No fue más que el primero de varios campamentos que atravesaron, cada uno aproximadamente del mismo tamaño y todos caracterizados por la misma atmósfera de fiesta. No obstante, no había ni cerveza ni aguamiel, observó Dhamon, nada que pudiera embotar los sentidos de los caballeros.
Los ejércitos de goblins era otra cuestión. Los tambores retumbaban con un ritmo desigual, y los guerreros goblins más jóvenes danzaban alrededor de mesas cargadas de comida. Barriles de algo acre y fermentado resultaban bien visibles. Dhamon escogió los senderos menos concurridos para atravesar estos campamentos y apresuró el paso en dirección a la cima, seguido por los otros. No quería arriesgarse a que un goblin borracho tropezara con Ampolla o Jaspe y viera a través del camuflaje creado por Palin. Esquivó también los campamentos de ogros y draconianos que descubrieron.
Los hobgoblins y los bárbaros parecían ser los más disciplinados del grupo, y no había sustancias embriagantes en estos campamentos. Sin embargo, el aire estaba inundado de gritos de guerra y discursos victoriosos, en los que sargentos y capitanes fanfarrones se jactaban de cómo su suerte en esta vida mejoraría cuando la diosa dragón regresara a Ansalon.
En la base de la meseta, un grupo de élite de los caballeros de la Reina de la Oscuridad se encontraba acampado a la sombra de cuatro Dragones Rojos, un pequeño Negro y un pequeño Verde.
Dhamon reconoció a Jalan Telith-Moor, y rápidamente hizo girar a sus acompañantes por el sendero más largo que rodeaba el campamento para esquivarlo. La comandante tal vez estaba ciega, pero Dhamon lo dudaba. Sabía que la mujer tenía acceso a un grupo de Caballeros de la Calavera que probablemente sabían cómo curar su dolencia. Por el rabillo del ojo distinguió a varios hombres y mujeres con túnicas negras: miembros de la Orden de la Espina. Tampoco quiso arriesgarse a que unos hechiceros penetraran su disfraz.
—Por aquí —indicó, mientras dejaba atrás a un par de oficiales e iniciaba el ascenso por un sendero sinuoso.
—Hay tantos —musitó Usha a Palin—. Muchos más tal vez que los que había en el Abismo.
—Fue más fácil llegar aquí que al Abismo —respondió él.
—¡Deteneos! —Un comandante de los caballeros apareció ante Dhamon, en un punto donde el sendero giraba alrededor de un saliente rocoso y ascendía una ladera más empinada aun. Sólo Dhamon, Rig y Feril habían doblado la esquina. Los restantes no podían ver al hombre que los había detenido. El hombre volvió a hablar:— ¡Malystryx la Roja no permite que nadie se acerque! Regresad a vuestros puestos inmediatamente.
—Las órdenes de Malystryx fueron que me dirigiera a la cima —replicó Dhamon irguiendo los hombros—. Debía llevar a estos hombres hasta ella.
El comandante estrechó los ojos.
—Dudo que el dragón haya...
—¿Dudáis del dragón, señor? Tengo a Palin Majere conmigo, un prisionero al que quiere. Tal vez piensa ofrecérselo a Takhisis. —Los ojos de Dhamon no parpadearon.
—Deja que vea a este Palin Majere.
Palin no podía ver al hombre, pero escuchó la tensa conversación entre él y Dhamon. Sintió cómo los dedos de Usha acariciaban nerviosamente los suyos.
—Todo irá bien —musitó—. Dhamon sabe lo que hace. —Dobló la esquina, abriéndose paso entre Rig y Fiona, al tiempo que cancelaba el hechizo que lo ocultaba.
El caballero contempló con atención al hechicero, y sus ojos examinaron las quemaduras y cicatrices de su rostro, cabeza y manos.
—Herirlo fue inevitable —dijo Dhamon, señalando a Palin y golpeando impaciente el suelo con el pie—. Si no permitís que escolte a Palin Majere y a estos hombres hasta lo alto de la meseta, entonces deberéis explicarle a ella vuestras razones. Espero que el Dragón Rojo sea comprensivo.
Los ojos del comandante se entrecerraron, pero sus labios temblaron de forma casi imperceptible.
—¡Id! —bramó, haciendo un gesto a Dhamon para que pasara—. Llevadle al hechicero. Sin duda resultará un bocado apetitoso para la Reina de la Oscuridad.
Dhamon asintió y empezó a avanzar.
—¡Funcionó! —se escuchó chillar a una infantil vocecita femenina—. ¿Lo ves, Jaspe? Ya te dije que esa lección sobre cómo mentir que le di a Dhamon hace muchísimos meses acabaría siendo útil.
Dhamon se encontraba junto al comandante cuando escuchó el siseo del acero al ser desenvainado. Se llevó la mano a su propia espada y giró velozmente, justo para ver cómo el comandante era abatido. El hombre cayó al suelo en medio de un charco de sangre.
Rig contempló la alabarda que empuñaba y silbó por lo bajo.
—¡Alguien podría encontrarlo! —advirtió Dhamon al marinero.
Palin cerró los ojos y pasó el pulgar por el metal del anillo de Dalamar. Fiona apoyó al hombre contra la pared de la montaña; entre ella y Rig colocaron el cuerpo de forma que no se doblara al frente.
—Si estuviera vivo, nosotros no seguiríamos respirando por mucho tiempo —masculló Rig.
—Me parece que verán toda esta sangre, y que le han cortado en dos la armadura —manifestó la kender—. Resulta bastante difícil no darse cuenta.
Rig arrugó la frente, pero su rostro no tardó en iluminarse.
—Gracias, Palin —dijo.
En cuestión de segundos, el hombre volvía a parecer vivo e intacto, los ojos cerrados como si se hubiera dormido en su puesto, y Palin recuperó el aspecto de un Caballero de Takhisis.
—Esperemos que nadie pase por aquí y resbale en la sangre —murmuró el hechicero. Echó un vistazo a Dhamon, que había reanudado la ascensión—. Será mejor que nos demos prisa.
Se encontraban muy cerca de la cima cuando el último haz de luz solar se hundió tras la línea del horizonte. El territorio quedó bañado en un brillante y precoz crepúsculo. El viento aumentó de intensidad con rapidez y sin previo aviso, y comenzó a soplar con fuerza. Palin hizo una mueca.
Empezaron a acumularse nubes, que sumieron la zona en una oscuridad sobrenatural. Las piernas de Dhamon cubrieron veloces los últimos metros del estrecho sendero, mientras el trueno sacudía la montaña.
—¡Deprisa! —chilló a los otros, blandiendo su espada.
El cielo se llenó de relámpagos que revelaron las figuras de dragones, Azules, Rojos y Verdes, que describían círculos en el aire por encima de la Ventana a las Estrellas. Los reptiles se destacaban con nitidez entre las nubes de tormenta. En lo alto del cielo, relucían también destellos metálicos: los dragones Plateados y Dorados se aproximaban. Palin sabía que muchos de ellos irían montados por Caballeros de Solamnia.
Una voz resonó por encima del fragor del trueno y el viento, sibilante, inhumana y autoritaria.
—¡Preparaos! —gritó la voz—. ¡Empieza la ceremonia que dará paso a una nueva era!
20
Renacimiento
Las rodillas de Veylona temblaban y le castañeteaban los dientes, y la elfa marina se llevó ambas manos a la boca para impedir que escapara el menor sonido de ella. La dimernesti escudriñaba desde detrás de una roca el borde de la meseta, contemplando a los siete enormes dragones, cinco de ellos señores supremos. Sudaba más de lo que lo había hecho después de recorrer penosamente durante días el desierto de los Eriales del Septentrión. Le aterraban los dragones.
Jaspe estaba arrodillado junto a ella con la mano sobre su hombro, aunque ello no daba el menor consuelo a la elfa. Groller y Furia se encontraban justo a su espalda, y una temblorosa mirada por encima del hombro indicó a Ampolla que el enorme semiogro estaba tan asustado como ella.
—Miedo al dragón —musitó Palin a Veylona—. Es un aura que los dragones exudan.
—¿Puedes hacer algo? —inquirió Usha. Sus dorados ojos estaban abiertos de par en par. Había estado entre dragones con anterioridad, cuando docenas de ellos combatían a Caos en el Abismo, pero jamás había visto dragones tan enormes.