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La asombraba su resistencia. Ella no hacía nada del trabajo físico que hacía él, sólo seguía sus pasos, pero al final del día estaba tan cansada que apenas podía permanecer derecha en su silla cuando volvían a la casa. Pero los hombros de Rule estaban tan derechos al final del día como al comienzo y Cathryn veía a menudo las respetuosas miradas de admiración que los hombres le dirigían. No era un jefe de paja. Hacía todo lo que pedía que hicieran los demás. Lewis Stovall era su mano derecha, casi malhumoradamente callado, pero tan eficaz que a menudo Rule sólo tenía que hacer un movimiento de cabeza hacia una dirección y Lewis ya sabía exactamente lo que quería. Al recordar sus palabras acusadoras cuando descubrió que Lewis era el capataz, la avergonzó; incluso con la ayuda de Lewis, Rule todavía hacía el trabajo de dos hombres.

Los caballos eran el interés principal de Rule, aunque de ningún modo descuidaba cualquier otro aspecto del rancho. Los caballos eran tratados con un intenso cuidado. No había herida, por insignificante que fuera, que no se tratara. No se ignoraba ninguna enfermedad, y cualquier cosa que concernía a su comodidad se hacía sin dudarlo. A menudo ejercitaba a los sementales él mismo y los fogosos animales se comportaban mejor con él que con cualquier otro hombre que los ejercitara.

Cathryn se sentaba en la cerca y observaba a los garañones, casi muriendo de envidia por lo mucho que ansiaba montar a uno de esos hermosos animales, pero Rule se negó con firmeza a permitirle que se acercara a ellos. Aunque eso la irritaba, lo aceptaba porque sabía lo valiosos que eran y admitía que si uno de ellos optase por no obedecerla, ella no era lo suficientemente fuerte para imponerles su voluntad. Se mantenía a los sementales separados los unos de los otros y nunca los ejercitaban al mismo tiempo, no sólo para prevenir peleas, sino también para mantenerlos tranquilos. Un rival cerca trastornaba a los garañones incluso aunque las cosas no llegaran a una pelea.

Rule le recordaba a los sementales, pero él se comportaba esos días escrupulosamente, ni siquiera intentaba robar un beso, aunque a veces lo cogía mirándola fijamente los labios o el empuje de sus pechos bajo las camisas de algodón que llevaba. Aunque sabía que él estaba esperando oír su decisión, esos días no intentaba decidir nada; se estaba divirtiendo, y además estaba tan cansada al final de la jornada que no tenía ganas de andar buscando en su alma. Hacía exactamente lo que había querido: estaba con él, conociéndolo. Pero Rule era bastante más complicado para que pudiera conocerlo en sólo unos días.

Las sesiones de reproducción también eran un coto prohibido para ella, otra orden que no había discutido. Aunque al parecer Ricky se encontraba allí completamente a gusto, por una vez, Cathryn no estaba celosa de ella. Aunque Rule no intentaba proteger a Ricky, sí extendía esa protección a Cathryn, y ella se alegraba. Era demasiado sensible, demasiado armonizada con la sensualidad de Rule, para sentirse cómoda con la reproducción. Entonces, un día, mientras Rule estaba ocupado con la cría de caballos, ella volvió a la casa para descansar una hora. Pero después de unos minutos de relajación en que sintió como sus músculos doloridos se desanudaban, empezó a sentirse culpable de no hacer nada mientras Rule todavía trabajaba. Y tuvo un feliz pensamiento. Podía aliviarlo de un poco de trabajo administrativo y se puso cómoda en el estudio.

Sin embargo, después de un rápido vistazo al montón de correspondencia y a las cuentas que había sobre el escritorio, comprendió que él estaba sorprendentemente bien organizado. Todas las cuentas estaban al día. ¿Pero cómo iba a ser de otra manera? Rule era eficiente en todo lo que hacía. Sólo el correo del último par de día estaba sin abrir, pero había estado trabajando hasta muy tarde y no había tenido tiempo de actualizar el trabajo administrativo. Satisfecha por estar ocupada, Cathryn ordenó el correo que iba dirigido personalmente a Rule en un montón, y en otro montón las facturas que eran lisonjeramente pocas, prueba de que el rancho iba bien.

Rápidamente abrió las facturas y las estudió: facturas para grano, facturas para las provisiones necesarias para mantener el rancho, facturas del veterinario que le parecieron astronómicas. Aprensiva otra vez, abrió el libro de contabilidad y se lo acercó, preguntándose si una vez pagadas esas facturas, todavía habría bastante para los sueldos de los trabajadores. Su dedo fue a la columna de balance y bajó rápidamente al último apunte.

Estupefacta, clavó los ojos en lo escrito, incapaz de creer lo que veía. ¿El rancho iba bien? De algún modo había tenido la impresión de que el rancho era sólido, pero no rico, capaz de proveer una buena vida, pero no lujosa. ¿Cómo podía reconciliar aquella idea con el número que la estaba mirando fijamente, aquel número escrito con la letra de Rule? ¿Si todas las ganancias se invertían en el rancho, entonces que era esto?

Un repentino escalofrío recorrió su espalda y hojeó las facturas otra vez. ¿Por qué no lo había notado la primera vez? ¿Por qué no había recogido la indirecta que había recibido en el pueblo? Cada una de aquellas facturas estaban a nombre de Rule Jackson. Sabiendo lo que encontraría, buscó el talonario de cheques y en su lugar encontró el libro mayor de cheques, todos ellos a nombre de Rule Jackson y bajo él, la inscripción: Rancho Bar D.

Todo eso no demostraba nada, se dijo severamente. Desde luego su nombre estaba en los cheques. ¿Los había firmado él, verdad? Se levantó y fue a buscar a Mónica que había sido la fideicomisaria hasta que Cathryn cumplió los veinticinco y a cuyo nombre deberían haber ido los cheques.

– Oh, eso -dijo Mónica en tono aburrido, ondeando la mano-. Hace años le cedí el control a Rule. ¿Por qué no? Como muy bien dijo él, era una pérdida de tiempo venir a consultarme las decisiones.

– ¡Deberías habérmelo dicho! -dijo Cathryn bruscamente.

– ¿Por qué razón? -preguntó Mónica, también con brusquedad-. Tú te ibas a la universidad, así que de todas formas no ibas a estar aquí. ¿Si todo esto te preocupa tanto, por qué has esperado hasta ahora para volver?

Cathryn no podía contestar a eso, así que regresó al estudio y se sentó pesadamente, intentando que su mente lo asimilara. Rule había tenido el control directo del rancho y del dinero durante todos estos años. ¿Por qué eso la alarmaba? Sabía que no la había engañado. Que cada céntimo había sido tomado en consideración. Era sólo que se sentía traicionada de un modo que no había creído posible.

Si Mónica había firmado para dar el control a Rule antes de que Cathryn se fuera a la Universidad, tenía que haber sido aquel verano, cuando tenía diecisiete años. Había decidido ir a la universidad en el último minuto, dividida entre la agonía de dejar su casa y el miedo, casi incontrolable, que le tenía a Rule. Siempre había considerado que la escena sexual en el río había sido culpa de ella, había tenido miedo de su propio cuerpo y del modo en que respondía a él. Pero ahora… ¿la había hecho el amor deliberadamente? Ya tenía el control del rancho, pero sabía que era un control temporal y podía haber una abrupta parada cuando ella llegara a la mayoría de edad. El siguiente movimiento lógico era ponerla a ella también bajo su control, dominarla tan completamente que nunca intentara arrebatarle el rancho.

No quería pensar eso. Se sintió enferma, desconfiando tanto de él cuando había trabajado tan duramente. ¡Pero, maldición, no era precisamente por el rancho por lo que estaba preocupada! ¿Acaso se había dejado enamorar por un hombre que la veía sólo como el medio necesario para conseguir un fin, un camino que finalmente hiciera que el rancho fuera suyo? La conocía mejor que nadie en el mundo. Sabía que podía controlarla con su magia sensual. ¡No era raro que el que ella quisiera alejarse de él lo hubiera puesto tan nervioso! ¡Le había estropeado sus planes!