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El enano estaba chamuscado y empapado, a la vez que agotado. Su rostro aparecía curiosamente blanquecino a la luz del fuego.

—Acércalo más —jadeó. Furia sacó la cabeza por el costado del bote y aulló. El lobo intentó saltar al agua, pero los brazos de Fiona lo tenían inmovilizado.

—¿Se encuentra bien Groller? —preguntó Ampolla.

Feril y Dhamon consiguieron con un gran esfuerzo subir al semiogro y colocarlo sobre la borda del pequeño bote. Jaspe tocó el rostro de su amigo, cerró los ojos, y se concentró para localizar de nuevo la chispa curativa. Había dedicado los últimos minutos a ocuparse de Rig, a la vez que se esforzaba por sujetarse al pedazo de barandilla flotante mientras esperaba que la barca de pesca acudiera a rescatarlos.

El marinero había sido gravemente herido, y el enano necesitó casi toda su energía para curar las heridas de mayor gravedad y conseguir mantener a Rig con vida. También Jaspe estaba herido, al igual que Fiona, pero ninguno de los dos corría peligro de muerte.

Groller era otra cosa. El enano instó a su chispa interior a crecer, mientras buscaba la familiar esencia vital del semiogro. Era débil y difícil de localizar, como un rescoldo que empezaba a enfriarse. Groller abandonaba Krynn, igual que Goldmoon había abandonado el mundo. Jaspe comprendió que el semiogro estaba mucho más grave de lo que había estado en la cueva. A su espalda Furia volvió a aullar, forcejeando con Fiona y ahora también con Ampolla, que la ayudaba a contener al lobo.

—Molestarás a Jaspe —lo reprendió la kender—. Quédate aquí.

La mejilla de Groller resultaba anormalmente fría bajo los dedos del enano.

—No —musitó éste—. No te perderé a ti, también. No puedo. —El enano apenas si se sujetaba al borde del bote ahora, todos sus esfuerzos dedicados a su conjuro curativo—. No te me mueras. Te salvé una vez y puedo volver a hacerlo. —Escuchó su propio corazón latiendo, tronando por encima de los lejanos sonidos del fuego y los gritos de los hombres. Palpitaba al ritmo de las picadas aguas que golpeaban los costados de la barca, y el enano se concentró en ese ritmo para hacer crecer la chispa.

Sintió cómo un calorcillo emanaba de su pecho y se deslizaba por el brazo hasta los dedos y de allí al rostro de Groller. Notó entonces que el bote daba un bandazo.

—¡Jaspe! —oyó gritar a Fiona—. ¡Sujétate a la barca!

No hizo el menor movimiento para obedecer pues no deseaba interrumpir el conjuro. Sintió cómo la mano libre tocaba el agua y luego se hundía en ella. Cayó por el borde de la barca y empezó a hundirse, pero no realizó ningún esfuerzo por mantenerse a flote. Todo iba dirigido a la chispa y a salvar a Groller.

Entonces Jaspe oyó cómo el semiogro lanzaba un respingo y sintió que Feril lo agarraba por los gordezuelos brazos. Las piernas de la kalanesti pataleaban con fuerza en el agua. El enano abrió los ojos violentamente, y vio que Dhamon ayudaba a Fiona y a Usha a introducir a Groller en el bote. Fiona saltó al agua para hacer sitio al semiogro; luego sus manos se unieron a las de Feril para alzar a Jaspe fuera del agua, al que situaron en el centro del bote junto a Groller y a Rig.

—Jas... pe buen sanador —oyó murmurar al semiogro, mientras se sumía en un profundo sueño.

Feril, Dhamon y Fiona nadaban al costado de la barca. Los esclavos liberados estaban a su alrededor en el agua; algunos se agarraban al borde del bote, otros a pedazos flotantes de barandilla.

—¿Ahora qué? —inquirió Usha—. La orilla queda muy lejos para que los esclavos naden hasta ella.

—Todas las carracas arden —dijo Ampolla—. Es culpa mía. Levé el ancla y dejé que el barco fuera hacia ellas. Luego les lancé jarras en llamas. ¿Bastante ingenioso, no?

—Nos salvaste —repuso Dhamon—. Esos caballeros se habrían unido a la batalla en la galera y habrían acabado con nosotros. Eran demasiados. Ésta no fue una de las mejores ideas de Rig.

—Queda aún una nave. —Fiona señaló hacia el este—. La pequeña chalupa que Feril vio.

—¡Sí! —La kalanesti esbozó una amplia sonrisa—. Se quedó atrás cuando incendiamos la galera.

—Entonces vayamos en su busca —indicó Dhamon—. Está más cerca que la orilla. Esperemos que no haya tantos caballeros a bordo. No puede haberlos. Es muy pequeña.

—¡Y tenemos hombres para tripularla! —exclamó Ampolla rebosante de satisfacción, señalando a los esclavos liberados.

—Sólo si ellos quieren —replicó Feril—. Si no es así, los dejaremos en tierra.

—Ya discutiremos eso cuando tengamos la chalupa —dijo Dhamon con voz débil. Empezó a nadar hacia la embarcación—. Si es que podemos cogerla.

Pareció como si transcurrieran horas antes de que la barca de pesca chocara contra el costado del casco que miraba mar adentro. El humo seguía siendo espeso sobre el agua y los ocultó a los caballeros de a bordo, la mayoría de los cuales estaban muy ocupados contemplando los incendios en el otro lado.

Dhamon miró de reojo a través de la oscuridad, luchando por permanecer consciente. La luz de las llamas no llegaba hasta este lado del barco. Señaló la proa.

—Veo la cuerda del ancla. Eso será nuestra escalera para subir.

—Tú no vas a ir —murmuró Fiona con voz ronca—. Estás sangrando.

—No estoy tan malherido —mintió él—. Y no pienso quedarme en el agua. Los tiburones no tardarán en aparecer. —Hizo una pausa—. Por desgracia, no tengo ninguna arma. Dejé las que cogí prestadas en la galera.

Feril condujo la barca hasta la cuerda del áncora. Usha cogió una soga de debajo del asiento central y la pasó alrededor de la cuerda del ancla de la chalupa.

—Esta vez no iremos a la deriva —anunció. Luego se inclinó hacia el centro del bote, para rebuscar dentro de algo. Al cabo de un momento, tendió a Dhamon dos dagas por encima de la borda—. La espada de Rig también está en esa galera incendiada. Pero vi que éstas sobresalían de sus botas, y no creo que le importe.

Dhamon sonrió ampliamente. Aunque estaba oscuro, distinguió los lirios incrustados de nácar en las empuñaduras; sin duda Rig se las había expropiado a un caballero de alto rango. Las guardó en su cinturón y empezó a trepar por la cuerda a toda velocidad, lo cual significó un gran esfuerzo para él; cuando llegaba a la barandilla, notó que alguien trepaba tras él.

Soltó un gemido al deslizarse por encima de la borda, y se llevó una mano al costado. Lo embargó una sensación de náusea. El dolor de las heridas era insoportable.

Fiona fue la siguiente. En cuanto pisó la cubierta, desenvainó la espada y miró hacia la hilera de hombres apoyados en la barandilla opuesta, que tenían los ojos puestos en los barcos que ardían. Feril se deslizó en silencio por encima de la barandilla, y echó una mirada a Dhamon. La sangre se escurría por entre sus dedos y descendía por el brazo procedente de otra profunda cuchillada. Le dedicó una mirada preocupada.

Sujetándose a la barandilla, el guerrero se incorporó y sacó las dagas del cinturón.

«Quédate aquí», le dijo ella, articulando las palabras en silencio.

Él negó con la cabeza y avanzó hacia el centro de la pequeña nave. Ésta tenía un único palo, y las velas estaban arriadas. Se movió sigiloso por entre las jarcias, seguido de Fiona y Feril, empuñando una daga en cada mano. Once hombres contra tres. La situación no les era demasiado favorable, se dijo, pero el enemigo desconocía la amenaza que acechaba a su espalda.

Buscó una pista que indicara quién era el subcomandante; pero, con las espaldas vueltas hacia él, no podía ver ningún galón ni insignia. Clavó la mirada en el hombre más fornido, el que tenía las espaldas más amplias, más alto que el resto. El primer objetivo. Pensó en gritar un desafío, pero la cautela lo hizo desistir. Era mejor seguir vivo con el honor empequeñecido, se dijo con ironía. Dhamon alzó la daga por encima del hombro.