Las únicas llamadas de afuera que le permitían recibir eran las provenientes de Janesville (Wisconsin). Todas las demás debían pasar por censura, y por lo general se las rechazaba con amables disculpas. Ellie archivó, sin abrir, las cartas de Valerian, Der Heer y de Becky Ellenbogen, su antigua compañera de universidad. Palmer Joss le envió varias esquelas por correo expreso, y luego un mensajero. Sintió deseos de leer estas últimas, pero no cedió a la tentación. En cambio, le mandó a él una notita con un breve texto:
Estimado Palmer: Todavía no. Ellie, y la despachó sin remitente, razón por la cual nunca supo si había llegado a sus manos.
En un programa especial de televisión, filmado sin su consentimiento, se habló sobre su reclusión, más estricta aún que la de Neil Armstrong o incluso que la de Greta Garbo.
Ellie no lo tomó a mal sino que, por el contrario, reaccionó con una gran serenidad puesto que otros eran los temas que la mantenían ocupada. De hecho, trabajaba día y noche.
Dado que las restricciones para comunicarse con el mundo exterior no abarcaban la colaboración puramente científica, mediante la telerred asincrónica de canal abierto pudo organizar con Vaygay un programa de investigación de largo plazo. Entre los puntos a estudiarse se hallaban los alrededores de Sagitario A en el centro de la Galaxia, y la poderosa fuente extragaláctica emisora de radioondas, Cygnus A. Los telescopios de Argos se utilizaban como parte de una red de antenas de fase, enlazados con sus similares soviéticos de Samarkand. La red conjunta de antenas norteamericanosoviética funcionaba como si fuera un único radiotelescopio del tamaño de la Tierra. Al operar en una longitud de onda de unos pocos centímetros, podían captar radiaciones tan mínimas como las del sistema solar interno, aun si provinieran de enormes distancias, como por ejemplo, del centro mismo de la Galaxia. O tal vez de las dimensiones de la Estación.
Dedicaba gran parte de su tiempo a escribir, a modificar los programas existentes y a redactar, con la mayor precisión posible de detalles, los hechos salientes que acaecieron en los veinte minutos — hora de la Tierra — posteriores a la puesta en marcha de la Máquina. En la mitad de la tarea emprendida tomó conciencia de que su trabajo era samizdat, tecnología de máquina de escribir y papel carbónico, como el sistema que empleaban los rusos para hacer circular manuscritos clandestinos. Guardó entonces el original y dos copias en su caja fuerte, escondió una tercera copia debajo de un tablón flojo en el sector de electrónica del Telescopio 49, y quemó el carbónico. Al cabo de un mes y medio había concluido la reprogramación, y justo cuando sus pensamientos se dirigían a Palmer Joss, éste se presentó en la verja de entrada de Argos.
Había logrado el acceso mediante unas llamadas telefónicas por parte de un asesor presidencial de quien Joss era amigo, por supuesto desde hacía mucho tiempo. Aun en esa región sureña, donde todo el mundo adoptaba un aire informal en su indumentaria, Joss vestía su habitual camisa blanca, chaqueta y corbata. Ellie le regaló la hoja de palmera, le agradeció el colgante y — pese a la prohibición de Kitz de que relatara su fantasiosa experiencia — en seguida le contó todo.
Siguieron la costumbre de los científicos soviéticos quienes, cuando tenían que expresar alguna idea políticamente no ortodoxa, sentían la necesidad de salir a dar un paseo. De vez en cuando Joss se detenía y se inclinaba hacia Ellie y ella reaccionaba tomándolo del brazo para reanudar la marcha.
El la escuchó haciendo gala de una gran inteligencia y generosidad, máxime por tratarse de una persona con ideas religiosas que podían resultar erosionadas en su base por el relato… si él les daba el menor crédito. Contrariamente a lo que ocurrió en ocasión de su primer encuentro, esa vez Ellie pudo mostrarle las instalaciones de Argos. Ellie sentía un gran placer al compartir con él esos momentos.
Al parecer de casualidad encararon la angosta escalera exterior del Telescopio 49. El espectáculo de los ciento treinta radiotelescopios — la mayoría de ellos que giraban sobre sus propias vías de ferrocarril — no tenía igual sobre la Tierra. Ya en el sector de electrónica, Ellie levantó el tablón flojo y retiró un sobre grueso que llevaba escrito el nombre de Joss. Él se lo guardó en el bolsillo interior de la chaqueta, y a simple vista se advertía el bulto.
Ellie le explicó luego el sistema de observación de Sagitario A y Cygnus A, y el programa de computación por ella preparado.
— Lleva muchísimo tiempo calcular pi, y además tampoco estamos seguros de que lo que buscamos esté en pi. Ellos insinuaron que no lo está. Podría ser e o uno de los números irracionales que le mencionaron a Vaygay. También podría tratarse de un número totalmente distinto. Por eso una manera sencilla de encarar el problema — como por ejemplo, calcular los números irracionales hasta el infinito — sería una pérdida de tiempo. No obstante, aquí en Argos poseemos algoritmos de decodificación altamente sofisticados, diseñados para encontrar esquemas periódicos en una señal, para sacar a luz todo dato que no parezca fortuito. Por eso volví a confeccionar los programas…
A juzgar por la expresión del rostro masculino, Ellie temió no haberse explicado con claridad.
— …pero no para calcular las cifras de un número como pi imprimirlas y presentarlas para su estudio. No hay tiempo para eso. En cambio, el programa recorre todos los dígitos de pi, y se detiene sólo cuando aparece alguna secuencia anómala de ceros y unos. ¿Me entiende? Algo que no parezca ser accidental. Saldrán algunos ceros y unos, desde luego. El diez por ciento de las cifras serán ceros, y otro diez por ciento serán unos; hablo de un término medio. Cuantas más cifras agreguemos, más secuencias de ceros y unos deberíamos obtener por azar. El programa sabe qué es lo que se espera en términos estadísticos, y sólo presta atención a las secuencias largas, e inesperadas, de ceros y unos. Y no sólo investiga en base diez.
— No comprendo. Si se toman suficientes números aleatorios, ¿no van a encontrar cualquier esquema periódico que deseen simplemente por casualidad?
— Sí, claro, pero puede calcularse la probabilidad. Si hallamos un mensaje muy complejo al comienzo del estudio, sabemos que no puede ser por azar. Por eso las computadoras analizan este problema durante las primeras horas de la mañana. Allí no entra ningún dato del mundo exterior y hasta ahora no ha salido dato alguno del mundo interior. Lo único que hace es recorrer las cifras de pi, ver pasar los dígitos. No da aviso a menos que encuentre algo.
— Yo no soy experto en matemáticas. ¿Podría darme algún ejemplo?
— Cómo no. — Buscó infructuosamente un papel en los bolsillos de su mono. Se le ocurrió entonces pedirle el sobre que acababa de entregarle para escribir en él, pero le pareció muy arriesgado hacerlo tan abiertamente. Joss se dio cuenta de lo que pasaba y en el acto sacó una libretita de espiral —. Gracias. Pi comienza con 3,1415926… Usted verá que las cifras varían en forma muy aleatoria. El uno aparece dos veces en las cuatro primeras cifras, pero después de cierto tiempo se puede establecer un promedio. Cada cifra — O, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9 — aparece casi exactamente el diez por ciento de las veces una vez que se han acumulado suficientes dígitos. Ocasionalmente saldrán varias cifras iguales y consecutivas. Por ejemplo, 4444, pero no más de lo que cabría esperar en términos estadísticos. Supongamos que hacemos correr alegremente todas estas cifras y de pronto nos topamos sólo con cuatros, cientos de cuatros en hilera. Esa particularidad no puede acarrear, en sí, información alguna, pero tampoco puede ser una casualidad estadística. Se podrían calcular las cifras de pi por toda la edad del universo, y si los dígitos son aleatorios, jamás encontraríamos una serie de cien cuatros consecutivos.
— Esto me recuerda la búsqueda que hicieron ustedes del Mensaje con los radiotelescopios.