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Fiona tosía inclinada al frente. Apenas si podía ver más allá de unos centímetros de distancia, pero sabía adonde dirigirse. Oyó el entrechocar del acero. Dhamon seguía combatiendo con el caballero alto; era el único combate que seguía adelante. Se quitó algunas piezas de la armadura y avanzó tambaleante hacia el sonido.

Ambos contendientes estaban cubiertos de sangre. El caballero alto utilizaba dos armas; interceptaba la espada de Dhamon con su espada más larga y le lanzaba estocadas al pecho con la otra más corta.

La túnica del antiguo Caballero de Takhisis estaba empapada en sangre, y la dama se dio cuenta de que casi toda era de él, ya que el capote de su adversario seguía prácticamente inmaculado. Se arrancó el peto, lo dejó caer sobre cubierta, y corrió hacia ellos, para detenerse justo detrás de Dhamon.

—Eso no es justo —masculló el caballero alto—. Dos contra uno. No hay honor en eso.

—¡No consideraste que fuera injusto cuando luchabas contra mi amigo! —escupió Fiona.

—¿El hombre negro? —rió él—. Malys quiere al ergothiano muerto. Pero, en cuanto a ti —inclinó la cabeza hacia Dhamon—, quiero un combate honorable contigo.

—No esta vez —replicó Dhamon. Dejó que Fiona detuviera la espada larga de su adversario, en tanto que su arma se estrellaba contra la otra más corta. Dhamon giró torpemente y hundió el acero en el costado del hombre; la hoja se hundió sólo unos centímetros, pero el dolor fue suficiente para hacer que el caballero echara un vistazo a la herida. Fiona se adelantó y le lanzó una estocada al pecho; luego se agachó y acuchilló las piernas, pero la espada golpeó láminas de negro metal que repiquetearon con un sonido agudo. El hombre retrocedió y agitó las espadas violentamente ante ellos para mantenerlos a distancia.

—¡Te concederé la vida! —gritó Fiona—. ¡Suelta las armas!

El caballero soltó un grito gutural y se abalanzó sobre ellos. Fiona se adelantó para ir a su encuentro, en tanto que Dhamon se deslizaba a un lado y, alzando su larga espada por encima de la cabeza, la abatía con todas las fuerzas que le quedaban en los brazos. El acero se hundió en el hombro de su oponente. Dhamon tiró de él para soltarlo y volvió a golpear. Con un gemido, el caballero soltó la espada más corta y siguió combatiendo sólo con la más larga.

El caballero negro dedicó a Fiona una sonrisa tensa y maniobró para colocarse a un lado, donde pudiera verlos tanto a ella como a Dhamon. El humo que lo envolvía era muy espeso, y el hombre boqueaba en un intento de llevar aire a sus pulmones. También la dama tenía problemas para respirar, y Dhamon señaló en dirección al costado del barco. «¡Ve!», articuló en silencio.

—¡No sin ti! —respondió ella, sacudiendo la cabeza.

Medio asfixiado por el humo, Dhamon avanzó más torpemente ahora, balanceando la espada en un amplio e irregular arco. Su adversario retrocedió para colocarse fuera del alcance del arma, y él recuperó el equilibrio y alzó la espada. Al ver que el caballero buscaba una oportunidad de atacar, Dhamon le concedió la ilusión de una.

El hombre avanzó e hizo descender su arma; en el último momento posible, Dhamon se adelantó hacia él y penetró bajo el arco descrito por la espada. La larga hoja hirió a Dhamon en el hombro, pero el acero de éste se hundió en el costado herido de su oponente. El antiguo Caballero de Takhisis tiró hacia atrás de la espada y volvió a clavar la hoja, y el hombre se desplomó sobre él.

Fiona apareció al instante, tosiendo, jadeando, y apartó al caballero muerto de encima de Dhamon al tiempo que tiraba de este último en dirección a la barandilla.

—¡Hemos de abandonar el barco! Está escorándose. ¿No lo notas?

Ella tenía razón. La cubierta se inclinaba hacia un lado, como si el barco hiciera agua; y, además, la nave se dirigía a la orilla. Sin duda el ancla de proa se había soltado.

Dhamon se apoyó en Fiona unos instantes, y ambos se agarraron a la barandilla cuando la nave se detuvo con un crujido que compitió con el rugir de las llamas.

—¡Ha chocado con otro de los barcos! —jadeó Fiona. La galera volvió a dar un bandazo, y la solámnica trastabilló. Dhamon la sujetó y la inclinó sobre la barandilla, donde podía respirar un poco de aire fresco.

—Tú primero —indicó, agitando el brazo—. Te seguiré.

La dama forcejeó con las últimas piezas de metal de sus brazos, luchando por soltar las sujeciones, y luego arrojó el casco al suelo. «Debería haberlo dejado todo en el pantano», pensó. Cuando la última pieza de su armadura hubo caído sobre la cubierta, envainó la espada y acto seguido saltó al agua.

—Te seguiré en cuanto encuentre a Groller —gritó Dhamon. Cerró los ojos e imaginó la cubierta. Luego se dejó caer a gatas y se arrastró al frente, representándose mentalmente el palo mayor, el mástil de proa, y el lugar donde había visto caer al semiogro entre los dos. Muerto o no, Dhamon pensaba llevarse con él a Groller.

Las manos del guerrero toparon con un cuerpo tras otro, ninguno tan grande como el que buscaba, todos ellos ataviados como los caballeros de la Reina de la Oscuridad. Se arrastró sin pausa por encima de ellos, resbalando en la sangre y cortándose los dedos en las armas caídas. Le parecía como si llevara horas gateando; el pecho le ardía, los ojos le lloraban, y tenía el cuerpo dolorido a causa de una docena de heridas.

Se sentía débil, mareado por la falta de aire y la pérdida de sangre, cuando llegó junto a un cuerpo de gran tamaño.

Estaba boca abajo y ensangrentado. Con un gran esfuerzo, Dhamon consiguió darle la vuelta, pasó los dedos por los largos cabellos, palpó los anchos hombros y llegó al rostro del hombre. Sus manos encontraron la amplia nariz y la gruesa frente de Groller; entonces, agachándose más, palpó la desgastada túnica de cuero, ahora desgarrada y cubierta de sangre.

—Tienes que estar vivo —rezó Dhamon. Apretó la mejilla contra la nariz del semiogro, sin notar nada al principio. Luego, de un modo apenas detectable, percibió un atisbo de respiración débil. La sensación no lo alegró; había atendido a demasiados heridos en los campos de batalla y su experiencia le decía que el semiogro agonizaba.

Se incorporó con dificultad, sosteniendo a Groller por las axilas, y avanzó tambaleante en dirección a la barandilla, arrastrando al semiogro con él. El regreso resultaba más fácil, pues la cubierta estaba inclinada en aquella dirección.

—¡Dhamon! —Alguien lo llamaba, una mujer. Era un voz queda, y no podía averiguar a quién pertenecía. ¿Feril? ¿Usha? No era la kender; la voz de Ampolla era más infantil. Tal vez fuera Fiona.

Forcejeó con el cuerpo de Groller y consiguió levantarlo y apoyarlo contra la barandilla. Pasó una de las piernas por encima de la borda, la que lucía la escama ennegrecida, que brillaba por entre los numerosos cortes de sus polainas. Era uno de los pocos lugares que no estaba manchado de sangre. El semiogro era muy pesado, y Dhamon se sentía cada vez más débil; lo alzó, y la barandilla se partió bajo el peso de ambos. El caballero sujetó con fuerza a Groller, y juntos fueron a parar al agua.

Sintió que se hundía, ya que el peso del semiogro lo arrastraba hacia el fondo; pero Dhamon agarró con firmeza a su compañero y agitó las piernas con energía. El agua salada le provocó un fuerte escozor en las heridas y ayudó a reanimarlo. Pareció dotarlo de un estallido de renovadas fuerzas. Oyó sonidos a través del agua, cosas que no podía describir pero que imaginó eran trozos de la galera que caían a las aguas del puerto. Entonces, de improviso, su carga se tornó más ligera. Alguien lo ayudaba a subir a Groller.

La cabeza de Dhamon salió a la superficie, y el caballero respiró hondo. Feril nadaba a su lado y lo ayudaba a mantener la cabeza de Groller por encima de la superficie.

—Se muere —consiguió articular él.

Ella agitó un brazo y silbó, y Dhamon escuchó el chapoteo de unos remos. Al cabo de un instante divisó el pequeño bote de pesca abriéndose paso por entre la niebla y el humo. Jaspe se inclinó sobre el costado y extendió las manos en dirección al semiogro.