —le indicó la dama—. Tengo que ayudar a Jaspe. Lo veo, a duras penas, detrás del palo mayor.
Dhamon devolvió su atención al caballero alto. Éste había soltado el escudo y recogido una espada más pequeña, que empuñaba con la otra mano. Balanceaba las dos espadas ante sí creando un reluciente tapiz de acero.
—No saldrás de este barco con vida —siseó el caballero. Su voz era profunda. Había sido uno de los últimos en subir a cubierta, y por la insignia ensangrentada de su capote quedaba claro que era un subcomandante.
—Lo siento, pero me tengo que ir —replicó Dhamon.
—Oh, ya lo creo que te vas. Te vas a ir directo al Abismo. —El hombre lanzó una carcajada, una risa profunda y gutural que se elevó por encima del chisporroteo de las llamas—. ¡Qué lástima que no estés vivo para contemplar el retorno de Takhisis!
Una humareda cayó sobre el caballero y Dhamon, y sintieron el ardor del fuego que consumía veloz a la nave. El hombre atacó con la espada larga, al tiempo que echaba hacia atrás la otra. Dhamon dio un salto y giró, inviniendo sus posiciones de modo que era ahora el caballero quien estaba de espaldas al fuego.
Dhamon miró más allá de su oponente. Toda la popa del barco estaba en llamas. La vela que Feril había desplegado estaba encendida e iluminaba el cielo nocturno amén de disipar la escasa neblina que permanecía aún en el puerto.
Ampolla se encontraba junto a la hoguera, disparando jarras con una pequeña ballesta a las carracas que se acercaban. En las bocas de los recipientes había trapos encendidos, y Dhamon comprendió, con una curiosa indiferencia, que la kender era la responsable del incendio iniciado en la galera.
Más hombres subían apresuradamente a la cubierta, aunque éstos no vestían la librea de los Caballeros de Takhisis. Estaban muy delgados, y se cubrían con ropas sucias y desgarradas. Feril y Usha los conducían por entre las llamas. La kalanesti tosió mientras indicaba algo a Usha; luego señaló hacia la barandilla.
—¡Ampolla! —chilló—. ¡Nos vamos!
A su espalda, la kender lanzó dos jarras más y se encaminó hacia la borda.
Detrás de la galera había dos carracas. Una se había incendiado y ardía con fuerza. Dhamon distinguió sus velas llameantes. La tercera carraca se había detenido a una distancia prudencial y arriaba botes para rescatar a los caballeros y esclavos.
Si Dhamon podía acabar con aquel hombre, él y los otros conseguirían huir a la relativa seguridad del pequeño bote de pesca. Cuando avanzaba hacia él, distinguió a Jaspe con el rabillo del ojo.
El enano se encontraba entre el palo principal y el de proa. Sostenía el cetro extendido en una mano y lo balanceaba despacio a un lado y a otro entre dos caballeros cubiertos con armadura; los hombres observaban al enano, pero no hacían la menor intención de atacarlo. Entonces Dhamon descubrió a Fiona, que iba en ayuda de Jaspe. La solámnica atrajo la atención de uno de los hombres, y éste se lanzó al ataque.
—Hemos de darnos prisa, Jaspe —gruñó la dama, parando la estocada del caballero—. Este barco no se mantendrá a flote durante mucho más tiempo. Ampolla se ha ocupado de ello.
Como para confirmar la veracidad de sus palabras, un pedazo de vela en llamas se soltó y revoloteó hasta la cubierta justo detrás de sus atacantes. El fuego se extendió a la madera, aumentando las llamaradas que envolvían la nave. Aquello puso fin a la situación de estancamiento en que se encontraban el enano y el caballero más próximo a él. El guerrero lanzó un bufido y avanzó hacia Jaspe.
Fiona aventajaba a su enemigo, que se movía con lentitud a medida que el humo se espesaba.
—¡Te perdonaré la vida! —ofreció la mujer, a la vez que esquivaba una estocada dada con muy poca puntería. El hombre sacudió la cabeza, como si intentara despejar sus sentidos—. ¡Te concederé la vida, si sueltas la espada! —repitió.
El caballero volvió a negar con la cabeza y lanzó una estocada baja. El golpe rebotó en su espada, y ella dirigió su arma a una abertura donde el peto se unía a una corta falda de malla. El hombre cayó al frente, la dama tiró de su espada para soltarla y fue a ayudar al enano.
Debido a que Jaspe era mucho más pequeño, el caballero que lo atacaba tenía dificultades para penetrar en sus defensas; cada vez que el hombre lanzaba una estocada al pecho del enano, éste levantaba el Puño, y en cada ocasión la hoja rebotaba inofensiva sobre la mágica madera.
—¡No tenemos tiempo para esto! —gritó Fiona. Tosía ahora, y agitaba la mano ante los ojos para apartar el humo—. ¡Ve hacia la borda, al bote de pesca! ¡Ayuda a Rig a saltar! Está herido de gravedad, Jaspe. Y creo que Groller está muerto.
Jaspe no discutió la orden, pues sabía que la mujer podía ocuparse del caballero mucho mejor que él. Mientras se encaminaba a la barandilla, resbalando en la sangre, saltando por encima de los cadáveres, el enano oyó el sordo tintineo de la espada de Fiona sobre la espada y armadura de su adversario. El entrechocar de metales mantenía un cierto ritmo, pero de repente el ritmo se detuvo, y a través del crepitar de las llamas escuchó un golpe sordo. Fiona tosió, sus botas repiquetearon sobre la cubierta, y el enano suspiró aliviado. El Caballero de Takhisis había muerto.
Rig estaba arrodillado, agarrado a la barandilla, la respiración ronca y entrecortada. El enano buscó desesperadamente la escala de cuerda por la que había trepado; pero ésta se encontraba demasiado lejos, hacia la popa de la nave, que ahora parecía una bola de fuego.
—Tendremos que nadar. Al menos tú tendrás que hacerlo —dijo el enano—. Yo no sé. Pero a lo mejor podré evitar hundirme como una roca.
El enano alzó el Puño de E'li y, abatiéndolo sobre la barandilla, rompió una parte, que fue a caer al agua.
—Eso flota. Y puede que con su ayuda también flote yo.
El marinero levantó la cabeza, los ojos enrojecidos por el humo.
—Yo sé nadar. Te ayudaré.
«No en tu estado», pensó Jaspe. Ayudó a Rig a pasar sobre la barandilla, de modo que el marinero quedó colgando como un saco de harina, balanceándose en el aire. El enano buscó con la mirada el bote de pesca. La oscura humareda gris procedente de la galera se mezclaba con la tenue neblina, y en un principio no consiguió ver nada.
Pero por fin descubrió entre el humo algunas personas en el agua: los esclavos que Feril y Usha habían rescatado, que chapoteaban alejándose de la galera. Y luego distinguió el trozo de barandilla que flotaba en el agua.
—Mi espada —jadeó Rig—. He de recuperar mi espada. No puedo perder otra.
—¡Furia! --llamó el enano, sin hacer caso al marinero—. ¡Ampolla!
Al cabo de un momento le respondieron los ladridos frenéticos del lobo.
—Jaspe! ¡Estamos aquí abajo! —Era la voz de la kender—. ¡Estamos en el bote!
De modo que la barca estaba en algún lugar allí abajo. No podía hallarse demasiado lejos si él conseguía oírla con tanta claridad. Jaspe introdujo el Puño en el saco que llevaba a la cintura, asegurándose de que no lo perdería, y luego empujó a Rig por la borda. El enano echó un rápido vistazo a la cubierta. Feril estaba cerca de la proa, alzando la cadena del áncora como una posesa a la vez que instaba a saltar al resto de los esclavos liberados. Usha se recogió las faldas y saltó por la borda.
Dhamon no estaba muy lejos, forcejeando con un caballero alto.
«Debería ayudarlo —pensó Jaspe—. Pero entonces Rig podría ahogarse.» El enano saltó al agua detrás del marinero, mientras rezaba a los dioses ausentes para que no permitieran que se hundiera.