En esos momentos, Cathryn sólo necesitaba una oportunidad para dejar salir la energía que su temperamento había provocado y le dio la bienvenida a la perspectiva de la lucha.
– Cuando estés listo, hombretón -le desafió entre dientes-. Después de por lo que he pasado esta mañana, podría acabar con cinco como tú.
La arrastró aún con más fuerza haciéndola tropezar, pudo mantener el equilibrio por la fuerza con que la apretaba el brazo.
– ¡Ay! -dijo ella bruscamente-. ¡Me vas a arrancar el brazo!
Él empezó a jurar en voz baja mientras habría la puerta y la metía dentro. Lorna levantó la vista desde su sitio de delante de la ventana, un brillo de diversión apareció en sus serenos ojos mientras, sin detenerse, continuaba preparando un guiso de carne de ternera que gustaba mucho a Rule.
El hombre sentó a Cathryn a la fuerza en una de las sillas, pero ella saltó como una pelota de goma, con los puños apretados. Poniendo una de sus grandes manos sobre el pecho femenino, Rule la volvió a sentar y la mantuvo allí.
– ¿Qué infiernos te pasa? -gruñó suavemente, casi canturreando, ese era el tono que usaba cuando estaba a punto de perder el control.
Se enteraría de todos modos, así que Cathryn levantó beligerante la barbilla hacia él y le dijo:
– ¡Tuve una discusión! A partir de ahora tenemos que comprar el pienso en otra parte.
La mano de Rule cayó de su pecho y la miró con incredulidad.
– ¿Me estás diciendo -susurró- que he logrado hacer negocios con Ormond Franklin durante todos estos años sin tener una pelea, y que tú lo has estropeado todo en el primer viaje?
Lo miró con desprecio pero no le dio los detalles de la discusión.
– Pues bueno, iremos a Wisdom a comprar nuestro pienso -dijo nombrando el pueblo más cercano.
– Eso son treinta y dos kilómetros, sumando ida y vuelta tendremos que hacer sesenta y cuatro kilómetros. ¡Maldita sea, Cat!
– ¡Pues haremos esos sesenta y cuatro kilómetros más! -gritó ella-. Deja que te recuerde que éste es todavía mi rancho, Rule Jackson, y después de lo que dijo el señor Franklin no le compraría otro saco de pienso aunque la tienda más cercana estuviera a 200 kilómetros de distancia! ¿Está claro?
Puro fuego brilló en los oscuros ojos masculinos y fue hacia ella, deteniéndose justo antes de tocarla. Luego se dio media vuelta y salió airadamente de la casa, sus largas piernas recorrieron el camino a tal paso que si ella hubiera querido seguirle manteniéndole el paso habría tenido que correr.
Cathryn se levantó de la silla y se acercó a la ventana viendo como se subía a la camioneta conduciendo hacia los pastos más apartados del rancho donde necesitaban el cercado.
– La tierra está mojada después de la lluvia de ayer -dijo en voz alta-. Espero que no se quede encallado en el lodo.
– Si lo hace, hay suficientes trabajadores para sacarlo -indicó Lorna. Luego se rió quedamente-. Sabes exactamente como hacerle perder los estribos, ¿verdad? Hay más vida en su rostro en los pocos días que llevas aquí que en todos los años que hace que le conozco.
– La gente tendría que hacerle frente más a menudo -refunfuñó Cathryn-. Me ha estado pisoteando desde que era una niña, pero ahora no le dejaré hacerlo.
– Le va a costar mucho dejar que otro tome decisiones en lo referente al rancho -aconsejó Lorna-. Lo ha cargado todo sobre sus hombros durante tanto tiempo que no sabrá como dejar que alguien comparta la responsabilidad con él.
– Pues tendrá que aprender -dijo Cathryn tercamente con los ojos todavía fijos en la lejana camioneta. De repente se metió en una pendiente y desapareció, y ella se giró de espaldas a la ventana.
– ¿Sabes a lo que me recordáis vosotros dos? -preguntó Lorna de repente, riéndose otra vez.
– ¿Lo quiero saber? -respondió sardónicamente Cathryn.
– No creo que sea una gran sorpresa. Tú me recuerdas a una elegante gatita en celo, y él es el gato que da vueltas a tu alrededor, sabiendo que va a tener la pelea de su vida si intenta conseguir lo que quiere.
Cathryn rió a carcajadas con la imagen y admitió que realmente luchaban como dos gatos gruñendo encolerizados.
– Eres muy hábil con las palabras -dijo ahogándose de risa, y las dos mujeres se quedaron allí en la cocina riéndose como locas de lo que era, después de todo, una observación muy apropiada.
Para desilusión de Cathryn, Rule no regresó para almorzar. Lorna le dijo que había preparado una cesta con emparedados y café y se la había enviado a los hombres, y como Ricky estaba también con ellos, Cathryn tomó un silencioso almuerzo con Mónica, que había regresado mientras Cathryn estaba en el pueblo. Las dos mujeres no tenían ningún interés en común. Mónica estaba absorta en sus pensamientos y ni siquiera preguntó donde estaba Ricky, aunque tal vez ya lo sabía.
Habían acabado el almuerzo cuando Mónica se recostó en la silla y encendió un cigarrillo, signo seguro de que estaba nerviosa ya que rara vez fumaba. Cathryn la miró y Mónica dijo brusca y rotundamente.
– He estado pensando que me voy a ir de aquí.
Al principio Cathryn se sorprendió, pero cuando recapacitó, aún se asombró más de que Mónica se hubiera quedado tanto tiempo. La vida del rancho nunca la había gustado.
– ¿Por qué ahora? -preguntó-. ¿Y a dónde vas a ir?
Mónica se encogió de hombros.
– No estoy segura. Da igual el sitio mientras sea una ciudad y nunca tenga que volver a oler caballos y vacas. No es ningún secreto que nunca me ha gustado vivir en un rancho. Y en cuánto a irme ahora, ¿por qué no? Ahora tú estás aquí, y después de todo es tu rancho, no el mío. Me quedé después de morir Ward porque eras menor de edad, pero ahora ya no lo eres. Simplemente dejé pasar el tiempo, y ahora ya estoy harta de todo esto.
– ¿Ya se lo has dicho a Ricky?
Los sesgados ojos de gata de Mónica la miraron con severidad.
– No somos una sociedad que tenga que hacer concesiones mutuas. Ricky ya es una mujer adulta. Puede hacer lo que quiera.
Cathryn no contestó enseguida. Por fin murmuró:
– Todavía no he tomado una decisión sobre quedarme aquí.
– Eso no tiene importancia -contestó Mónica con serenidad-. El rancho es ahora tu responsabilidad, no la mía. Da igual lo que quieras hacer, yo haré lo que he decidido. No vamos a fingir que alguna vez hemos estado cerca la una de la otra. Lo único que teníamos en común era tu padre, y hace doce años que ha muerto. Ya es hora de que empiece a vivir mi propia vida.
Cathryn comprendió que de cualquier manera la presencia de Mónica no había sido necesaria durante años, no desde que Rule había asumido el control. Aunque ella misma no se quedara, el rancho continuaría funcionando como siempre. Si Mónica se iba no iba a afectar su situación; todavía tenía que tomar la decisión de quedarse o de irse. La idea de vender el rancho pasó por su mente pero la apartó rápidamente. Ésta era su casa y nunca la vendería. Podría considerar si era posible que pudiera quedarse a vivir aquí, pero sería imposible que le diera la espalda a su herencia.
– Sabes que eres bienvenida a quedarte a vivir aquí para siempre -le dijo quedamente a Mónica, volviendo a centrarse en la conversación.
– Gracias, pero ya es hora de que le de una sacudida a mi vida y aproveche al máximo el tiempo que me queda. He llevado luto por Ward demasiado tiempo -dijo en un extraño tono, mirándose las manos-. Me sentía más cerca de él aquí, así que me quedé aunque no hubiera ninguna razón para hacerlo. Nunca me ha gustado esta clase de vida y las dos los sabemos. Todavía no he pensado en buscar un apartamento, ni siquiera he decidido a que ciudad iré, pero creo que en unos meses lo tendré todo arreglado.
– Está mi apartamento en Chicago -ofreció Cathryn, vacilando, sin estar segura si a Mónica le gustase la idea-. Tengo el alquiler pagado hasta finales del año que viene. Si me quedo aquí estará disponible, eso si crees que te gustaría Chicago.