—Amiga —empezó el enano.
—Amigo —se escuchó responder Usha. Cerró los ojos, y el azul del océano Courrain Meridional desapareció. Su mundo se llenó de tonos verdes, en lugar de azules.
Usha contempló cómo Palin partía, cómo el bosque qualinesti lo engullía a él junto con Feril y Jaspe; la vegetación llenó su campo visual y la hizo sentir repentinamente vacía y aislada, atemorizada en cierto modo. Durante unos instantes todo lo que escuchó fue su propia respiración inquieta. Sintió en los oídos el tamborilear del corazón, y escuchó el suave rumor de las hojas agitadas por la brisa.
Entonces los pájaros de los altos sauces reanudaron sus cantos, indicándole que Palin se alejaba cada vez más y ya no les causaba preocupación. El murmullo de ardillas listadas y ardillas corrientes llegó hasta ella; se recostó contra el grueso tronco de un nogal y se dejó invadir por los innumerables sonidos del bosque tropical, mientras intentaba relajarse. Si las circunstancias hubieran sido diferentes, o si su esposo hubiera estado con ella, podría haber disfrutado de lo que la rodeaba o como mínimo lo habría apreciado y aceptado. Pero, tal y como estaban las cosas, no podía evitar sentirse incómoda, una intrusa desconfiada en los bosques elfos.
Una vez más, tal y como ya había sucedido antes, la elfa apareció ante sus ojos; y una vez más escuchó pronunciar su nombre como si fuera una maldición. Los detalles resultaban tan vivos como si estuviera de vuelta en el bosque qualinesti.
—Se llama el Puño de E'li —decía la qualinesti—, y es un objeto antiguo que empuñó el mismísimo Silvanos. Según dicen, decorado, enjoyado y vibrante de energía. Tal vez si tuviéramos el Puño, podríamos hacer algo contra los secuaces del dragón.
—¡Si Palin lo consigue, no se lo podéis arrebatar! —Usha alzó la voz por primera vez contra sus anfitriones—. Necesitamos...
—No lo cogeré, si es que lo encuentra... aunque dudo que lo consiga. Me daré por satisfecha si el arma queda lejos del alcance de los ocupantes de la torre. Pero aceptaré una promesa por tu parte, siempre y cuando tu esposo regrese aquí con él. —Los ojos de la elfa relucieron—. Si lo que sea que ha planeado tu esposo hacer con él no consume el cetro, harás todo lo que esté en tu poder, Usha Majere, para mantenerlo a salvo y devolvérnoslo. Arriesgarás la vida por este cetro, por el Puño de E'li, si es necesario. ¿Entendido?
—Arriesgaré mi vida —musitó ella—. Lo mantendré a salvo; lo prometo. Pero debes contarme qué es lo que hace el Puño. Me lo debes por haberme robado los recuerdos.
—Te lo diré, Usha, pero sólo porque no creo que Palin Majere regrese jamás de la torre. Las leyendas afirman que Silvanos usaba el Puño de E'li, el Puño de Paladine, para acaudillar a los elfos, para incitarlos, inspirarlos, instarlos a defender sus causas. Algunos cuentan que el Puño de E'li es un instrumento para controlar la mente. Sin embargo, yo prefiero creer a aquellos estudiosos elfos que insisten en que el Puño no hace más que reforzar las cosas en que las gentes ya creen. Sencillamente les concede el valor necesario para defender sus convicciones. Según estos estudiosos, el Puño da a las personas los arrestos necesarios para llevar a cabo las acciones que abrigan en sus mentes. Yo también lo creo así. El Puño es incapaz de corromper a nadie.
—Comprendo —respondió Usha en voz baja—. El Puño no puede cambiar la forma de pensar de la gente o controlar sus pensamientos. Pero sí puede darle confianza en sí misma.
—Sí. Y no puede obligarlos a hacer algo que vaya en contra de su forma de ser —continuó la elfa—. Eli no lo habría permitido. No hubiera querido ejércitos forzados, seguidores que no fueran más que marionetas controladas por su mente.
La elfa extendió la mano hacia arriba y arrolló un mechón de cabellos de Usha alrededor de un delgado dedo.
—Algunos sabios dicen que el Puño posee otras propiedades, Usha Majere; que otorga más confianza en sí mismo a quien lo empuña, y que puede mejorar el aspecto de quien lo maneja y hacer que resulte más agradable a la vista o mejor aceptado por la gente. También es posible que no sea más que la belleza de las joyas lo que hace que quien lo sostiene parezca más atractivo o majestuoso.
—Majestuoso —repitió ella, y frunció el entrecejo—. Pero, si el Puño de E'li no cambia la mente de las personas ni consigue nada drástico, ¿qué lo convierte en tan poderoso y valioso para mi esposo?
—Sospecho que Palin Majere no sabe nada sobre lo que el cetro puede hacer en realidad. —Los ojos de la elfa centellearon—. Sencillamente cree que es un objeto antiguo que lo ayudará a llevar a cabo su misión. Lo cierto es que posee poderes arcanos, Usha; el Puño también es un arma y puede matar si se le ordena, siempre y cuando quien lo empuña se concentre en su adversario y sepa cómo invocar su fuerza asesina. De un golpe puede reducir a cenizas al enemigo.
—¿Podría matar a un dragón?
—¿Un dragón? —La elfa retrocedió, mirando a Usha—. Tal vez, o tal vez no. Dudo que pudiera hacer algo más que herir a una señora suprema como Beryl. E'li no debe de haber tenido a esa clase de adversario en mente cuando creó el cetro. Además, un señor o señora supremos como la Muerte Verde percibiría la magia del cetro y soltaría su horrible aliento, y éste destruiría a quien lo empuñara y al Puño antes de que se pudiera utilizar el arma contra ella.
—Debemos contar a Palin los poderes del cetro. Quizá podría encontrar un modo de...
—No. Los poderes del Puño son como tu isla de los irdas: un secreto precioso que las dos hemos compartido. El secreto me pertenece a mí y a mis seguidores escogidos, y a los estudiosos elfos. No dudo que Palin pudiera empuñar el cetro con la competencia para la que éste fue concebido. Pero, si fracasa y se lo roban, también le robarían los conocimientos sobre sus poderes, y se podría convertir al Puño en una fuerza del mal. Ésa será su prueba. Lo mejor es mantener el secreto, en mi opinión.
—Mantener el secreto —repitió Usha—. Yo entiendo de secretos.
—Tú no sabes nada sobre los secretos del Puño de E'li —dijo la elfa, la voz monótona, hechizadora—. No recordarás nada de nuestra conversación, Usha Majere. Tan sólo recordarás nuestro bosque y tu juramento con respecto al Puño.
Tras una pausa, la elfa dijo con suavidad:
—Me hablabas sobre vuestro viaje hasta este bosque.
La esposa de Palin se pasó los dedos por las sienes, para hacer desaparecer un ligero dolor de cabeza.
—Sí —respondió vacilante—. Un barco nos trajo aquí.
—¿Cómo lo llamabais, a ese barco?
—Yunque de Flint. Jaspe lo bautizó, lo compró con una joya que su tío Flint le dio.
—Y ese tío era...
—Flint Fireforge, uno de los Héroes de la Lanza.
—El enano legendario. —La elfa irguió la cabeza—. ¿Sucede algo, Usha?
—Lo recuerdo.
Usha parpadeó y sujetó la mano de Jaspe.
—He tomado una decisión, elfa de la superficie. —Nuqala flotaba frente a Feril en una pequeña habitación desprovista de mobiliario. El edificio, según la kalanesti había averiguado, se llamaba la Torre del Mar—. La corona es un tesoro —siguió Nuqala—. Es parte de nuestro patrimonio, crucial para nuestra defensa. Ha sido muy útil para desanimar a Piélago.
Las esperanzas de Feril se vinieron abajo.
—También me doy cuenta de que a lo mejor podría ser de mayor utilidad ayudando a acabar con todos los señores supremos dragones, no tan sólo deteniendo al que nos atormenta. La Corona de las Mareas es tuya a cambio de una promesa solemne. Si impedís que Takhisis regrese a Krynn, y luego emprendéis una estrategia contra los señores supremos, tienes que prometer que al primero que intentaréis eliminar será a Brynseldimer.