Выбрать главу

Había introducido los dedos de la mano derecha en cinco casilleros de una caja que tenía sobre el escritorio. Desde que inventó ese sistema, podía ahorrarse media hora por semana aunque en realidad no tenía mucho que hacer en esos treinta minutos de sobra.

— Y yo le conté todo a la señora de Yarborough, la mujer que ocupa la cama de al lado ahora que se murió la señora de Wertheimer. No es que desee echarme incienso, pero yo me atribuyo gran parte del mérito por tus éxitos.

— Sí, mamá.

Controló el brillo de sus uñas y decidió que todavía les hacía falta un minuto más.

— Me estaba acordando de aquella vez, cuando ibas a cuarto grado. ¿Recuerdas?

Llovía a cántaros, y como no querías ir a la escuela, me pediste que escribiera al día siguiente un justificativo que habías caído enferma. Yo me negué. Te dije: «Ellie, aparte de ser bella, lo más importante de la vida es la educación. No es mucho lo que puedes hacer para ser bonita, pero sí puedes preocuparte por tu educación. Ve a clase. Nunca se sabe lo que se puede aprender un día». ¿Verdad?

— Sí, mamá.

— ¿No fue eso lo que te dije en esa ocasión?

— Sí, recuerdo que sí.

El brillo de cuatro dedos era perfecto, pero el pulgar presentaba aún un aspecto opaco.

— Entonces te busqué las botas de goma y el impermeable — que era amarillo y te quedaba precioso —, y te despaché al colegio. Ése fue el día en que no pudiste responder una pregunta en la clase de matemáticas del señor Weisbrod. Te pusiste tan furiosa que en seguida marchaste a la biblioteca de la universidad e investigaste ese tema, hasta que llegaste a saber más sobre él que el propio profesor. Weisbrod se quedó impresionado y me lo dijo.

— ¿Te lo dijo? Nunca me enteré. ¿Cuándo hablaste con él?

— En una reunión de padres. «Su hija es muy emprendedora», me comentó. «Se enojó tanto conmigo, que se convirtió en una verdadera experta en la cuestión.» «Experta» fue el término que empleó. Pensé que te lo había contado.

Estaba recostada contra el respaldo de su sillón, con los pies en alto, apoyados sobre un cajón del escritorio y los dedos introducidos en la máquina para pintar uñas. Presintió la alarma casi antes de oírla, y se incorporó bruscamente.

— Mamá, tengo que irme.

— Estoy segura de que esta historia ya te la había contado. Lo que pasa es que nunca atiendes cuando te hablo. El señor Weisbrod era un hombre muy agradable. Tú nunca le viste el lado bueno.

— Mamá, de veras que tengo que irme. Recibimos una especie de fantasma.

— ¿Fantasma?

— Sí, algo que podría ser una señal. Ya te lo he comentado.

— Qué casualidad: las dos pensamos que la otra no nos presta atención. De tal palo tal astilla.

— Adiós, mamá.

— Te dejo ir si me prometes llamarme en seguida.

— De acuerdo. Prometido.

Durante todo el diálogo, la sensación de soledad de la madre había despertado en Ellie el deseo de dar por terminada la conversación, de huir. Y se lo reprochaba a sí misma.

Entró con paso ágil en el sector de control y se acercó a la consola principal.

— Hola, Willie, Steve. A ver los datos. Bien. ¿Dónde me escondieron el gráfico de amplitud? ¿Tienen la posición interferométrica? Bien. Veamos si hay alguna estrella cercana en el campo visual. Caramba, es Vega. Prácticamente una vecina de al lado.

Con los dedos iba oprimiendo teclas del tablero a medida que hablaba.

— Miren, está a sólo veintiséis años luz. Ya se la ha observado antes, siempre con resultado negativo. Yo la exploré el primer año que estuve en Arecibo. ¿Cuál es la intensidad absoluta? Bajísima. Casi se podría recibir la señal con una radio común de FM.

«Muy bien. Tenemos un espectro muy próximo a Vega en el plano del cielo, en una frecuencia de alrededor de 9,2 gigahertz, no muy monocromática. El ancho de banda es de unos centenares de hertz. Está polarizado en forma lineal y transmite un conjunto de pulsos móviles en dos amplitudes diferentes.

Como respuesta a las órdenes que impartió en el tablero, apareció en la pantalla la ubicación de todos los radiotelescopios.

— La señal llega a ciento dieciséis telescopios. Obviamente no se trata de un desperfecto de alguno de ellos. Bien. ¿Se mueve con las estrellas? ¿No podría ser algún avión o satélite electrónico de inteligencia?

— Yo puedo confirmar que hay movimiento sideral, doctora.

— Me suena bastante convincente. No proviene de la Tierra ni de un satélite artificial, aunque esto habría que verificarlo. Cuando tenga tiempo, Willie, llame al NORAD, el comando de defensa antiaérea, a ver qué dicen ellos sobre la posibilidad de que sea un satélite artificial. Si podemos excluir los satélites, quedarían dos posibilidades: o se trata de una broma, o bien alguien por fin ha logrado enviarnos un mensaje. Steve, haga un control manual. Revise algunos de los radiotelescopios (la potencia de la señal es considerable) para comprobar si no podría tratarse de un truco, una broma pesada de alguien que quisiera hacernos notar algún error nuestro.

Un puñado de científicos y técnicos, alertado por la computadora de Argos, se había reunido alrededor de la consola de mando. Había sonrisas en sus rostros. Todavía ninguno pensaba seriamente en un mensaje de otro mundo, pero el episodio representaba para todos un cambio en la rutina a la que se habían acostumbrado, y se notaba en ellos una especie de expectativa.

— Si a alguno se le ocurre cualquier explicación que no sea la inteligencia extraterrestre, dígamela — expresó Ellie.

— Es imposible que se trate de Vega, doctora. El sistema tiene apenas unos cientos de millones de años de antigüedad. Sus planetas se hallan aún en formación. No ha habido tiempo para que se desarrollara allí ninguna vida inteligente. Debe de ser alguna estrella o galaxia de segundo plano.

— Entonces la potencia del transmisor debería ser enorme — respondió uno de los expertos en cuasar, que había regresado a ver qué sucedía —. Es preciso que realicemos de inmediato un estudio de movimiento propio para ver si la fuente de radioondas se mueve junto con Vega.

— Tiene razón en cuanto al movimiento propio, Jack — acotó ella —. Sin embargo, también cabe otra alternativa: tal vez no crecieron en el sistema de Vega sino que sólo están de visita.

— No lo creo. El sistema está lleno de deyecciones. Es un sistema solar fallado, o un sistema solar que aún se halla en su primera etapa de desarrollo. Si se quedan demasiado tiempo se les destruiría la astronave.

— Digamos que arribaron hace poco. O que vaporizan los meteoritos entrantes. O que esquivan cualquier residuo que hubiera en una trayectoria de colisión. O que no se encuentran en el ring plane sino en la órbita polar, y así reducen al mínimo el choque con deyecciones. Hay millones de posibilidades. Pero usted tiene toda la razón del mundo: no hay por qué adivinar si la fuente emisora pertenece al sistema de Vega ya que podemos averiguarlo directamente. ¿Cuánto demoraría el estudio del movimiento propio? A propósito, Steve, usted ya terminó su turno; por lo menos avísele a Consuelo que va a llegar tarde a cenar.