—¡Hay tanto que hacer! —dijo Silvara—. Todavía hay señores supremos, aunque Khellendros se haya ido. Los que sobrevivieron han comprendido ahora que los hombres no se dejarán dominar sin hacer nada. Lucharemos contra ellos.
Gilthanas se estremeció al recordar el frío de Ergoth del Sur, sabiendo que volvería a sentir aquel frío, pues era allí adonde habían decidido encaminar sus pasos ahora. Iban a reunir a los habitantes de la zona, a organizar a todos los caballeros solámnicos y a dirigir sus esfuerzos hacia la expulsión del Blanco del antiguo hogar de los kalanestis.
E iban a iniciar una vida juntos allí: elfo y dragón. Gilthanas juró que no iba a permitir que Silvara se le volviera a escapar.
Rig y Fiona también se abrazaban. Al contrario que Silvara, Fiona no regresaba a Ergoth del Sur. No había conseguido convencer a Rig para que se uniera a la orden; ni tampoco había conseguido él convencerla para que la abandonara. Así pues, la mujer había decidido llegar a un arreglo, aceptando tomarse un permiso durante un tiempo.
El marinero apartó un rizo rebelde del rostro de la joven y la besó. Ella no era Shaon. No quería usarla como sustituto de su primer amor; pero tenía que admitir que amaba a Fiona con la misma intensidad.
—Cásate conmigo —le pidió Rig, con sencillez.
—Lo pensaré —respondió ella, y sus ojos verdes brillaron traviesos.
—No lo pienses demasiado —replicó él—. Hay dragones contra los que luchar.
—¿Y lucharíamos mejor contra ellos si estuviéramos casados?
—Yo sé que sí lo haría —repuso él con una mueca.
—En ese caso acepto, Rig Mer-Krel.
La apretó contra sí con fuerza, como si temiera que ella pudiera huir de su lado y arruinar aquel momento de felicidad.
Dhamon estaba de pie en la playa de la isla de Schallsea, observando alejarse el transbordador en el que iba Groller mientras agitaba la mano a modo de despedida. Feril se colocó a su lado sin hacer ruido.
—Te amo —dijo la elfa. Él se volvió para mirarla, y ella se deslizó entre sus brazos y enterró el rostro en su cuello.
Dhamon cerró los ojos y la abrazó durante varios minutos, aspirando su dulce perfume.
—Pero no puedo quedarme —añadió la kalanesti, apartándose ligeramente—. Me voy a casa. Viajaré con Silvara y Gilthanas.
—Podría ir contigo —repuso él—. Goldmoon me ha perdonado, y yo...
—Necesito estar sola un tiempo —dijo ella, negando con la cabeza—. Necesito volver a encontrarme.
Él tragó saliva con fuerza, la miró a los ojos y sintió una opresión en el pecho.
—Feril, yo...
Ella posó un dedo sobre los labios del caballero.
—No digas nada, Dhamon, por favor. Sería muy fácil para ti convencerme de que me quede contigo. Y eso no es lo que yo necesito en estos momentos.
—Te echaré de menos, Ferilleeagh.
—Volveré a tu lado —prometió ella—. Cuando esté preparada. Todavía quedan dragones que combatir, y no pienso dejar que sigas con ello tú solo. Cuida de Rig y de Fiona. Palin ha prometido no quitaros los ojos de encima a vosotros tres, y enviarme a donde sea que estéis cuando las circunstancias lo requieran...
—... cuando estés preparada —terminó él.
Permanecieron uno junto al otro con la vista puesta en las relucientes aguas de Nuevo Mar.
A miles de kilómetros de allí, en dirección nordeste, se extendían las aguas de un mar distinto: el Mar Sangriento de Istar, que lamía las costas del reino de Malystryx.
Un rizo se formó sobre la cristalina superficie, luego otro y otro. Aparecieron algunas burbujas, pequeñas y escasas al principio, que aumentaron en número y tamaño, como si el mar fuera un cazo hirviendo.
Una testa de dragón salió a la superficie, roja y furiosa; los ojos centelleaban tenebrosos. Enseguida hizo su aparición una garra, una que sostenía una lanza. El arma estaba roja de sangre. La hembra se la había arrancado del pecho.
—Es la guerra —siseó Malystryx. La zarpa chisporroteaba, y una columna de vapor se elevaba de la quemadura producida por la lanza—. Y esto no es más que el principio.