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—¡Ahí esta el dragón! —tronó Rig—. Todo a babor, Ampolla. ¡Ahora! ¡Todo a babor!

La kender obedeció.

—Buen sana... dor —dijo el semiogro, que estaba recostado contra la base de la balista.

El enano había usado su magia curativa para aliviar el dolor de las ampollas que cubrían el cuerpo de Groller. El lobo permanecía junto al semiogro, golpeando la cubierta con la pata y paseando la mirada de su compañero al dragón.

—No —dijo el semiogro al lobo—. No voy a na... dar otra vez.

—¡Tal vez tendremos que nadar todos! —gritó Rig—. ¡A menos que Ampolla consiga alejarnos más! ¡A babor!

—¡Lo intento! —respondió la kender tan alto como pudo—. ¡Pero el dragón es sumamente veloz!

Piélago alcanzó el costado del Narwhal y alzó la testa por encima de la cubierta para observar a los hombres que se movían por ella. Fiona y los otros continuaron arrojando lanzas contra la criatura, pero casi todas rebotaban en el grueso pellejo del monstruo.

—¡El dragón es demasiado veloz! ¡Y demasiado enorme! —protestó Ampolla al contemplar más de cerca al ser.

La cola del reptil se arrolló a la barandilla, la sujetó con fuerza y ladeó la nave. El movimiento amenazó con arrojar a Fiona, Usha y a la tripulación por la borda.

—¡El mástil! —chilló la dama solámnica a Usha y a los otros—. ¡Subid a él! ¡Agarraos a él! —Antes de que Usha y los otros pudieran responder, Fiona sacó su espada y empezó a atacar el trozo de la cola del dragón que tenía a su alcance.

—¡Vamos! —Uno de los antiguos esclavos ayudó a Usha a trepar por la empinada cubierta inclinada, donde la mujer aceptó la mano que le tendía Jaspe.

El enano y Groller estaban agarrados a las jarcias y ayudaban a los otros a encontrar cosas a las que sujetarse.

Furia hacía todo lo posible por mantenerse en pie, pero resbalaba en dirección a la barandilla. Usha agarró al lobo y perdió el equilibrio, y fue Groller quien consiguió ponerlos a salvo tanto a ella como al animal. El lobo se restregó contra la mujer, y todos contemplaron al dragón.

—Jamás pensé que todo terminaría así —musitó Usha—, tan lejos de Palin.

—No ha acabado todavía —afirmó Jaspe—. Ha llegado la hora de que tome parte en la lucha. —El enano tragó saliva y soltó la cuerda que sujetaba. Resbaló hacia la barandilla, con el Puño de E'li bien sujeto en una mano.

El enano llegó junto a Fiona en el mismo instante en que la testa de Piélago se elevaba por encima del mástil, con las fauces abiertas. Un chorro de vapor brotó de su garganta, y una pequeña parte de la ráfaga cayó sobre el enano, la dama solámnica y Rig.

Un dolor insoportable embargó a Jaspe. Era igual que si estuviera ardiendo. Sintió cómo su piel se cubría de ampollas y los ojos le ardían, y comprendió que, si el dragón volvía a lanzar su aliento, todos perecerían. El cetro que sujetaba se tornó increíblemente caliente, y las tiras de metales preciosos incrustadas en él le quemaron la piel; pero se negó a soltar el arma, se negó a ceder ante el dolor.

Sobre la cubierta cayó un chorro de agua oscura. El enano se dio cuenta de que era sangre al descubrir la larga espada que sobresalía del cuello del dragón.

—Así que puedes sangrar —masculló Jaspe—. Eso significa que puedes morir.

A su derecha, Fiona intentó golpear la cola de Piélago. También su piel estaba cubierta de ampollas, aunque no parecía que el dolor la achicara.

—Puedes morir —repitió Jaspe, al tiempo que lanzaba una mirada furiosa al dragón.

El enano se concentró en el Puño, recordó lo que Usha había dicho sobre sus poderes. «Encuentra el poder de matar», se dijo. Luego cerró los ojos para que no lo distrajera la contemplación de la bestia, que se hallaba cada vez más cerca. El putrefacto olor ya era bastante malo. «¡Tenía que encontrar ese poder! ¡Encontrar ese...!»

De improviso los dedos del enano se quedaron helados, y el gélido frío ascendió hasta sus brazos. Sus dientes castañetearon. Empezó a temblar de modo incontrolable, mientras los dedos que sujetaban el cetro se aflojaban ligeramente. Y entonces la sensación de estar congelándose empezó a desvanecerse.

—¡Es el poder! —exclamó Jaspe al tiempo que levantaba el Puño de E'li. Sentía un frío terrible, pero consiguió golpear con el cetro la mandíbula del dragón justo cuando éste bajaba la cabeza para engullirlo.

La criatura se echó hacia atrás, se estremeció y rugió, un alarido casi humano que ahogó los gritos de todos los que estaban a bordo. Piélago contempló a Jaspe con ojos entrecerrados. Volvió a abrir las fauces y, con un golpe de la cola contra la cubierta, lanzó a Fiona por encima de la borda. Luego se abalanzó sobre el enano.

—¡Otra vez! —Jaspe volvió a blandir el cetro. El enano se sintió tan abrumado por el frío, que temió desmayarse por su culpa. Notaba los miembros entumecidos, y el helor lo atontaba; no obstante, al mismo tiempo se sentía fuerte. «Silvanos, el rey elfo, empuñó esta arma», se dijo. Si un elfo podía soportar este frío, un enano también podía.

»¡Puedes morir! —Volvió a levantar el cetro, lo descargó otra vez y esta vez asestó un violento golpe a la garganta de la bestia.

Entonces el dragón volvió a alzarse sobre el barco, se alzó más, se balanceó... y se desplomó de espaldas, lejos del Narwhal.

—¡Muere! —volvió a chillar Jaspe.

—¡Ampolla, todo a estribor! —bramó Rig—. ¡Embístelo con el espolón, Ampolla! ¡Embístelo antes de que se vaya al fondo!

—Primero a babor luego a estribor, luego babor, luego estribor —farfulló la kender mientras giraba con fuerza el timón—. Decídete de una vez o ven a manejar el barco tú mismo.

Las cuadernas del Narwhal crujieron.

—¡Sujetaos a cualquier cosa! —indicó Rig a todos los que estaban en cubierta—. Vamos a...

El resto de las palabras del marinero quedaron ahogadas cuando el bauprés alcanzó al dragón y penetró en la parte inferior de su vientre como una lanza.

Groller, que gateaba en dirección a proa, fue el primero en ducharse con la sangre del dragón. Se frotó los ojos para limpiarlos.

El enorme dragón marino echó la testa hacia atrás y luego la lanzó al frente para golpear el barco. Las mandíbulas se cerraron sobre el mástil, al que partió en dos al mismo tiempo que enviaba a Usha, a Furia y a varios de los otros tripulantes dando tumbos hacia popa.

La criatura volvió a erguirse, pero su cuerpo se sacudió presa de convulsiones, en tanto que la cola se retorcía. La sangre manaba abundante de la herida causada por el Narwhal, y chorreaba también por la herida que el dragón tenía en el cuello, donde la espada seguía clavada. Gracias al cetro, el cuerpo de Piélago estaba inundado de escalofríos.

El cuello del animal golpeó contra el agua, y el impacto amenazó con hacer zozobrar la nave.

Luego el dragón marino sintió que se hundía, y su primer pensamiento fue de alivio por volver a estar bajo el agua y libre del barco. Un frío intenso embargó a Piélago. La cola se quedó rígida. El dragón marino parpadeó y sus ojos se cerraron al tiempo que el espinoso lomo se posaba sobre la arena. El pecho se alzó y descendió una vez más, y luego quedó inmóvil.

¡Furia! --Groller indicó al lobo que se acercara, y sus largos brazos rodearon al animal. Furia tenía el costado ensangrentado allí donde el palo mayor lo había golpeado—. Jas... pe arreglará —explicó Groller a su camarada—. Jas... pe arreglará.

Jaspe se encontraba en el centro del barco, lugar al que se encaminaba Usha. El enano arrojó una cuerda a Fiona, a quien el cuerpo del dragón al desplomarse no había aplastado por muy poco.