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Su piel era de un azul brillante, y los cabellos eran verde oscuro y cortos. Las contempló a ambas con expresión perpleja, mientras la mujer que había actuado de guía lanzaba un torrente de sonidos que Feril supuso era una explicación de cómo un pez había penetrado en su casa y se había transformado en una elfa cubierta de escamas.

El hombre se hizo a un lado, gesticulando, y Feril se dejó conducir a una cámara circular, cuyas paredes estaban cubiertas de mosaicos de conchas que representaban peces, elfos de piel azul y criaturas fantásticas. En el techo había un agujero que facilitaba el acceso a otro piso. Un agujero similar en el extremo de la habitación conducía a algún punto debajo de ésta.

Otros tres elfos marinos penetraron nadando por una puerta oval situada justo delante de Feril. Eran jóvenes y fornidos, ataviados sólo con telas relucientes alrededor de los muslos. Y sostenían redes. Feril retrocedió hacia la puerta, presa del pánico.

Su guía sacudió la cabeza ante los hombres, agitando las manos palmeadas, y habló con rapidez. Pero éstos parecieron no hacerle caso y avanzaron hacia Feril.

La kalanesti percibió el flujo del agua cuando la puerta se cerró a su espalda, cortándole la huida. Giró en redondo y chocó contra el elfo de color azul brillante. Este la agarró por los hombros y pronunció unas palabras que ella no consiguió descifrar; forcejeó, pero las manos del hombre tenían una fuerza sorprendente y le inmovilizaron los brazos. La empujó contra la pared y siguió hablando.

—¡No quiero hacer daño a nadie! —gritó Feril en su idioma; luego lo repitió en Común, pero en ambas ocasiones las palabras surgieron incomprensibles para los elfos marinos—. ¡No puedo permitir que suceda esto!

Reuniendo todas sus energías, apretó los pies contra la pared y empujó hasta conseguir soltarse del elfo azul.

Luego agitó los pies con toda la fuerza de que fue capaz. Consiguió distanciarse unos metros, aunque los hombres de las redes se iban acercando mientras su guía continuaba discutiendo con ellos.

La kalanesti nadó hacia la abertura oval, esquivando por muy poco las redes extendidas. Luego varió el rumbo con rapidez; podía haber más elfos en las habitaciones contiguas. En el último instante, se impulsó con fuerza con las piernas y dirigió el cuerpo hacia el agujero del techo; estaba a punto de batir las piernas con más fuerza cuando una mano se cerró en torno a su tobillo.

Golpeó un rostro con el pie, y empezó a debatirse salvajemente para liberarse. Pero una mano agarró el otro tobillo, y, si bien continuó luchando, las manos tiraron de ella hacia abajo. Una red cayó sobre ella. Feril desgarró varias hebras, pero a ésta se añadió una segunda red de malla muy tupida. Y luego una tercera.

La kalanesti fue transportada a través del agujero del techo. La elfa marina que había conducido a Feril hasta el edificio quedó atrás mientras a ésta la llevaban hasta el tercer piso de la torre. Allí la mantuvieron custodiada por un par de elfos que intentaron hablar con ella; pero fue inúticlass="underline" ella seguía sin comprender una sola palabra. La redes que la envolvían quedaron sujetas a un poste ornamental.

La habitación estaba amueblada, y uno de sus guardianes se sentó en una de las losas adosadas a las paredes, en tanto que el más fornido se instaló en una silla de malla que colgaba en una esquina. Renunciando a entablar comunicación con ella, se pusieron a conversar entre sí. Feril los escuchó mientras forcejeaba para soltarse. «Elfa» fue la palabra que se repitió más veces. «Magia», «pez» y «dragón» la seguían siempre. Entraron y salieron otros elfos, que charlaban con sus guardianes y la miraban con curiosidad.

Podía usar su magia para transformarse, hacerse lo bastante pequeña para escabullirse por las aberturas de la red, o bien partir y desgarrar la red para huir bajo esta apariencia. Pero ¿debía lanzar estos conjuros? ¿O era mejor que esperara, que aguardara el momento oportuno? Los elfos marinos no le habían hecho daño. Y, si actuaban como otros grupos elfos, no había duda de que se había convocado a sus cabecillas para que decidieran qué hacer con ella. A lo mejor podría explicarles a ellos el asunto de la corona.

Pero ¿cuánto tiempo debería esperar?

Un poco, decidió por fin; el tiempo suficiente para recuperar energías. Feril estaba cansada. Se sumergió en un sueño inquieto e incómodo para reponer fuerzas. Sospechó que había transcurrido ya la mayor parte del día cuando advirtió que cambiaban a sus guardianes. Los dos nuevos centinelas charlaban con sus capturadores en la entrada.

La kalanesti se concentró y, recordando al pez ballesta, se dijo que uno pequeño podría escabullirse y perderse en aquella ciudad. Un pez ballesta entre docenas de peces. Notó cómo su piel se volvía tirante, y su figura empezó a empequeñecerse. Interrumpió el conjuro al ver que uno de los nuevos guardas se acercaba.

—¿Entiendes el Común? —inquirió, las palabras ahogadas por el agua, pero lo bastante claras para que ella pudiera comprenderlas—. Veylona creyó oírte hablar en él. ¿Vienes de la superficie?

Su corazón empezó a latir excitado, y asintió con fuerza. Intentó hablar y fracasó miserablemente, aunque algunas palabras consiguieron salir al exterior: «Feril», que sonó como «Fril», y «corona» que más bien pareció «roña». Debía hallar otra forma...

El elfo marino desgarró las redes.

—Esto era una precaución, nada más —explicó—. No pensábamos hacerte daño. Veylona estaba segura de que tú no nos querías hacer ningún daño, aunque nos tuvo que convencer.

Veylona, se dijo Feril. ¿Velo? Era la palabra que la elfa marina había repetido.

—Éstos son tiempos difíciles para nosotros —continuó el dimernesti—. Y debes comprender que los visitantes aquí son muy raros. Nuestros místicos vaticinaron que estabas sola, que no eras una espía del dragón.

—¿Veylona? —dijo Feril en voz alta y muy despacio.

—Veylona, ella te trajo aquí. Sus conocimientos del Común no son tan buenos como los míos. Veylona me ha pedido que te guíe. Cree que eres una hechicera.

Feril nadó fuera de las redes y flexionó brazos y piernas.

—¿Eres una hechicera?

La kalanesti sacudió la cabeza. ¿Cómo podía explicarlo? Tal vez era mejor no hacerlo. Finalmente, asintió despacio.

—Una hechicera de la superficie. Entonces, ¿necesitas aire? ¿Prefieres aire?

Feril asintió de nuevo, con más energía. Si tenía aire para respirar, podría hablar mejor con él, y explicar por qué se encontraba allí y lo que necesitaba.

Le hizo una seña, y ella lo siguió; el otro guarda nadó detrás, sujetando la empuñadura de un tridente.

—Yo soy Beldargh —indicó—, uno de los guardianes de la ciudad. Te llevaré a una habitación con aire, a la que, hace décadas, conducíamos a los visitantes de la superficie. No se ha utilizado en un tiempo muy largo.

La sala en cuestión se encontraba en lo alto de la torre, y el agua la ocupaba sólo en parte, controlada sin duda, se dijo Feril, por algún hechizo realizado en tiempos ancestrales. Sacó la cabeza a la superficie al tiempo que se concentraba otra vez en su cuerpo, y regresaba ahora por completo a su aspecto de kalanesti. El guardián asomó la cabeza fuera del agua junto a ella.

—Feril —jadeó la elfa, mientras aspiraba con fuerza el aire viciado—. Mi nombre es Feril.

—Hechicera Feril de la superficie —dijo Beldargh despacio, y sus palabras sonaron veladas en el aire—, ¿estabas en una nave que Piélago hundió? ¿Sobreviviste gracias a la magia?

—No. El dragón no ha hundido nuestro barco. Espero que se encuentre fuera de su alcance. Pero estoy aquí debido al dragón..., a todos los dragones. Necesito vuestra ayuda. Necesito la corona.

—¿La Corona de las Mareas?

Ella asintió.