— ¿Conoce bien a Kitz?
— He participado con él en algunas reuniones, pero eso no me basta para asegurar que lo conozco. Ellie, si hay una posibilidad de recibir un mensaje verdadero, ¿no sería buena idea despejar un poco la multitud?
— Sí, claro. Déme una mano con los inútiles de Washington.
— De acuerdo. Y si deja ese documento en su escritorio, puede entrar alguien y sacar conclusiones equivocadas. ¿Por qué no lo esconde en alguna parte?
— ¿Va a ayudar?
— Si la situación se mantiene como hasta ahora, la ayudaré. No vamos a esforzarnos demasiado si a esto, al final, lo clasifican como confidencial.
Sonriendo, Ellie se arrodilló delante de su pequeña caja fuerte y pulsó la combinación de seis dígitos: 314159. Echó un último vistazo al documento con grandes caracteres negros Los ESTADOS UNIDOS C/HADDEN CYBERNETICS, y luego lo guardó.
El grupo estaba formado por una treinta personas, incluidos técnicos, científicos vinculados con el proyecto Argos y altos funcionarios gubernamentales, como el subdirector de la Agencia de Inteligencia, vestidos de civil. Entre ellos se hallaba Valerian, Drumlin, Kitz y Der Heer. Ellie era la única mujer. Habían instalado un inmenso proyector de televisión, enfocado sobre una pantalla de dos metros cuadrados. Ellie se dirigía simultáneamente al grupo y a la computadora de descifrado, con los dedos apoyados sobre el panel que tenía ante sí.
— A través de los años nos hemos preparado para que la computadora decodifique grandes cantidades de posibles mensajes. Acabamos de enterarnos por el análisis del doctor Drumlin de que existe información en la polarización modulada. Todos esos cambios frenéticos entre izquierda y derecha significan algo. No se trata de un ruido aleatorio. Es como si tiráramos una moneda. Por supuesto, esperaríamos sacar tantas veces cara como cruz, pero en cambio obtenemos el doble de caras que de cruces. Esto nos llevaría a la conclusión de que la moneda está cargada o, en nuestro caso, que la modulación de la polarización no es aleatoria, que tiene contenido… Ah, miren eso. Lo que la computadora acaba de decirnos es aún más interesante. La secuencia precisa de caras y cruces se repite… Es una secuencia larga, de modo que el mensaje es sumamente complejo; la civilización emisora seguramente quiere cerciorarse de que lo recibamos con precisión.
«Aquí tienen. ¿Ven? Se trata de la primera repetición del mensaje. Cada bit de información, cada punto, cada raya es idéntico a lo que recibimos en el primer bloque de datos. Entonces analizamos la cantidad total de bits y obtuvimos un número de decenas de miles de millones. Y ¡oh, casualidad! Es el producto de tres números primos.
Pese a que Drumlin y Valerian exhibían una sonrisa, Ellie tuvo la sensación de que experimentaban sensaciones muy distintas.
— ¿Y qué? — preguntó un visitante de Washington —. ¿Qué significa otros números primos más?
— Tal vez significa que nos están enviando un dibujo. Este mensaje está compuesto por una enorme cantidad de bits de información. Supongamos que esa cantidad es el producto de tres números más pequeños; es una cantidad de veces otra cantidad de veces un número. Entonces, el mensaje tendría tres dimensiones. Yo me aventuro a creer que estamos ante una imagen estática tridimensional semejante a un holograma inmóvil, o bien se trata de una imagen bidimensional que cambia con el tiempo… una película. Si es un holograma, nos llevará más tiempo exhibirlo. Tenemos un algoritmo de descifrado ideal para eso.
En la pantalla se advirtió un dibujo borroso inmóvil, compuesto por puntos blancos y negros perfectos.
— Willie, agregue, por favor, un programa de interpolación gris… algo razonable, y trate de hacerlo girar noventa grados en el sentido inverso a las agujas del reloj.
— Doctora, parece haber un canal de banda lateral auxiliar. Quizá sea el audio correspondiente a la película.
— Márquelo.
El único uso práctico de los números primos que se le ocurría era para la criptografía, de amplia utilización en el plano comercial y nacional con fines de seguridad. Un uso era para esclarecer a los ignorantes; el otro, para evitar que comprendieran los mensajes los moderadamente inteligentes.
Ellie escudriñó los rostros que tenía frente a sí. Kitz parecía incómodo. Tal vez pensara en algún extraño invasor o, peor aún, en el diseño de un arma demasiado secreta como para que pudiera confiársele al personal comandado por Ellie. Willie ponía una cara muy seria y tragaba saliva a cada instante. Un dibujo es mucho más que unos meros números.
La posibilidad de recibir un mensaje visual despertaba temores y fantasías en el corazón de muchos. Der Heer ostentaba una maravillosa expresión: por el momento, tenía mucho menos aspecto de funcionario burócrata, de asesor presidencial, y mucho más de científico.
Junto con la imagen, aún ininteligible, se oía una concatenación de sonidos que recorría todo el espectro del audio, primero hacia arriba y luego hacia abajo, hasta posarse por último en la octava inferior a do menor. Lentamente el grupo fue percibiendo música tenue. La imagen giró, se rectificó, quedó un foco.
Ellie clavó la mirada en la imagen en blanco y negro de… un importante palco adornado con un enorme águila art déco. El animal asía entre sus garras de cemento…
— ¡Esto es un truco! ¡Es un truco! — Hubo exclamaciones de asombro, de incredulidad, risas, cierta manifestación de histeria.
— ¿No se da cuenta? ¡Nos han engañado! — le comentó Drumlin a Ellie en tono casi informal. Sonriendo, agregó —: Es una broma muy compleja. Nos ha hecho perder el tiempo a todos.
Entre las garras del águila, Ellie alcanzó a distinguir con nitidez una esvástica. La cámara enfocaba luego el rostro sonriente de Adolf Hitler, que saludaba con un brazo frente a las rítmicas aclamaciones de la multitud. Su uniforme, desprovisto de condecoraciones militares, transmitía una imagen de modesta sencillez. La gruesa voz de barítono de un locutor, algo difusa, resonó en la habitación. Der Heer se acercó a Ellie.
— ¿Sabe alemán? — preguntó ella —. ¿Qué dice?
— El Führer — tradujo él lentamente —, le da la bienvenida al mundo en la patria alemana con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1936.
Capítulo seis — Palimpsesto
Y si los guardianes no son felices, ¿quién más lo puede ser?
Cuando el avión alcanzaba ya la altitud de crucero y Albuquerque había quedado a más de ciento cincuenta kilómetros atrás, Ellie reparó en un cartoncito blanco con letras azules que le habían abrochado en el sobre de su billete aéreo. Decía, en el mismo lenguaje que advertía desde su primer viaje en avión, «Éste no es el talón para equipaje de que habla el artículo 4 de la Convención de Varsovia». ¿Por qué a todas las líneas aéreas, se preguntó, les preocupaba que los pasajeros pudieran confundir ese cartoncito con un talón de la Convención de Varsovia? Además, ¿qué era un talón de la Convención de Varsovia? ¿Por qué nunca había visto uno? ¿Dónde los ocultaban? En algún olvidado episodio de la historia de la aviación, alguna empresa aérea desatenta debió haberse olvidado de imprimir esa advertencia en rectángulos de cartón, fue demandada judicialmente y llevada a la quiebra por pasajeros indignados, convencidos erróneamente de que eso era un talón para la Convención de Varsovia. Era indudable que debía de haber motivos financieros que avalaban esa preocupación mundial respecto de cuáles pedazos de cartón no se describen en la Convención de Varsovia. Qué distinto sería, pensó, que semejante cantidad de líneas impresas se hubiera dedicado a algo más útil, como por ejemplo la historia de la exploración del mundo, ciertos casos fortuitos de la ciencia, o incluso la cifra promedio de kilómetros por pasajero hasta que el avión se estrellara. Si ella hubiera aceptado el avión militar que le ofreció Der Heer, habría tenido otras asociaciones casuales, pero eso quizás habría conducido a una eventual militarización del proyecto. Por eso prefirió viajar en un vuelo comercial. Valerian había cerrado los ojos apenas terminó de ubicarse en el asiento contiguo. No les corría prisa alguna, incluso luego de terminar con los detalles de último momento, vinculados con el análisis de datos y ante el indicio de que estaba por retirarse la segunda capa de la cebolla. Llegarían a Washington con suficiente antelación a la reunión que habría de realizarse al día siguiente; de hecho, con tiempo de sobra para poder dormir bien esa noche.