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—Feril, no creo que eso sea posible. —La expresión del dimernesti se ensombreció, y éste sacudió la cabeza.

—Por favor escúchame —le suplicó ella y, mientras Beldargh escuchaba, la kalanesti inició la larga explicación sobre lo que la había llevado al reino subacuático.

—Dimernost —repuso Beldargh cuando ella finalizó el relato—. Tardaremos un día en llegar allí. En Dimernost se lo preguntarás a nuestro... —Buscó una palabra en el idioma de la elfa—. Nuestro jefe. Nuestro jefe más sabio decidirá. Nos vamos ahora.

Le indicó que lo siguiera y luego añadió:

—Tendrás una desilusión, hechicera Feril de la superficie.

Dimernost, la capital del reino submarino, se parecía mucho a la otra ciudad que Feril había visitado, aunque era mucho más grande. Beldargh le hizo de guía, y la acompañaron un puñado de otros elfos marinos, incluida Veylona, el primer elfo marino que la kalanesti había conocido.

La condujeron a través de una serie de cúpulas parcialmente llenas de aire, y el grupo se detuvo en una sala ornamentada en la que se encontraban docenas de elfos. Feril observó que la mayoría llevaban poca ropa y tenían la piel azul pálido, aunque otros tenían la piel de un tono gris, y unos pocos de color azul oscuro. El color de los cabellos variaba también, desde blanco a casi rubio, verde y, en muchos casos, diversas tonalidades de azul.

En el centro de la reunión se encontraba una mujer cubierta con una túnica a la que los otros elfos parecían tratar con deferencia. Tenía un aire de matrona, y sus ojos fijos observaron a la kalanesti con atención.

—Me llamo Nuqala, Oradora del Mar —empezó la mujer en Común vulgar, y con un acento que Feril había escuchado en Khur—. Y tú eres una kalanesti. Sólo recuerdo una ocasión en que uno de tu tribu nos visitara. Eso fue hace mucho tiempo, y acompañaba a un comerciante que quería intercambiar mercancías. Al igual que el comerciante, tú también pareces querer algo de nosotros.

Feril asintió e intentó explicarse, pero Nuqala siguió:

—Las noticias se mueven deprisa en el agua. Lo que deseas es algo muy valioso, precioso para nosotros y que nos sustenta. —Calló unos instantes, y luego prosiguió:— Pareces poseer un considerable dominio de la magia. Esa magia te permitió evitar a Brynseldimer.

Una vez más, Feril asintió.

—Explícate —dijo la mujer.

La palabras brotaron por entre los labios de la kalanesti. Era la misma historia que ya había contado a Beldargh, pero más completa: cómo había cruzado el océano Courrain Meridional con sus camaradas en busca de Dimernesti, y cómo había elegido hacer esta parte del viaje sola a causa de su dominio de la magia de la naturaleza. Explicó que no había visto ni rastro del dragón, pero sí el cementerio de barcos.

—Los barcos ya no navegan por esta aguas —repuso Nuqala con un dejo de melancolía en la voz—. Ya no comerciamos con la superficie. Estamos prisioneros aquí; pero somos luchadores. No nos rendimos. Nuestra gente caza, aunque algunos son a su vez cazados por Brynseldimer. Nos ocupamos de nuestras cosechas, y el dragón devora a algunos de nuestros labriegos. Pero no nos rendiremos al dragón. Creo que Brynseldimer no quiere matarnos a todos, porque entonces no tendría con qué jugar. Usamos la Corona de las Mareas para mantenerlo a raya, para impedir que destruya todas nuestras ciudades. ¿Y tú deseas la corona que es nuestra defensa? —Nuqala lanzó una carcajada entristecida y meneó la cabeza—. Tú, elfa de la superficie, quieres que nos rindamos. Nos condenarías, y ¿con qué propósito?

—No quiero condenaros sino salvaros y salvar a todo Krynn —replicó Feril. Había urgencia en la voz de la kalanesti—. La corona es antigua, una reliquia de la Era de los Sueños. Palin Majere cree...

—¿Majere? ¿Palin, el sobrino de Raistlin? —La elfa marina ladeó la cabeza—. Ése es un nombre que no he oído pronunciar durante décadas. ¿Palin Majere está vivo?

—Sí; nos envió aquí, a recuperar la corona. Cree que con la corona, y con otros objetos, puede impedir que Takhisis regrese y puede enfrentarse a los señores supremos.

—Tú deseas ayudar a tu gente contra los dragones de la superficie. Quieres que te entregue algo sagrado, para salvar a los habitantes de la superficie.

—No lo negaré —repuso ella—. Pero también quiero ayudaros. Por favor, creedme. No tenemos demasiado tiempo. Takhisis va a regresar. Y, si la Reina de la Oscuridad regresa a Krynn, tu gente tendrá cosas peores que un dragón marino de las que preocuparse.

Los otros elfos presentes en la estancia se pusieron a hablar entre ellos. Algunos discutían, otros conversaban acaloradamente con Nuqala en el idioma del que Feril sólo podía comprender algunos retazos. La elfa marina parecía absorber todas sus conversaciones.

—La corona es uno de nuestros tesoros más venerados —dijo por fin Nuqala, volviéndose otra vez hacia Feril—. Pertenece a los dimernestis. Es parte de nuestro patrimonio, está ligada a nuestras vidas.

—No habrá dimernestis si los dragones se salen con la suya y Takhisis regresa —afirmó la kalanesti.

—Meditaré sobre tus palabras, igual que meditaré sobre las de mi gente. Permanecerás como nuestra invitada durante este día. Por la mañana tendrás mi respuesta.

17

Aguas turbulentas

—Esto no me gusta nada. —Rig apretó el catalejo contra el ojo, vigilando las encrespadas aguas teñidas de rosa por el sol que se alzaba—. Ya debería estar de regreso. Han pasado tres días.

Dhamon estaba recostado en la barandilla a su lado, la mirada fija en una elevación lejana.

—Hemos de esperarla.

—No pienso levar el ancla, no todavía —replicó el marinero—. De modo que no tienes que preocuparte de que vaya a dejarla abandonada... si es que sigue viva. Es amiga mía, y yo no soy de los que abandonan a los amigos. Pero esperar tampoco es mi estilo. Si Palin se vuelve a poner en contacto con Usha esta noche, averiguaré cuánto tiempo más podemos permitirnos seguir aquí. —Le pasó el catalejo a Dhamon—. Voy a despertar a Fiona, y entre los dos prepararemos algo para desayunar. Algo comestible. Algo mejor que lo que nos ofreció Ampolla anoche.

El marinero se deslizó por la cubierta, silencioso como un gato. Dhamon se llevó el catalejo a un ojo y contempló las aguas.

—¿Todavía contemplas ese cetro? —Ampolla se dirigía a Usha, sentada sobre un grueso rollo de cuerda—. Admito que es bonito. Y terriblemente valioso con todas esas joyas que lleva encima. Pero yo me cansaría de mirar la misma cosa todo el tiempo. Claro que no hay gran cosa más que mirar, supongo. Hay agua. Una barbaridad de agua. Podrías contar los cuarterones de madera del camarote del capitán. Yo ya lo hice, de todos modos. Así que tal vez podríamos...

—¡Buenos días, Ampolla!

—Buenos días a ti, Jaspe. —La kender volvió su atención hacia el enano—. Usha vuelve a contemplar el cetro.

—Ya lo veo.

—Sigue intentando recordar algo.

—Creo que he dado con un modo de ayudarla a hacerlo.

—¿Es cierto? —Los ojos de la kender se abrieron desmesuradamente—. ¿Qué? ¿Cómo?

—Mmmmm. Desayuno. —El enano olfateó el aire—. Rig y Fiona están en la cocina, preparando algo sabroso.

La kender se escabulló hacia la escalera.

—¡Le dije a Rig que yo cocinaría el desayuno! ¡Quería utilizar esa jarra de harina azul que encontré anoche!

—¿Qué es lo que se te ha ocurrido? —preguntó Usha al enano.

—Algo que debería haber pensado hace mucho tiempo, si es que no voy errado. ¿Recuerdas cuando estábamos en Ak-Khurman, y yo, eh..., hice que aquel espía fuera un poco más cooperativo? El hechizo también podría funcionar contigo.

Los ojos de la mujer centellearon mientras depositaba el cetro a sus pies.

—Por favor, Jaspe. Cualquier cosa que me ayude a recordar.

El enano se replegó sobre sí mismo, fue en busca de la chispa, y la hizo crecer. Cuanto antes finalizara con esto, se decía, antes podría regresar bajo cubierta, donde no tenía que contemplar cómo las aguas se encrespaban y alborotaban y donde su estómago no parecía revolverse con tanta violencia. Extendió una mano gordezuela en dirección a Usha, la posó sobre su pierna y fijó la mirada en sus dorados ojos.