– ¡No estaba enfurruñada!
– ¿Ah, no? Te he visto enfurruñada durante muchos años, y conozco todos los síntomas. Así que saca ese bonito cuerpo de la cama y vístete, cariño, porque te voy a tener tan ocupada que no tendrás tiempo de poner mala cara.
Cathryn pensó en plantarle cara y darle una buena pelea, pero rápidamente comprendió que estaba en una posición algo comprometida y se rindió a regañadientes.
– Vale. Sal para que pueda vestirme.
– ¿Por qué he de salir? Ya te he visto desnuda antes.
– ¡Pues hoy no me verás! -gritó furiosamente-. ¡Fuera! ¡Fuera!
Él se inclinó y apartó la sabana, después cerrando los dedos alrededor de la muñeca la arrastró fuera de la cama. Sujetándola como si fuera una niña traviesa, le sacó el camisón por la cabeza con un rápido movimiento y lo echó a un lado. Sus oscuros ojos le recorrieron todo el cuerpo, viendo cada detalle y acariciándola cálidamente.
– Ya te veo -dijo bruscamente y se giró para abrir los cajones de la cómoda hasta que encontró la ropa interior. Después de sacar unas bragas y un sostén se fue al armario y sacó una camisa y unos vaqueros suaves y descoloridos. Poniéndolo todos en las manos de ella, dijo-: ¿Vas a vestirte o vamos a pelear? Creo que prefiero la pelea. Recuerdo lo que pasó la última vez que intentaste pelear desnuda.
La furia apasionada de su temperamento brilló en sus mejillas. Cathryn le dio la espalda y precipitadamente se puso la ropa interior. ¡Maldición! No importaba lo que ella hiciera, él ganaba. Si se vestía, hacía lo que él había dicho. Si no se vestía, sabía que estarían en la cama en cuestión de segundos. Tener que admitir ante sí misma que no tenía la fuerza de voluntad para resistirse a él le dejaba un amargo sabor en la boca. Cualquier abstinencia que guardaran era por el poder de voluntad de él. Y Rule tenía mucho de eso. Había estado imponiendo su voluntad a todo el mundo durante años.
Cuando metió los brazos en las mangas de la camisa, las manos masculinas se acercaron a sus hombros y delicadamente la giró para ponerla frente a él. Rápidamente ella alzó la vista y no se sorprendió al ver su expresión reservada, su cara pétrea. Apartó las manos de ella y él mismo abotonó la camisa, los dedos demorándose sobre las suaves elevaciones de sus pechos. Cathryn inspiró profundamente e intentó controlar el deseo que la inundó, haciendo que sus pezones le dolieran y que se fruncieran tensos bajo el encaje del sujetador.
– ¿Rompería nuestro trato si te besase? -murmuró con dureza.
Cathryn se dio un susto cuando comprendió que el hombre estaba ferozmente enfadado con las restricciones que ella había puesto. Rule estaba acostumbrado a tener a una mujer siempre que necesitaba una, y el celibato lo irritaba. El saber que ella podía contrariarlo la hizo sonreír. Observándolo, evitó responder directamente.
– ¿Sólo un beso?
Por un momento pareció que Rule iba a explotar de furia. La mirada que la dirigió era tan violenta que dio un paso atrás, dispuesta a gritar a pleno pulmón si se le acercaba. Entonces él se controló, refrenando su temperamento y forzándose visiblemente a relajarse.
– Voy a tenerte otra vez -prometió suavemente, haciendo que mantuviera la mirada-. Y cuando lo haga, voy a compensar todo este tiempo, así que prepárate.
– ¿Lo pondrías por escrito? -preguntó igual de suavemente con tono burlón.
– Lo pondría por escrito.
– Es extraño; nunca hubiera pensado que fueras rudo con una mujer.
Una sonrisa iluminó repentinamente sus sombríos rasgos.
– No hablaba de ser rudo, cariño. Hablaba de satisfacer un montón de deseos.
La hacía el amor con palabras, seduciéndola con recuerdos. Su corazón se aceleró cuando pensó en la noche que habían pasado juntos. Tragó y abrió los labios para concederle el beso que pedía… todos los besos que quisiera… pero él se adelantó dando media vuelta y alejándose bruscamente.
– Vístete, Cat. Ahora. Estaré abajo.
Temblando, estuvo un momento contemplando la puerta que Rule había dejado abierta tras su salida. Quedó allí ansiándolo, deseando que volviera. Luego salió de su niebla sensual y se puso los vaqueros y las botas; le temblaban las manos de arrepentimiento y alivio. ¿Cómo había podido negarse Rule una satisfacción sexual? Seguro que se había dado cuenta que ella había estado temblando al borde la rendición, pero él se había echado atrás. ¿Por qué ella había amenazado con marcharse? ¿Tanto quería que se quedase?
Después de cepillarse los dientes y desenredarse el pelo, bajó las escaleras e irrumpió en la cocina, repentinamente asustada de que no la hubiera esperado. Estaba sentado desgarbadamente en la mesa, bebiendo poco a poco una taza de café. Algo titiló brevemente en sus ojos cuando ella entró, pero lo ocultó con rapidez antes de que pudiera leerlo. Su estomago dio un desagradable salto cuando vio a Ricky sentada al lado de él. Murmurando los buenos días, se sentó y cogió la taza de café que Lorna colocó enseguida ante ella.
Ricky arqueó una ceja.
– ¿Por qué te has levantado tan temprano? -preguntó sarcástica.
– La he despertado -indicó Rule bruscamente-. Ella viene hoy conmigo.
La bonita cara de Ricky se contrajo en un ceño.
– ¡Pero yo pensaba ir contigo otra vez!
– Puedes ir donde quieras -dijo Rule sin levantar los ojos de su café-. Cat viene conmigo.
Cathryn lo miró, preocupada por el modo en que él dejaba a un lado a Ricky, cuando sólo el día antes ellos dos habían estado riéndose juntos mientras descargaban el camión. Una rápida mirada a Ricky rebeló un tembloroso labio inferior, signo de que había intentado imponerse y de que había sido vencida.
Lorna puso ante ellos los platos llenos, haciendo que todos se concentraran en la comida, cosa que Cathryn agradeció. Rule comió con su buen apetito de costumbre, aunque Cathryn y Ricky hicieron poco más que picotear sus alimentos, al menos hasta que Rule alzó la vista y frunció el ceño cuando vio el plato aún lleno de Cathryn.
– Ayer no comiste nada -dijo de forma significativa-. Te comerás todo lo que tienes en el plato aunque tenga que alimentarte yo mismo.
Encantadoras imágenes de huevo chorreando por la cara masculina bailaban malvadamente en la mente de Cathryn, tentándola, pero las rechazó a regañadientes. Rápidamente se tragó el desayuno, se bebió de un golpe el café y se puso en pie de un salto. Dándole una patada en el tobillo, le dijo rabiosa:
– ¿Por qué tardas tanto?
Oyó tras ella a Lorna que sofocaba rápidamente una risita. Rule se elevó en toda su altura, sujetó la muñeca de ella con los dedos y la arrastró tras él. Se detuvo en la puerta trasera para encasquetarse en la cabeza un sombrero negro bastante estropeado, luego agarró otro y se lo puso a Cathryn. Ella lo señaló dándole un golpe y dijo malhumoradamente.
– Éste no es mi sombrero.
– Pues que pena -refunfuñó él mientras la arrastraba por el patio hacia el establo.
Cathryn se resistió cada centímetro del camino, forcejeando con la muñeca y tratando de soltarse el brazo. Cuando eso no resultó intentó ponerse a su altura para ponerle la zancadilla, pero tampoco resultó, ya que seguía manteniéndola sujeta y haciendo que caminara detrás de él. Le vino fugazmente a la cabeza el pensamiento que debía satisfacerlo la costumbre de llevarla arrastrando a través del patio y se preguntó lo de que debían pensar los trabajadores del rancho de eso. La imagen mental de caras masculinas sonriendo ampliamente le dio la fuerza suficiente para liberar su muñeca con una violenta torsión.
– ¡No soy un perro para que me lleves a todas partes atada a una cadena!
– Es estos momentos creo que una cadena sería lo más adecuado para ti -gruñó suavemente-. ¡Maldita gatita montesa pelirroja! Te niegas a que te toque, pero todo lo que haces es provocarme. Nunca creí que llegases a burlarte de mí, pero puede que hayas cambiado mientras has estado lejos.