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«Más fuerte. Creced.»

La vegetación se estiró, ocultando ahora todo rastro del dragón. Luego, en un instante, se marchitó y murió. Feril la contempló boquiabierta mientras el corazón le latía con violencia. El reptil había encontrado la energía suficiente para lanzar otra bocanada más de su aliento devastador y había acabado con todas las plantas que lo rodeaban.

Los inmensos ojos del dragón se entrecerraron, y una vez más volvió a arremeter contra ella. Feril dio la vuelta y tomó lo que creía era dirección este, lejos de donde sabía que se encontraba el Narwhal. No podía arriesgarse a correr hacia el barco en busca de seguridad, no cuando el dragón podía destruir con facilidad la pequeña nave.

Usó la corona para proyectar chorros de agua desde sus piernas y brazos, esforzándose por ganar tiempo. Entonces se sintió impelida al frente, no por sus propios medios, sino por Piélago; se vio lanzada, dando volteretas en el agua, contra una afloramiento coralino. Feril se esforzó por frenar su velocidad, pero chocó contra el arrecife. Sus ojos se cerraron.

El dragón contempló con curiosidad a la inconsciente elfa. No era azul, como los dimernestis, pero era una elfa, y poderosa. ¿Procedente de la superficie? ¿De un barco?

Dhamon descubrió otra elevación y enfocó el catalejo hacia ella. Algo en ella resultaba diferente. Era verde oscuro, tal vez negro. Puede que se tratara de una ballena. La elevación se aplanó, y él la perdió de vista. Una ballena, en especial una grande, podía crear problemas si se acercaba demasiado; incluso podía hacer zozobrar el Narwhal.

—¿Dónde estás? —musitó Dhamon—. ¿Dónde?

La proa del barco se alzó de improviso, levantándose hasta tal punto que la nave quedó prácticamente posada sobre el timón de popa. Dhamon se aferró a la barandilla, pero sus pies perdieron apoyo y quedaron suspendidos en el aire, al tiempo que una lluvia de agua increíblemente caliente le azotaba el rostro.

Un puñado de esclavos liberados que se encontraban en cubierta resbalaron en dirección a popa, y sus manos buscaron con desesperación algo a lo que sujetarse.

—¡No! —Jaspe rodó dando volteretas al cabecear la nave.

Usha, situada en mitad del barco, tendió las manos para sujetarlo a él y el cetro. En el último momento sus dedos se cerraron alrededor de la brillante empuñadura, en tanto que la otra mano conseguía agarrar la pernera del pantalón del enano. Pero la tela se desgarró, y Jaspe cayó de cabeza. Enseguida, Usha sintió que también ella resbalaba. Oyó cómo las cuadernas de la nave crujían, escuchó los gritos de sorpresa que surgían bajo cubierta. Se vio lanzada en pos de Jaspe, y ambos chocaron contra el cabrestante.

—¡Yo te sujeto! —aulló el enano. Pasó un rechoncho brazo por la cintura de la mujer, sujetando el otro al cabrestante—. ¡No sueltes el cetro!

Ella abrió la boca para contestar, pero en su lugar emitió un grito de sorpresa. La parte delantera del barco descendió con gran estrépito y golpeó contra el agua; la sacudida arrancó a ella y a Jasper de su asidero, al tiempo que provocaba gritos lastimeros en los antiguos esclavos. El enano fue el primero en incorporarse, y luego ayudó a Usha a hacer lo propio.

—¿Qué fue eso? —inquirió ella.

—No lo sé. —Se llevó las manos al estómago al notar cómo una sensación de náusea empezaba a embargarlo—. Pero pienso averiguarlo. —Se apoyó en el cabrestante mientras paseaba la mirada en derredor—. ¡Dhamon! —Jaspe dirigió un vistazo hacia la proa, donde un Dhamon empapado, con el rostro enrojecido y lleno de ampollas, intentaba incorporarse.

El caballero guardó el catalejo en el bolsillo y desenvainó una espada larga que llevaba sujeta a la cintura, una de una docena de armas que él y Rig habían descubierto bajo cubierta. Retrocedía despacio, sin apartar la mirada del agua.

—¡Rig! —vociferó Dhamon—. ¡Rig, sube aquí arriba!

—Desenredad las jarcias —ordenó Jaspe a los antiguos esclavos, al tiempo que él y Usha corrían hacia Dhamon—. Y sujetaos bien. Creo que esta vez tenemos serios problemas.

»¿Qué es? —inquirió el enano, tomando el cetro de manos de la mujer.

—Pensé que se trataba de una ballena —respondió Dhamon. Se pasó la mano libre por el rostro, y frunció el entrecejo cuando los dedos tocaron las ampollas—. Pero no lo creo. Me parece que...

—¡Dragón! —chilló Usha. La mujer señalaba a babor—. ¡Es un dragón!

—¿Qué? —Era la voz de Rig—. ¿Un dragón? —Fiona iba detrás de él, con Groller pegado a ella.

—¿Qué ha sucedido? —Ampolla se abrió paso rápidamente entre ellos. Los cabellos de la kender estaban azules; tenía el rostro manchado de harina azul, y su túnica evidenciaba restos de algún mejunje pegajoso de color amarillo—. ¿Hemos chocado con algo?

—¡El dragón! —repitió Usha.

La cabeza de Piélago afloró entonces a la superficie, y todos pudieron verlo. Las fauces eran mayores que el Narwhal, y los dientes, gruesos como el palo mayor de la nave. Clavó los azules ojos en el navio, y se elevó más en el agua.

El sinuoso cuello, que resplandecía en tonos verdes y negros bajo el sol de la mañana, resultaba extrañamente bello. Estiró la testa a un lado y a otro, abrió la boca, y lanzó sobre el Narwhal un chorro de vapor.

Furia aulló. El lobo acababa de aparecer en cubierta y corría hacia la barandilla cuando le cayeron encima las primeras oleadas del abrasador aliento. El animal perdió el equilibrio, se puso a aullar, y se arrancó grandes mechones de pelo.

—¡Piélago! —aulló Ampolla mientras se palpaba los bolsillos en busca de la honda—. Dije que quería ver un dimernesti, no un dragón —masculló para sí—. No deseaba en absoluto ver un dragón. No, no. En absoluto.

—¡Si esa cosa se acerca al barco, estamos perdidos! —chilló Rig. Sacó unas dagas del cinto y, sosteniendo tres en cada mano, se apuntaló junto a la barandilla de babor y aguardó a que el dragón se pusiera a tiro.

Dhamon estaba junto al marinero, con una pierna pasada por encima de la barandilla.

—Intentará hundir el barco.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Rig se quedó mirando a su compañero cuando éste pasó la otra pierna por encima de la barandilla.

—Tomar la iniciativa y daros la oportunidad de que la nave se haga a la vela. Ya he luchado contra un dragón, ¿lo recuerdas? Saca al Narwhal de aquí. —Luego sin una palabra más, Dhamon saltó al agua y empezó a nadar torpemente en dirección al dragón, sin soltar la espada. Rig estaba demasiado asombrado para contestar.

Era cierto que Dhamon se había enfrentado a Ciclón, el gran Dragón Azul que descendió sobre el Yunque cuando éste estaba atracado en el puerto de Palanthas. Aquélla fue una batalla que costó la vida a Shaon, la persona a quien el marinero amaba. Rig había culpado a Dhamon de la muerte de Shaon y había afirmado que, si el caballero hubiera permanecido con los Caballeros de Takhisis y continuado como compañero de Ciclón, Shaon habría seguido viva. Pero la verdad era que Dhamon había combatido contra el Azul. Rig lo había visto luchar con él sobre las colinas de Palanthas, había presenciado cómo el caballero y Ciclón se precipitaban a un profundo lago.

—¡Estas cosas no van a servir de nada! —masculló el marinero mientras arrojaba las dagas contra el dragón. Tan sólo una consiguió clavarse en el cuello de la criatura; el resto cayó al agua, y el marinero se dijo que la pequeña hoja no debía de significar más que un pinchazo para el animal—. Jaspe! ¡Leva el ancla! ¡Fiona, iza las velas! —Ordenó a los antiguos esclavos que vigilaran el timón, mantuvieran los aparejos tensados, y avisaran a los hombres de la bodega.

Tras todo esto, corrió a proa, en busca de la única balista del Narwhal. Abrió un cofre sujeto a la cubierta, y empezó a sacar saetas.