Cuando terminaron de preguntarle, los hombres mandaron a Bigador a otra habitación. Ellos salieron y se sentaron debajo de la acacia. São se quedó junto a las mujeres, callada, metida dentro de una enorme burbuja de angustia y esperanza. Ellas no decían nada, pero le sonreían y le hacían señales con la cabeza, como indicándole que todo iba bien. Sólo Lia permanecía cabizbaja y seria, hundida en algún pozo muy hondo. A través de la ventana se veía a los hombres discutir, alzar los brazos, tocarse los unos a los otros con grandes gestos. Sus palabras en kimbundu resonaban a través del aire como latigazos.
De pronto, un silencio enorme pareció cubrir toda la casa. Se habían callado. Se pusieron en pie y se estrecharon las manos los unos a los otros. Al fin entraron, serios, rígidos, como un tribunal de dioses de lo justo y lo injusto. Llamaron a Bigador. Todos se sentaron, menos Nelson, que permaneció en pie y se dirigió a su hermano:
– Lo que has hecho está mal. No se le puede robar un hijo a su madre. Ahora tienes que pagar por ello. Hemos decidido que debes devolverle el niño.
São sintió como si la hubiese sacudido un relámpago. Como si acabara de nacer y estuviera en el paraíso, con todos los placeres imaginables a su alcance. Las mujeres lanzaron un suspiro de alivio y observaron a Bigador. Él intentó decir algo. Abrió la boca y estiró todo el cuerpo. Quería gritarles que aquello era un error, que su hijo tenía que ser un verdadero kimbundu, un hombre auténtico, y no un niñato educado por una madre inútil y un padrastro blanco y débil, y que no pensaba entregarlo. Pero de pronto se detuvo: el miedo a verse desterrado, aislado del grupo, separado definitivamente de sus raíces, era más poderoso que su deseo de mantener el combate. Entonces la miró lleno de odio. Ella supo ver sin embargo que detrás de ese odio se escondía la renuncia, el propósito de olvidarse desde aquel momento de que alguna vez había tenido un hijo que ahora iba a crecer en Europa, lejos de él para siempre, inexistente. Supo que sucedería lo que nunca había querido que sucediese y no había sido capaz de evitar: André se criaría sin su padre. Y entendió que en el cruel mecanismo de la vida, ése era el alto precio que debía pagar por su victoria.
Bigador salió de la casa dando un portazo, un golpe que resonó en el edificio y fue borrando con su eco todo el pasado. Entonces mandaron a Lia en busca de André, que estaba con unos vecinos. São se puso en pie mientras lo esperaba y miró por la ventana. Había caído la noche.
La luna salía en ese momento por encima de los tejados próximos, anaranjada, inmensa, con su cara inocente contemplando la tierra. Una hermosa esfera de luz en medio de la oscuridad del firmamento. Impávida.
Agradecimientos
Quiero dar las gracias a mis amigas caboverdianas, cuyos recuerdos me han permitido escribir esta novela. A Aunolia Neves Delgado, Benvinda da Cruz Gomes, Natercia Lopes Miranda y Zenaida Duarte Soares. Y sobre todo, gracias a Maria da Conceiçao Monteiro Soares, São, por haberme prestado buena parte de su vida. Que todas estas palabras sirvan para conjurar el dolor, y que ella, André y la pequeña Beatriz prosigan su camino por el mundo en paz.
Ángeles Caso
Nacida en Gijón en 1959, Ángeles Caso se licenció en Geografía e Historia en la especialidad de Historia del Arte. Ha trabajado en prestigiosas instituciones de su Asturias natal, como el Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII de la Universidad de Oviedo y la Fundación Príncipe de Asturias. Posteriormente, entró de lleno en el mundo del periodismo, desarrollando una sólida carrera en diversos medios de comunicación: Televisión Española, Cadena Ser, Radio Nacional de España y prensa escrita.
En 1993 publicó su primera novela, Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría, que marcó el inicio de una exitosa andadura literaria, consolidada en 1994 con El peso de las sombras, finalista del XLIII Premio Planeta. Ángeles Caso es también autora, entre otras obras, de El mundo visto desde el cielo (1997), El resto de la vida (1998), Un largo silencio, galardonada con el premio Fernando Lara 2000 y la biografía Giuseppe Verdi. La intensa vida de un genio (2001), Contra el viento (2009) que ganó el Premio Planeta.