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Las mejillas de Veylona enrojecieron ligeramente. Sonrió y escuchó las explicaciones de Rig sobre la sordera de Groller.

—Pero desde luego no está ciego —susurró el marinero al oído de Fiona.

—Tampoco tú —respondió ésta—. Me parece que ayudaré a Feril a encontrar algo de abrigo para Veylona.

Poco después del mediodía el Narwhal se ponía en movimiento para regresar a la costa de Khur, pero evitando el puerto de Ak-Khurman. Rig había decidido no correr el riesgo de tropezar con más barcos de los Caballeros de Takhisis que pudieran haber llegado hasta allí.

Groller llevaba el timón, con el lobo enroscado cómodamente a sus pies. Rig y Fiona estaban sentados junto a Veylona cerca del cabrestante. La elfa marina iba ataviada ahora con una amplia túnica verde oscuro ceñida a la cintura, que le llegaba a mitad de los muslos. Aunque su dominio del idioma era limitado, hacía todo lo posible por entretener a la pareja con historias sobre la vida en Dimernost y los horrores que sus habitantes habían padecido por culpa del dragón.

Jaspe se encontraba bajo cubierta, muy ocupado con Dhamon intentando curar las ampollas que cubrían su cuerpo.

También la kender estaba bajo cubierta, revolviendo la pequeña bodega en busca de víveres que no se hubieran derramado por el suelo durante el enfrentamiento con el dragón. Había prometido algo «apetitoso e interesante» como cena para celebrar la muerte del gran señor supremo marino. Y había encontrado una botella de algo purpúreo que podría servir como vino.

Feril estaba sentada junto al timón, observando cómo el agua impelía al Narwhal. Había ayudado a crear la estrecha y poderosa ola que impulsaba la nave, y ésta se movía con la misma velocidad que si lo hiciera a toda vela. Veylona se había ofrecido a relevar a la kalanesti de vez en cuando.

Rig calculaba que el trayecto duraría una semana y media, tres días menos de lo que les había costado llegar hasta el reino de los dimernestis. Y entonces ¿adonde irían? Y, si Palin sabía adonde ir, ¿estarían a tiempo aún de detener a Takhisis?

¿Habría descubierto el hechicero el lugar en el que iba a aparecer la Reina de la Oscuridad?

18

El Reposo de Ariakan

Palin se concentró en el hechizo que lo trasladaría al Reposo de Ariakan, a más de mil quinientos kilómetros de la Torre de Wayreth, donde se encontraba ahora.

—¡Aguarda! —La apagada voz indefinida lo sobresaltó, y el conjuro escapó de su mente, incompleto. El Hechicero Oscuro penetró sin hacer ruido en la habitación—. Estoy tan seguro de que Takhisis aparecerá en la cueva, que me arriesgaré a viajar contigo.

Palin contempló cejijunto la oscura figura.

—Si tienes razón, podría haber dragones en las cercanías. Desde luego habrá Caballeros de Takhisis. Podría resultar peligroso.

—He estudiado a los dragones mucho más tiempo que tú, Majere —respondió la oscura figura—. Ver a uno de cerca podría significar la apropiada culminación de mis estudios.

—Culminación... —Palin rió por lo bajo; luego se interrumpió, no muy seguro de si el Hechicero Oscuro lo había dicho en serio o había intentado hacer un chiste.

—Además, no he abandonado esta torre desde hace bastante tiempo —añadió el hechicero—. Podrías necesitar ayuda.

—Eso no lo discutiré.

Palin dirigió una ojeada a su mano izquierda. El anillo de Dalamar se encontraba junto a su alianza de matrimonio.

El Hechicero Oscuro estudió su rostro con atención.

—¿No has lanzado nunca hechizos con un objeto tan antiguo y poderoso? —preguntó.

—Muchas veces —respondió Palin—. Llevé el Bastón de Mago durante años. Pero ha transcurrido bastante tiempo desde entonces.

—Así pues, ¿nos ponemos en marcha?

—Agradezco tu compañía. —Palin dedicó un breve pensamiento a Usha, prometiendo ponerse en contacto con ella en cuanto hubiera investigado el Reposo de Ariakan. No había hablado con su esposa desde hacía varios días, pues había estado absorto en sus estudios. Deseó que su compañero estuviera en lo cierto, y esperaba encontrar alguna prueba de que la diosa regresaría a Krynn en el interior de una cueva. Entonces podría transportar a sus amigos allí, junto con las reliquias que habían recogido. Había estado reflexionando sobre las posibilidades de usar los objetos para desplomar la montaña sobre la Reina de la Oscuridad y todos los dragones que se hubieran reunido allí... aun cuando tal acción acabara con sus propias vidas. Sería un sacrificio insignificante, se decía, si mantenía a Takhisis lejos de Krynn—. ¿Listo?

El Hechicero Oscuro asintió de modo casi imperceptible.

Palin volvió a concentrarse en el conjuro y en el anillo de Dalamar. Extrajo energía del anillo, y la magia acudió veloz y se los llevó a toda velocidad de la estancia situada en lo alto de la Torre de Wayreth. El suelo de piedra de la torre desapareció de debajo de sus pies, y en cuestión de segundos los dos hechiceros se encontraron sobre una irregular superficie rocosa en la ladera de una montaña que se alzaba en el corazón de Neraka.

—Esto no es la cueva —observó el Hechicero Oscuro.

—No —Palin meneó la cabeza—, pero estamos cerca. No quería aparecer en medio de alguna reunión de criaturas malignas. Es mejor investigar un poco.

—Como desees —repuso el otro—. Tú primero, Majere.

Palin se abrió camino por la ladera. Era pasado el mediodía, y un arrebol anaranjado pintaba las rocas y le calentaba la piel. Aspiró con fuerza. El aire parecía más fragante fuera de la torre, lejos de los polvos y humaredas de los estudios mágicos y los conjuros. Se había encerrado en la Torre de Wayreth durante demasiado tiempo.

Oyó cómo el Hechicero Oscuro farfullaba algo en voz baja a su espalda, sintió un hormigueo por todo el cuerpo y comprendió que su compañero estaba ocultando la presencia de ambos con un conjuro de invisibilidad. Era una precaución que Palin no se habría molestado en tomar, ya que estaba seguro de que los dragones no necesitaban ver a los intrusos para saber que estaban cerca. Sus otros sentidos eran sumamente agudos. De todos modos, Palin tuvo que admitir que ser invisible resultaba sensato; al menos aquellos Caballeros de Takhisis que estuvieran estacionados en las montañas no podrían verlos.

—¿Qué sabes sobre Ariakan? —musitó el Hechicero Oscuro.

—Que era un hombre malvado, pero que demostró cierto honor. Poseía características dignas de admiración, y soportó mucho.

—Incluido el cautiverio durante muchos años a manos de sus enemigos, los Caballeros de Solamnia —repuso su compañero.

—Aprendió de ellos.

—Sí; y sin duda parte de estas enseñanzas lo llevaron a fundar los Caballeros de Takhisis.

—Supongo. —Palin movió la cabeza afirmativamente—. Resultaba apropiado que, después de la guerra de Caos, los supervivientes de los Caballeros de Takhisis se retiraran a esta región, famosa por la ciudad que en una ocasión perteneció a Takhisis.

—Ella construyó la ciudad de Neraka, ¿verdad?

—Por decirlo así. Resultaría más exacto decir que promovió su construcción. Según la leyenda plantó la piedra angular del Templo de Istar del Príncipe de los Sacerdotes, que se convirtió en un edificio terrible desde el que alistaba y reorganizaba a sus fuerzas. La ciudad creció alrededor de ese enorme y siniestro lugar.

—Y toda la ciudad la servía —dijo el Hechicero Oscuro—. El Reposo de Ariakan es el lugar al que regresará. El Custodio se equivoca al pensar otra cosa. Nuestro viaje aquí hará que comprenda su error.

Ambos permanecieron en silencio mientras seguían el estrecho sendero. Casi todo el territorio era iguaclass="underline" árido, inhóspito, escarpado y abrupto. Entre las cordilleras que entrecruzaban el territorio se exendían estrechos valles resecos, y la zona estaba salpicada de volcanes. Era un clima ideal para los dragones azules y rojos, y Palin sabía que en la comarca residían unos cuantos.