Выбрать главу

Se decía que el territorio subacuático de los elfos marinos se encontraba en algún lugar entre el arrecife y el promontorio.

—Ojalá pudiera acompañarte. —Ampolla se encontraba a su espalda—. Jamás he estado bajo el agua. Bueno, aparte de haber nadado un poco, y eso no cuenta. Quiero decir que nunca he visto un país, ni elfos, ni nada que fuera submarino. ¿Crees que podrías enseñarme algún día cómo realizar tu magia para que yo también pudiera nadar bajo el agua?

Feril no contestó. Decir «no» heriría los sentimientos de Ampolla y sin duda provocaría una docena de «porqués» y «cómo es que». Y decir «sí» era imposible. En cuanto se hubiera enfrentado junto con Palin a la Reina de la Oscuridad, la kalanesti tenía intención de regresar a Ergoth del Sur y encaminar todos sus esfuerzos a luchar contra Gellidus —o Escarcha, como llamaban los humanos al supremo señor Blanco—. Y, si algún día conseguían expulsar a aquel dragón, Feril pensaba instalarse en el pantano de Onysablet o en el bosque de Beryllinthranox.

Pero sus futuros planes no contaban con los otros miembros del grupo. Se sentía unida a Ampolla y a los otros, en especial a Dhamon; sin embargo, aquella unión no podía suplir su necesidad de estar sola y en territorio salvaje.

La kender habló un poco más alto, pensando que tal vez el sonido de las olas al golpear contra el barco había ahogado su voz.

—Feril, ¿crees que algún día tal vez podrías enseñarme...?

La kalanesti llenó profundamente los pulmones con aire salado y se zambulló.

—¿... cómo lanzar un conjuro? —Ampolla hizo un puchero y se acercó lentamente a la barandilla; por unos instantes entrevio los pies de Feril. Luego la kalanesti desapareció.

El mar se cerró como un capullo, y Feril se concentró en el contacto del agua sobre su piel fijando su atención en un conjuro que la transformaría en una criatura que había estudiado años atrás. Había pasado gran parte del día anterior durmiendo y reuniendo fuerzas. El descanso era necesario, pues la magia resultaba agotadora.

Notó un hormigueo en la piel cuando los pulmones empezaron a reclamar aire. Mientras descendía más, la kalanesti vio cómo la piel de sus brazos extendidos se oscurecía hasta tomar el color del barro. El agua tenía un tacto diferente ahora; su piel también era diferente: más gruesa, elástica. La túnica resbaló de su cuerpo y flotó en dirección al fondo marino.

Las manos desaparecieron, los pies se desvanecieron, y sus extremidades se tornaron serpentinas; culebrearon en el agua impulsándola al frente. Le dolían los pulmones, y tomó con cautela un sorbo de agua. ¡Todavía no! El conjuro no había progresado lo suficiente. Se concentró más al tiempo que sentía un martilleo en la cabeza.

Las extremidades serpentinas de Feril adquirieron grosor, y otras brotaron de su cuerpo; dos brazos a cada lado, que crecían de costillas que se partían y cambiaban de forma.

Descendió más, mientras la luz disminuía tornándose nebulosa. A su alrededor abundaban las plantas, que erguían los tallos y las hojas hacia la superficie en un intento por absorber la tenue luz. Las polainas se escurrieron de su cuerpo.

Los cabellos que revoloteaban alrededor de su rostro retrocedieron, y el torso encogió y se volvió bulboso hasta fusionarse con la cabeza, que aumentaba de tamaño. Los dedos de manos y pies se modificaron y multiplicaron, para convertirse en cientos de apéndices succionadores en forma de ventosa. Tan sensibles eran las ventosas que, cuando rozaban el follaje marino, un millar de sensaciones inundaba el cerebro de la kalanesti. Feril boqueó, y en esta ocasión introdujo un gran trago de agua en los pulmones. Fue una sensación extraña, como si se ahogara. Pero no se ahogaba; por fin conseguía respirar agua. El corazón le latía con violencia, y se concentró en tranquilizarse, en aceptar la nueva experiencia.

El pulpo descendió hacia el blanco suelo arenoso. El nuevo cuerpo de Feril resultaba ágil y maleable; los tentáculos ondulaban para transportarla por el fondo, las ventosas registraban la suavidad de las rocas, la aspereza de la arena y la flexibilidad de la escasa vegetación. Era imposible catalogar todas las impresiones, de modo que Feril dedicó sus esfuerzos a estudiar el paisaje.

Sus nuevos ojos, que ya no precisaban de la luz filtrada por el sol, veían con facilidad en las ahora oscuras aguas. Los colores eran intensos. Disfrutaba de un amplio campo de visión y no tardó en aprender a ajustado. Observó las jibias y calamares que nadaban justo por encima del suelo marino a la derecha y un poco por detrás de ella, y vio a un gran tiburón de los arrecifes que nadaba al frente, algo más lejos. El tiburón iba de caza y aspiraba prácticamente un banco de peces globo de negro lomo que huían en desbandada. Feril se dijo que el tiburón no le prestaría atención. Ella era demasiado grande, y sin duda no figuraba en su lista de bocados preferidos.

La elfa continuó en dirección al arrecife, mientras exploraba visualmente los alrededores. Entonces el suelo marino descendió bruscamente, y ella encogió las extremidades a su espalda para proyectarse hacia adelante. El líquido elemento se arremolinó a su alrededor, cuando extendió por fin las patas para aminorar la velocidad.

El arrecife coralino era espectacular, y Feril se quedó contemplándolo boquiabierta. Las algas crecían en profusión a lo largo de la base y formaban matas aquí y allá. El coral cuerna de ciervo, en agrupaciones verdes y amarillas, predominaba en la sección del arrecife que tenía más cerca. Distinguió parcelas de coral de fuego: criaturas amarillas, blancas y de un naranja pálido que parecían zarcillos de fuego. En algunos puntos el coral sólo ocupaba unos pocos metros antes de quedar interrumpido por el lecho marino; en otros se extendía durante cientos de metros.

Los peces tenían colores tan vivos como el arrecife. Un banco de peces cirujano azules nadaba por encima del coral cuerna de ciervo. Los cangrejos trepaban hacia la superficie, intentando atrapar pececillos diminutos mientras avanzaban. Había peces erizo, cangrejos ermitaños de ojos enormes, finos y delicados peces escorpión, y quebradizas estrellas de mar. Deseó que sus compañeros pudieran contemplar las maravillas desplegadas ante sus ojos. Descubrió un erizo marino en forma de bola blanca que reunía pedazos de conchas para cubrirse con ellas y, a poca distancia, una lengua de flamenco, un pequeño molusco que se alimentaba con los pólipos del coral blando e iba dejando un rastro de muerte tras él.

Los tentáculos la impulsaron arrecife arriba, donde los colores se volvían más vivos; todo un arco iris de vida, a medida que la luz del sol penetraba con más fuerza. Luego viajó por encima del coral y descendió por el otro lado, que descendía en pronunciada pendiente hacia un enorme barranco que parecía una siniestra cicatriz sobre la blanca arena del fondo marino.

Feril encogió los tentáculos y pasó a toda velocidad por encima; echó una ojeada a la oscuridad, aunque no distinguió otra cosa que sombras que parecían moverse al ritmo de las corrientes y las algas marinas.

—¿Crees que existe una ciudad bajo el agua? —Ampolla se encontraba de pie junto a Usha, que estaba sentada sobre un rollo de cuerda, la espalda apoyada en el mástil.

—Varias —asintió la mujer.

—¿Y crees que hay elfos allí?

—Se llaman dimernestis.

—¿Has visto uno alguno vez?

Usha negó con la cabeza.

—¿Crees que Feril encontrará el lugar?

—Eso espero.

—¿Sabes?, es posible que no estemos en el lugar correcto. El océano es enorme. —La kender extendió las manos a los lados y se encogió de hombros.