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«No puedo hacer tal promesa —pensó Feril—. ¿Cómo puedo garantizar que mis amigos estarán de acuerdo?» No obstante, se dijo, sí podía garantizar sus propias acciones, de modo que asintió mirando a la mujer.

—Lo prometo.

—Envié a buscar la corona anoche —continuó la elfa marina—. La guardamos en otro lugar de esta torre. —Introdujo la mano entre los pliegues de la túnica, que ondulaban como frondas marinas alrededor de su delgado cuerpo, y sacó una corona alta de coral azul tachonado de perlas. Era asombrosamente hermosa, y la kalanesti percibió las vibraciones de su poder.

Nuqala la tendió a Feril, y los dedos de ésta se extendieron indecisos, hasta tocar la corona.

—La Corona de las Mareas —musitó la elfa marina—. Con ella, las aguas te obedecerán. —Nuqala se hizo a un lado, señalando en dirección al abierto portal oval situado a su espalda—. Elfa de la superficie, informa a Palin Majere de la promesa que me has hecho. Y asegúrate de que la cumplís.

Las montañas de Dimernesti se hicieron más pequeñas detrás de ella a medida que Feril nadaba veloz en dirección al cementerio de barcos, el primer mojón que la conduciría de regreso al Narwhal. Conservaba el aspecto de elfa cubierta de escamas, y la Corona de las Mareas descansaba bien sujeta sobre su cabeza.

Se mantenía pegada a la arena, nadando entre los oscuros cascos, ya que no deseaba llamar la atención de los pequeños tiburones ni de ninguno de los tiburones de mayor tamaño de los arrecifes que pudieran rondar por la vecindad. No hacía mucho que había amanecido, por lo que pudo apreciar, y una luz tenue se filtraba desde lo alto, pintando a los barcos de un verde lóbrego. Dama Impetuosa, se dijo pensativa al pasar junto a la nave. Tendría que contar a Rig cuál había sido el final del navio; recordaba que él le había contado que años atrás había navegado en él.

Con el cementerio a su espalda, se puso a nadar más deprisa en dirección al barranco y al arrecife situado al otro lado. En lugar de centrar su atención en la exuberancia de vida marina que la rodeaba, se obligó a concentrarse en la corona; percibía la magia del coral azul, y cómo le daba nuevas energías y ánimos.

Controla el agua, comentó para sí. La corona emitió un claro zumbido, y los ojos de la elfa se abrieron de par en par. ¡La corona le respondía! Feril cruzó el barranco a toda velocidad, agitando las piernas con fuerza mientras el agua se apartaba a su paso. Se concentró en los dedos, los extendió ante el rostro, y contempló cómo el agua corría veloz por entre sus manos.

«La Corona de las Mareas —pensó—. ¡Sí, podría controlar las mismas mareas con esto! Pero ¿qué es lo que hará sobre el agua? ¿Cómo puede ayudar a Palin?»

Agitó las piernas para dirigirse al arrecife, sin percatarse de la presencia de la sombra que acababa de separarse del barranco para seguirla.

La criatura se impulsó tras la kalanesti, a la que en las oscuras aguas había confundido con una insolente elfa marina. Al gran dragón no le gustaba que los elfos dimernestis se alejaran de su reino subacuático, y se comía a aquellos que tentaban su cólera.

Al coronar el arrecife, Feril notó que el mar empezaba a calentarse. Desconcertada ante esta nueva sensación, se dijo que tal vez fuera un efecto secundario producido por la utilización de la corona. A lo mejor...

Jadeó cuando el agua caliente inundó sus agallas. ¡No! No era la corona. Era otra cosa. Casi demasiado tarde, giró en redondo para mirar a su espalda, y se quedó boquiabierta, mientras el calor aumentaba tanto que resultaba casi imposible de soportar.

El enorme dragón parecía un monstruo marino sacado de un cuento infantil. Feril se dijo que debía de medir más de veinte metros desde el puntiagudo hocico a la punta con afiladas púas de su cola. El largo corpachón negro carecía de patas e iba acortando distancias; escamas verde oscuro le cubrían el cuello y la testa, en tanto que escamas de un verde más claro revestían su mandíbula inferior y estómago.

En cuanto Piélago abrió las fauces, Feril percibió cómo la corriente se encrespaba con violencia y el agua arremolinaba a su alrededor. Jadeó, incapaz de respirar aquellas aguas tan calientes, y se dobló sobre sí misma a causa del insoportable dolor. Sintiéndose a las puertas de la inconsciencia, extendió los dedos hacia la corona y la rozó.

«¡No! —chilló en silencio—. ¡No puedo rendirme! ¡No puedo dejarme cocer antes de que Palin haya tenido una oportunidad de usar la corona!»

Pensó en el agua, que hervía a su alrededor, y deseó que se enfriara. Y en cuestión de segundos así fue. La Corona de las Mareas había llevado a cabo el portento.

No obstante, el dragón estaba tan cerca ahora que veía sus irisados ojos azules, y la kalanesti se imaginó reflejada en sus órbitas. Movió las piernas con rapidez, concentrándose en la corona, mientras el dragón se acercaba aun más, amenazador; el cuerpo ondulante del ser se abrió paso por entre las aguas, las fauces bien abiertas, e intentó morderla con avidez; afilados dientes de madreperla centellearon bajo la luz que se filtraba desde la superficie.

Ella agitó las piernas con más fuerza, al tiempo que gesticulaba con los brazos y lanzaba un chorro de agua más intenso en dirección a Piélago. Feril se arriesgó a echar una mirada por encima del hombro, y descubrió sorprendida que la potencia del agua había empujado ligeramente hacia atrás al dragón; así pues, se concentró en los chorros de agua que creaba y consiguió hacer retroceder un poco a la criatura contra un afloramiento rocoso cercano al arrecife.

Un aullido se dejó escuchar en el agua, y Feril se dio cuenta de que la cola del dragón había quedado ensartada en una aguja de coral. Piélago volvió a bramar, y el agua hirvió a su alrededor y destruyó a las pequeñas criaturas, el coral y la roca viva de la zona, al tiempo que proyectaba una oleada de un calor insoportable en dirección a Feril.

La kalanesti nadó con mayor rapidez, utilizando la Corona de las Mareas para aumentar sus energías, en un intento de poner distancia entre ella y la criatura.

Al cabo de un instante sintió una oleada de renovado calor en el agua que la envolvía y comprendió que Piélago había conseguido liberarse. El agua aparecía teñida de hirviente sangre oscura. El dragón abrió la boca y rugió, tras lo cual salió disparado al frente, azotando furiosamente el agua con la cola.

Feril redobló el movimiento de sus piernas, sin dejar de concentrarse en la corona para seguir lanzando los chorros de agua. Al mismo tiempo proyectó la mente hacia la vida vegetal cercana, y fusionó sus sentidos con las plantas en solicitud de ayuda. Había usado el hechizo en innumerables ocasiones en tierra firme y supo instintivamente que también funcionaría allí.

Las algas, las frondas, el plancton y el coral blando respondieron, y se estiraron para arrollarse a la cola del dragón. Un espeso bancal de algas se alzó para enroscarse al musculoso cuello del reptil.

El dragón aulló enfurecido, revolviéndose como una fiera. Abrió las fauces y descargó otra ráfaga hirviente que la elfa apenas consiguió enfriar. Entonces la kalanesti se detuvo y se mantuvo flotando, con la mirada fija en el dragón, mientras pasaba los dedos por la franja coralina y centraba sus pensamientos en las plantas.

«Creced», deseó.

Intensificado por la corona, el conjuro cobró vida, y los efectos fueron sobrecogedores. Las algas doblaron su tamaño, y enseguida volvieron a doblarlo. El blando coral se multiplicó y rodeó a Piélago. El plancton espesó, ocultando casi por completo al ser.

«Creced —continuó ella—. Más.»

Escuchó con claridad el grito del dragón, que resultó dolorosamente intenso, incluso en el agua. Notó cómo la maleza se estrechaba alrededor de la garganta de Piélago y le impedía absorber la nutritiva agua.

«Más fuerte. Creced.»

La vegetación se estiró, ocultando ahora todo rastro del dragón. Luego, en un instante, se marchitó y murió. Feril la contempló boquiabierta mientras el corazón le latía con violencia. El reptil había encontrado la energía suficiente para lanzar otra bocanada más de su aliento devastador y había acabado con todas las plantas que lo rodeaban.

Los inmensos ojos del dragón se entrecerraron, y una vez más volvió a arremeter contra ella. Feril dio la vuelta y tomó lo que creía era dirección este, lejos de donde sabía que se encontraba el Narwhal. No podía arriesgarse a correr hacia el barco en busca de seguridad, no cuando el dragón podía destruir con facilidad la pequeña nave.

Usó la corona para proyectar chorros de agua desde sus piernas y brazos, esforzándose por ganar tiempo. Entonces se sintió impelida al frente, no por sus propios medios, sino por Piélago; se vio lanzada, dando volteretas en el agua, contra una afloramiento coralino. Feril se esforzó por frenar su velocidad, pero chocó contra el arrecife. Sus ojos se cerraron.

El dragón contempló con curiosidad a la inconsciente elfa. No era azul, como los dimernestis, pero era una elfa, y poderosa. ¿Procedente de la superficie? ¿De un barco?