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La ciudad se encontraba en el borde de una plataforma continental submarina, recostada entre colinas. A Feril le recordó Palanthas, posada sobre un territorio ahuecado rodeado por afiladas colinas y montañas. Un suelo de arena blanca se extendía más allá de la ciudad.

A medida que se acercaba, se concentró en los peces ballesta. En cuestión de segundos, notó que su cuerpo se encogía, doblándose sobre sí mismo. La flexible piel marrón fue reemplazada por escamas, amarillo pálido en los costados, verdes en el lomo y blancas en el vientre. Las extremidades se desvanecieron, para convertirse en agallas. Apareció una cola, y los ojos se trasladaron a la parte superior de la cabeza, lo que le proporcionó un campo visual desconcertantemente amplio. El nuevo cuerpo era anguloso, romboide y con una cola, y apenas si pesaba unos kilos. Los labios eran bulbosos y de un amarillo brillante, como la franja amarilla que pasaba justo por debajo de sus ojos.

Se unió al banco de peces ballesta y nadó en dirección a la ciudad. Los peces se alimentaban de las pequeñas protuberancias coralinas que crecían aquí y allá junto a las montañas y cerca de la base de los edificios. Feril vio figuras de aspecto humano que pasaban ante las ventanas, algunas de las cuales se detenían para mirar al exterior antes de alejarse.

Una parte del banco de peces ballesta salió disparado hacia una cúpula, y ella los siguió. Las construcciones situadas más al centro de la ciudad eran de menor tamaño. Algunos de los edificios eran curvados y se elevaban del suelo en forma de cuerno; otros parecían jarrones puestos boca abajo, y algunos recordaban colas de langosta y conchas. No se veía gente fuera de las casas. Siguió nadando con los peces, dando un paseo por la ciudad mientras se preguntaba si todas las ciudades elfas de Dimernesti se parecían a ésta.

Hacia el sur había lo que parecía un parque. Lucía espiras de coral ingeniosamente dispuestas, tal y como un jardinero podría plantar árboles y arbustos. También había estatuas, aunque sólo una permanecía intacta: la de un alto elfo marino con un tridente sujeto contra el pecho.

Detrás del parque aparecían otras señales de destrucción, una hilera de edificios que habían sido altos y que ahora no eran más que un montón de cascotes. Los peces ballesta nadaron hacia el lugar, tras descubrir coral y algas que crecían sobre un muro derrumbado, y se dieron un festín con las algas y unos minúsculos animales que parecían pedazos de encaje y flotaban justo por encima.

Feril consideró la posibilidad de quedarse con los peces, con la esperanza de que la condujeran por la ciudad hasta que encontrara el lugar donde pudiera estar la corona. Pero los peces ballesta no demostraron ningún interés por abandonar su tentempié de algas, y Feril tenía prisa. Nadó al otro lado de las ruinas en dirección a una cúpula más pequeña con una única luz cerca del tejado. Se introdujo por una ventana y se encontró en un dormitorio iluminado por una concha que brillaba en una pared. Una hamaca de malla se agitaba entre dos postes, y una serie de armarios ocupaba una pared. Una puerta ovalada conducía fuera de la habitación, y la kalanesti nadó a través de ella. Al otro lado había una estancia llena de bancos y sillas, iluminada por más conchas. Sobre unas mesitas bajas se veían esculturas de criaturas marinas. Los muebles eran blancos, ribeteados de perlas.

El corazón le dio un vuelco cuando algo la tocó. Unos dedos. Agitó con fuerza las aletas y giró, y se encontró frente a frente con una joven elfa azul pálido. Una larga cabellera de un blanco argentino ondeaba a su espalda, plateada como la túnica que vestía. En un principio, Feril pensó que la elfa carecía de cejas, pero luego descubrió que eran tan claras que parecían invisibles.

Las manos de la elfa marina eran palmeadas, las orejas elegantemente puntiagudas, los ojos grandes y expresivos, indicando cordialidad y amabilidad. Los labios, de un azul más oscuro, se movían. La mujer decía algo como «velo». Feril percibió las vibraciones en el agua antes de oír las palabras; pero la kalanesti no comprendió las palabras. A medida que la elfa marina hablaba, fragmentos de palabras resultaron familiares a Feril; le recordaron su idioma nativo. La mujer volvió a pasar los dedos por los costados de Feril.

La kalanesti desechó la sensación y seleccionó otro hechizo. Mientras hacía efecto, observó cómo la elfa marina retrocedía, sorprendida. La dimernesti agarró una escultura y la levantó frente a ella, y Feril rezó para que la elfa marina no fuera a golpearla con aquello. La kalanesti necesitaba desesperadamente que su primer encuentro con una criatura de aquel mundo fuera amistoso.

La elfa marina devolvió la escultura a su lugar, y Feril suspiró aliviada mientras continuaba su transformación. La cola se alargó y dividió para dar forma a unas piernas cubiertas con escamas amarillo pálido; las aletas se estiraron a los costados, engordaron y se convirtieron en brazos revestidos de escamas. Al cabo de unos instantes, Feril flotaba ante la elfa marina, los cabellos ondulando como la melena de un león en el agua, los tatuajes del rostro y el brazo bien visibles. Había recuperado su forma de kalanesti, pero el cuerpo conservaba las escamas y colores del pez ballesta, y el cuello seguía teniendo agallas de pez.

Velo. La palabra que la mujer volvió a repetir sonó como «velo». La dimernesti se aproximó con cautela a Feril, y nuevas palabras surgieron de su boca. La única que la kalanesti consiguió entender fue «elfa».

Feril intentó responder, pero descubrió que no podía hablar de forma inteligible. Sus propias frases elfas eran desconocidas para la elfa marina; de modo que, pensando en Groller, que se encontraba ahora tan lejos, decidió adoptar otra táctica. Señaló en dirección al techo, ahuecó las manos frente a ella, como si sostuviera algo, y luego hizo avanzar las manos como si se tratara de un bote. Finalmente colocó las manos planas una contra la otra y las inclinó hacia abajo, imitando la acción de sumergirse.

La elfa marina la miró con expresión curiosa, pero amistosa, extendió una mano, y la condujo fuera de la habitación. Mientras se movían, la dimernesti siguió hablando; las palabras resultaban musicales, aunque únicamente unas pocas tenían alguna similitud con la lengua elfa que Feril conocía. Las únicas que reconoció fueron «elfa», «magia» y «dragón».

Su camino las condujo a través del parque. Feril no vio por ninguna parte a criatura alguna, sólo los peces ballesta y unos cangrejos que correteaban por las arenosas calles. La elfa marina nadaba veloz, sin dejar de lanzar miradas furtivas arriba y abajo de cada uno de los canales que separaban las hileras de casas. Se introdujo por entre un par de edificios rosados, instando a Feril a seguirla.

Luego la dimernesti torció por una calle bordeada de enormes y brillantes conchas, y dejaron atrás varias otras edificaciones en ruinas mientras avanzaban. Feril hubiera querido preguntar a su guía sobre ellas, pero guardó las preguntas para más tarde, para una ocasión en que la comunicación fuera posible. Tal vez la elfa la llevaba hasta alguien que podría ayudarla.

Se acercaron a un edificio que, al parecer, tenía entre cinco y seis pisos de altura. Era de un gris pálido, atravesado en ciertos lugares por rayas plateadas. Una luz de un suave tono naranja se filtraba por las ventanas que ascendían en espiral por sus costados.

La elfa marina empezó a hablar de nuevo, más deprisa, con palabras que la kalanesti no comprendió. Empujó a Feril hacia una puerta redonda y golpeó en ella con una mano de color azul pálido. Tras unos instantes, la puerta se abrió, y un elfo marino apareció en el umbral.