Consternada, Cathryn clavó los ojos en él.
– ¡Yo no me burlo de ti!
– ¿Eso quiere decir que ibas en serio cuando me has dado permiso?
– ¡No te he dado nada! -negó con vehemencia-. Sólo mira el modo en que te has comportado esta mañana… y ayer, también. Tú exiges que todo sea fácil. Estoy enfadada contigo… no, estoy furiosa. Enfurecida. ¿Me he explicado?
Rule parecía asombrado.
– ¿Qué es lo que he hecho ahora?
De refilón, Cathryn vio a Lewis Stovall apoyado negligentemente en la puerta del establo, y aún más, sonreía de oreja a oreja, lo que probablemente quería decir que encontraba toda la situación muy divertida. Inspiró y evadió la pregunta de Rule diciendo:
– Ya es hora de que empecemos -y rodeándolo entró en el establo.
Estaba segura de que sólo la presencia de Lewis y de otros trabajadores hizo que Rule se controlase. Ella ensilló su montura, escogiendo el caballo castrado gris que había montado el primer día que llegó a casa. Después de que Rule montase sobre su enorme caballo castaño, la guió por los pastos, y mirando la tensión de sus anchos hombros, Cathryn supo que no había olvidado el tema de la conversación anterior. ¡Vuelve a sacarla!, pensó con ferocidad. ¡Tenía algunas cosas que decirle al señor Rule Jackson!
Capítulo 6
Él sólo esperó hasta que estuvieron fuera del alcance del oído de los otros antes de guiar a su caballo cerca del de ella y decir con una peligrosa calma.
– Más vale que me des una buena explicación.
Cathryn le dirigió una feroz mirada con los ojos entrecerrados.
– Lo mismo va por ti -contestó con rabia-. Por ejemplo, ¿por qué estabas besándote y abrazándote con Ricky ayer tarde, y en cambio esta mañana la has tratado como a un trapo sucio? ¿Fue una representación en mi beneficio?
Una repentina diversión iluminó sus oscuros ojos.
– Ricky nunca ha hecho nada en tu beneficio.
– ¡Deja de jugar conmigo, maldita sea! -dijo furiosa-. Ya sabes lo que quiero decir.
– Estás celosa -habló él arrastrando las palabras, parecía tan satisfecho consigo mismo que Cathryn casi explotó de cólera.
– ¡No lo estoy! -gritó-. ¡Por mí puedes salir con todas y cada una de las mujeres de Texas! Quiero saber porque fuiste ayer tan amistoso con ella y hoy la has tratado como a un perro sarnoso. En el pueblo corre el rumor de que te acuestas con Ricky -se sintió enferma sólo con decir las palabras, y sus manos se tensaron en las riendas, haciendo que el caballo gris se agitase y sacudiera la cabeza.
– Oh, te preocupa, bien -contestó él-. ¿Por qué si no has cogido tal rabieta esta mañana?
Cathryn ignoró la provocación de ese comentario, sin ser ya capaz de preguntarle sin rodeos.
– ¿Alguna vez has hecho el amor con Ricky? -preguntó con voz áspera; luego tuvo que tragarse una repentina oleada de náuseas. ¿Que iba a hacer si lo admitía, si sólo con sólo pensar en él tocando a otra mujer hacía que se sintiera enferma? No podría soportarlo.
– No -dijo sencillamente, ignorando completamente de que la cordura de ella dependía de su respuesta-. Pero no por falta de oportunidades. ¿Eso contesta a tu pregunta? ¿O tienes algo más de lo que acusarme? Seguramente soy sospechoso de haberme liado con toda aquella mujer del condado que haya sido abandonada.
Cathryn casi se estremeció por el sarcasmo. Rule normalmente no discutía, pero cuando lo hacía tenía una lengua mortífera. Sus ojos oscuros eran enormes y muy tristes.
– Ricky está enamorada de ti -dijo. No había querido decirlo, aunque luego pensó que lo más seguro es que él lo supiera. Ricky no era una mujer sutil.
Él bufó.
– Ricky no ama a nadie más que a sí misma. Va de hombre a hombre del mismo modo en que una mariposa va de flor en flor. ¿Pero por qué debería preocuparte quién calienta mi cama? Tú no quieres compartirla. Incluso me dijiste que me buscara a alguien cuando necesitar sexo.
La garganta de Cathryn se cerró cuando lo miró desvalida. ¿Acaso era tan ciego? ¿No podía ver que cada centímetro de su cuerpo lloraba por él? Pero gracias a Dios que no lo veía, porque si supiera como se sentía nunca sería capaz de controlarle… o a sí misma. Quería estar segura de él; quería confiar en él antes de que se viera tan involucrada que no le quedara ninguna defensa, pero se sentía presionada por todos lados para lanzar su precaución al viento. Si ella no lo reclamaba, Ricky lo haría; si ella no le daba satisfacción sexual, alguien más lo haría.
Rule frenó a su caballo y se inclinó sobre agarrando las riendas de ella y deteniendo al caballo gris.
– Mira -dijo con toda claridad, sus ojos oscuros eran ilegibles bajo el ala de su sombrero negro-. Necesito el sexo. Soy un hombre normal, sano. Pero soy yo el que controla mis necesidades, no ellas las que me controlan a mí. No deseo a Ricky. Te deseo a ti. Esperaré… un poco.
La furia repentina le devolvió la voz y apartó de un manotazo la mano masculina que sujetaban las riendas.
– ¿Y entonces qué? -escupió ella-. ¿Saldrás a vagabundear como un gato?
Se movió a toda velocidad, la mano enguantada salió disparada y la atrapó por la nuca.
– No tendré que vagar -canturreó dulcemente con una nota peligrosamente sedosa en su voz-. Sé exactamente donde está tu dormitorio.
Ella abrió la boca para gritarle y él se inclinó, absorbiendo las furiosas palabras con su boca, cuando la acercó aún más, la mano de acero sobre su cuello, manteniéndola justo donde quería.
Cathryn se estremeció, caliente, suave, los labios moldeándose a los movimientos del hombre, saboreando el sabor a café de su boca cuando permitió la entrada de su lengua. La mano de él oprimía suavemente sus pechos, luego empezó a vagar hacia su estómago. Era incapaz de detenerlo, ni siquiera podía pensar en hacerlo, su cuerpo esperaba obedientemente las caricias. Pero el caballo de él no estaba de acuerdo con la situación y se alejó corcoveando del caballo castrado, obligando a Rule a soltarla para afianzarse en su montura de nuevo. Calmó al semental con un murmullo, pero sus ojos la quemaron con un oscuro fuego.
– No tardes mucho en decidirte -la aconsejó suavemente-. Estamos perdiendo mucho tiempo.
Lo miró confundida e indefensa cuando él se alejó, su alto cuerpo moviéndose en perfecta sintonía con el poderoso caballo. No sabía que más hacer. Pensó en volver a la casa, pero recordó lo perdida y desgraciada que se sintió el día anterior cuando no fue a montar con Rule. Al menos cuando estaba con él podía mirarlo y saborear en secreto la emoción que siempre sentía cuando lo miraba. La necesidad que sentía por él era casi tan fuerte como una obsesión, como una enfermedad. Lo había llevado constantemente en sus pensamientos incluso durante los años que estuvieron separados y a pesar de los cientos de kilómetros que los separaban, y ahora que estaba tan cerca sentía la compulsión de mirarlo.
Durante el resto de la semana montó con él a caballo, dando cada paso que él daba, montando kilómetros interminables hasta que le dolieron todos y cada uno de sus músculos y huesos. Pero una combinación de orgullo y obstinación impidió que se quejara o se rindiera. Era bien consciente de que él sabía lo incómoda que se sentía. Demasiado a menudo captaba un brillo de diversión en los ojos oscuros. Pero Cathryn no era una quejica, y lo aguantó todo silenciosamente y cada noche se ponía el linimento que ya tenía un lugar fijo en su tocador. Podría haber permanecido en la casa, pero eso no la atraía en absoluto. Montar con Rule tenía sus recompensas, a pesar del castigo que suponía, porque así tenía el secreto placer de tenerlo ante sus ojos todo el día. En cualquier caso se sumergió en la pesada rutina que era parte de la vida diaria del rancho. Después de aquel viaje para recoger suministros, Rule no le sugirió a Cathryn ninguna otra diligencia. La hacía levantarse de la cama cada mañana antes del alba, y cuando aparecía la primera luz gris, ya estaban en la silla de montar. Si él repasaba la cerca, entonces ella repasaba la cerca, si movía los caballos de un pasto a otro, ella también. Rule hacía todas las tareas del rancho, sin desdeñar ninguna, y ella comprendió mejor que nunca por qué tenía el respeto y la obediencia de todos lo hombres que trabajaban allí.