—Los cuchillos no te hicieron daño, pero éstas quizá sí —aulló.
En el centro del barco, Fiona desplegó las velas con la ayuda de Usha y los esclavos liberados. La nave se movió pero enseguida se detuvo, sujeta por el ancla. Las mujeres miraron en dirección a popa, donde Jaspe y Groller tiraban de la cuerda del áncora.
—Daos prisa, Jaspe —lo apremió Usha.
—¡Bien! —vitoreó Fiona, al contemplar cómo el ancla surgía de las aguas; pero de inmediato sacudió la cabeza—. ¡No! —chilló al semiogro, a pesar de saber que no podía oírla y que, aunque pudiera, sus palabras no lo disuadirían. Efectivamente, terminada su tarea, Groller hizo lo impensable: saltó al agua y comenzó a nadar en dirección a Dhamon y el dragón impeliéndose con sus largos brazos.
—Pero ¿qué cree que está haciendo? —exclamó Usha, atónita.
—Ayudar a Dhamon —respondió Fiona, solemne, al tiempo que dirigía la mano a su espada—. Sabe que sólo hay una balista y que Rig la utiliza.
—Pero eso que hace es un suicidio.
—Y yo me uniré a él en la fabulosa otra vida —repuso la dama solámnica— a menos que encontremos alguna otra cosa que lanzar contra el dragón desde lejos.
—Vamos a la bodega —instó Usha—. Hay lanzas.
—Entonces démonos prisa.
—¡Ampolla! —oyeron rugir a Rig mientras se encaminaban abajo—. Olvida la honda. ¡No sirve de nada! ¡Ve al timón! ¡Haz que nos alejemos!
El marinero apuntaba con la enorme ballesta y disparaba saetas contra el enorme dragón marino. No estaba acostumbrado a aquella arma, pero tras algunos disparos ya había empezado a apuntar mejor.
Ahora, a una buena distancia del Narwhal que retrocedía, Dhamon se mantuvo a flote en el agua y sostuvo la espada por encima de la cabeza mientras el dragón se alzaba por encima de la superficie, para luego dejarse caer con fuerza. Una lluvia de agua caliente roció a Dhamon. Apretó los dientes para no gritar. La testa del animal volvió a alzarse, los ojos fijos en el hombre que nadaba. Las fauces se abrieron otra vez y soltaron un nuevo chorro abrasador de vapor.
Dhamon se sumergió justo a tiempo de evitar lo más recio del ataque; pero el agua estaba ardiendo, y tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para mantenerse consciente y no soltar el arma.
Resuelto, el caballero contuvo la respiración y se impelió al frente. «¡Más cerca! —se ordenó interiormente Dhamon—. ¡Más cerca! ¡Ahí!» Hundió la espada en el cuello del dragón con todas sus fuerzas, y el acero se abrió paso por entre las escamas de un verde negruzco y le produjo una herida.
¡Aguijoneado por un humano! Piélago aulló asombrado. La espada no le había hecho daño en realidad; resultaba más bien molesta. Sin embargo, el dragón rugió enfurecido ante el hecho de que algo tan insignificante osara enfrentarse a él. Otro hombre nadaba también hacia allí. Era un hombre de mayor tamaño y sería el primero al que devoraría.
Piélago se hundió más, a la vez que su primer atacante extraía la espada de su garganta y volvía a clavarla. El dragón dobló la cabeza a un lado y lanzó el cuello al frente, con las fauces bien abiertas.
En la cubierta del Narwhal, Ampolla hizo girar el timón y consiguió alejar la proa del barco de la criatura, justo mientras Rig hacía girar la balista para obtener un mejor ángulo de tiro.
Jaspe se encontraba detrás de ella en la cubierta, sujetando con fuerza el Puño y con los ojos fijos en el dragón.
—No sé nadar —decía—. Me hundiría como una piedra. ¡Groller!
El enano divisó al semiogro. Estaba agarrado a una púa del lomo de Piélago, espada en mano, asestando cuchilladas al reptil. También Rig descubrió a Groller e hizo girar la balista.
—¡Ampolla! —gritó el marinero—. ¡Vira en dirección al dragón!
—¡Creía que querías alejarte!
—¡Cambio de planes! —replicó él a todo pulmón—. Acércanos más. —Groller había forzado el cambio de planes, se dijo el marinero. Rig no arriesgaría la vida por Dhamon Fierolobo; no pondría el barco en peligro por aquel hombre. Pero Groller era otra cosa—. ¡Más cerca!
Usha y Fiona ascendieron corriendo a cubierta con los brazos cargados de lanzas sacadas del arsenal. Las seguían una docena de hombres, igual de cargados.
—El dragón —murmuró Usha incrédula—. Nos dirigimos hacia él en lugar de alejarnos.
—Será más fácil darle si estamos más cerca —observó la solámnica. Se detuvo ante la barandilla y afirmó los pies en el suelo, empuñando una lanza en cada mano—. De una en una —indicó a Usha. Acto seguido, las lanzas salieron despedidas de sus manos en dirección al enorme dragón marino. Usha le entregó dos nuevas lanzas, mientras preparaba otro par.
Los otros se unieron a ellas, intentando inútilmente herir al monstruo.
—¡Oh, no! —dijo Jaspe.
El dragón volvía a alzarse del agua, preparándose para otra zambullida. El inmenso corpachón desapareció bajo las aguas a toda velocidad lanzando una lluvia de agua hirviendo sobre la cubierta del Narwhal.
Bajo la superficie, el cuerpo del reptil se retorció y arrojó lejos de sí al hombre; luego rugió, enfurecido, giró la testa y lanzó un chorro de vapor en dirección al semiogro, justo cuando Groller salía a la superficie cerca del barco. Piélago escuchó el tenue grito del hombre, alcanzado por los extremos de la bocanada de calor, y se permitió unos instantes de cólera al comprender que su adversario no se encontraba lo bastante cerca para que el calor lo eliminara; entonces sintió otra cuchillada en el cuello. El hombre de cabellos negros había regresado. El dragón se sumergió a mayor profundidad.
La espada de Dhamon estaba clavada en el cuello de Piélago, las manos del caballero bien cerradas sobre la empuñadura.
El monstruo marino sabía que el hombre moriría ahora. Carecía de las orejas puntiagudas de los dimernestis y no podía respirar en el agua.
El dragón descendió hasta el fondo, y Dhamon se sujetó con desesperación a la espada, que seguía enterrada en la garganta de la criatura.
En la superficie, junto a la barandilla del Narwhal Rig tendió una pértiga al apaleado semiogro. Groller extendió una mano a lo alto y se agarró a ella para que lo subieran a cubierta.
El marinero miró fijamente a su amigo.
—Estoy bien —le dijo éste. Estaba escaldado y magullado y había estado muy cerca de la muerte, pero seguía vivo—. In... tenté ayudar a Dhamon. —Se frotó los ojos para eliminar el agua salada, y entonces vio a Furia y a Jaspe que se acercaban—. Jas... pe buen sanador. Jas... pe, cúrame otra vez.
—¿Dónde está Dhamon? —refunfuñó Rig—. ¿Dónde está el maldito dragón?
Bajo las olas, Dhamon luchaba por mantenerse consciente. Le dolían los pulmones y le zumbaba la cabeza, pero obligó a sus manos a tirar de la espada hasta soltarla una vez más, y así volver a clavarla en el dragón marino. Piélago era mucho mayor que Ciclón, y su piel mucho más gruesa, pero el caballero había estado atacando el mismo punto una y otra vez. Había conseguido agujerear las escamas y que finalmente la herida sangrara bastante; negro como la sangre del Dragón de las Tinieblas, el viscoso líquido se arremolinaba a su alrededor, enturbiándole la vista.
Hundió más el acero, y el dragón se encogió sobre sí mismo. Levantó el cuello y lo dejó caer con fuerza contra una repisa de coral para aplastar a Dhamon entre su cuerpo y el coral. El caballero se quedó sin el poco aire que quedaba en sus pulmones, y sus manos soltaron la empuñadura.
Piélago alzó el cuello y sintió dolor en el punto en el que estaba incrustada la espada. El hombre yacía inmóvil, listo para ser devorado. Pero primero el dragón pensaba hundir la nave. Luego regresaría a ocuparse de este hombre... y de la fastidiosa mujer que llevaba la corona.
Ante todo destruiría el barco, antes de que pudiera alejarse. Mataría a todos los ocupantes de la embarcación, los devoraría uno a uno, para saborear su carne insolente. Piélago se apartó y salió disparado hacia la superficie; asomó por entre las olas a varios metros del Narwhal.