Inspirando profundamente, Cathryn intentó detener los descabellados pensamientos que rondaban como locos por su mente. No podía estar segura de eso. Tenía que otorgarle el beneficio de la duda, al menos de momento. ¡Si sólo supiera que él tenía en mente! Si al menos él hablara, si dijera que el rancho era lo más importante para él. Ella lo entendería. Rule había pasado por el infierno y no podía culparlo si había hecho del rancho un santuario al que quisiera aferrarse. Aunque en cierto modo la idea era incongruente. Él era tan fuerte. ¿Por qué necesitaría un santuario? Pero no hablaría de por lo que había pasado, no dejaría que nadie compartiera con él esa carga, así que realmente ella no tenía idea de lo que sentía por el rancho o por cualquier otra cosa.
No estaba preparada para enfrentarse a él cuando la puerta se abrió de repente, no estaba preparada para la negra furia que contrajo su cara cuando vio el libro de contabilidad abierto en el escritorio.
– ¿Qué haces? -gruñó suavemente.
Una calma nacida de la entumecida certeza de que sus peores miedos habían sido certeros, la permitieron seguir sentada, enfrentarse a él y dar un tono uniforme a su voz.
– Estoy mirando los libros. ¿Tienes alguna objeción?
– Puede ser, especialmente cuando actúas como si hubieras estado intentando cogerme cometiendo fraude. ¿Quieres contratar a un contable para estudiar los libros y asegurarte de que no soy un defraudador? Podrás comprobar que cada céntimo está exactamente donde debe estar, pero adelante -pasó al lado del escritorio y la miró con los ojos oscuros y duros. Mirándolo de reojo, vio que agarraba su sombrero con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos.
Bruscamente, Cathryn cerró de golpe el libró de contabilidad y se levantó de un salto, sentía tanto dolor dentro de ella que no podía permanecer sentada. Levantando la barbilla, le sostuvo la mirada.
– No me preocupa el que hayas cogido dinero. Tengo mejor criterio que eso. Sólo es que… estoy asombrada de ver que todo está a tu nombre. Mónica ya no es un testaferro, y no lo ha sido durante años. ¿Por qué no me dijisteis nada? Te podías imaginar que sabría lo que pasa en mi rancho, o por lo menos debería saberlo.
– Deberías haberlo sabido -estuvo de acuerdo él-. Pero no estabas.
– ¿Y ahora? -lo desafió-. Ahora sí estoy. ¿No debería haberse cambiado todo a mi nombre? ¿O has empezado a creer lo que dice todo el pueblo sobre "la tierra de Rule Jackson”?
– ¡Entonces cámbialo! -dijo él con violencia, y un rápido movimiento de su mano envió el libro de contabilidad al suelo-. Es tu maldito rancho y tu maldito dinero; ¡haz lo que quieras con ello! ¡Pero no me lloriquees por haber conservado en marcha este lugar mientras tú nunca te has molestado en preguntar como iba todo!
– ¡No lloriqueo! -gritó Cathryn, empujando el montón de facturas y tirándolas al suelo-. ¡Quiero saber por qué nunca me has dicho que Mónica te había cedido el control del rancho!
– ¡Tal vez no tenga una razón! ¡Tal vez nunca he pensado en ello! He estado trabajando como un esclavo durante años. No he tenido tiempo para ir a buscarte siempre que pasaba algo. ¿Tengo su permiso para pagar a los trabajadores, señora Ashe? ¿Estará bien si hago un cheque para pagar el cercado, señora Ashe?
– ¡Oh, vete al infierno! Pero antes de irte, dime por qué hay tanto dinero en la columna del balance cuando me has hecho pensar que no sobraba el dinero, que todas los beneficios se reinvertían en el rancho.
Una de las manos masculinas salió disparada y la sujetó por el brazo, agarrándola tan fuerte que dejaría la huella de la mano en su carne.
– ¿Tienes idea de la gran cantidad de dinero que se necesita para criar a un semental? -dijo él con los dientes apretados-. ¿Sabes lo que cuesta un buen garañón? Hemos estado criando una gran cantidad de caballos, pero nos hemos diversificado con los Thoroughbreds y necesitamos dos sementales más, más yeguas de cría. ¡No puedes pagar con tu tarjeta de crédito, pequeña! ¡Hay que tener un montón de maldito dinero disponible! -repentinamente gruñó-. ¿Por qué te tendría que explicar algo? ¡Eres la jefa, así que puedes hacer lo que te de la maldita gana!
– ¡Tal vez lo haga! -gritó ella, soltándose el brazo de los dedos que la lastimaban. A pesar de todos sus esfuerzos, las lágrimas brillaron en la oscuridad de sus ojos cuando lo miró por un momento; entonces giró y salió corriendo del estudio antes de que pudiera deshonrarse llorando.
– ¡Cat! -lo oyó llamarla cuando cerró la puerta, pero no volvió. Fue a su habitación y cerró cuidadosamente la puerta, luego se sentó en la mecedora con un libro de espías en las manos, pero no podía leer. Se negó a ceder ante las lágrimas, aunque tenía un nudo en la garganta y tuvo que luchar para controlarse. Era una pérdida de tiempo llorar. Sólo tenía que aceptar las cosas como eran. La violenta reacción de Rule al encontrarla examinado los libros sólo quería decir una cosa: no quería que ella supiera como manejar el rancho porque no quería que asumiera el control y le restara autoridad. A pesar de su acusación sabía que él era honrado hasta el tuétano y sospechaba que el hombre no creía que ella sospechaba de él. No, la había atacado porque Rule era un buen guerrero y conocía la regla más importante en un combate: ser el primero en atacar.
Vale, había algo de fanático en él en todo lo que se refería al rancho, trató de razonar consigo misma. Al menos podía confiar en que haría lo mejor y que no trataría de embolsarse los beneficios. Era sólo que quería que pensara en ella tanto como en el rancho… No más, no pediría eso, sólo que ella y el rancho fueran igual de importantes.
Había llegado a creer que durante estos últimos días se habían acercado; incluso cuando habían peleado había sido consciente de una unión entre ellos y sabía que él también lo había sentido. Había sido algo más que una atracción sexual, al menos para ella. Aunque nunca podía mirarlo sin recordar en alguna pequeña esquina de su cerebro la intensidad con que la había hecho el amor, se había sentido cerca de él de otras formas. Eso por soñar despierta, se dijo, dejando caer el libro en su regazo. ¿Acaso no había aprendido ya que Rule era un hombre difícil de leer?
Aunque a la mañana siguiente se despertó pronto, no bajó para desayunar con él ni para pasar el día a su lado. En lugar de eso se quedó en la cama hasta que estuvo segura de que se había ido, luego pasó el día haciendo una limpieza a fondo del piso superior, más para mantenerse ocupada que porque la casa lo necesitara. También evitó a Rule durante el almuerzo, aunque oyó la risa de Ricky flotando en el aire y supo que su hermanastra lo acompañaba. ¿Y qué si lo hacía?
Después de tomar su propio almuerzo apresuradamente en la cocina después de que Rule volviera al trabajo, Cathryn volvió a la limpieza. Había dejado el dormitorio de Rule para lo último y cuando entró en él se quedó aturdida por sentirse tan emocionada por su persistente presencia. El caliente olor masculino parecía llenar el cuarto. La almohada todavía estaba hundida allá donde su cabeza había descansado. La cama parecía como si hubiera estado en una guerra. La ropa que había llevado el día anterior estaba tirada en el suelo y probablemente había sido apartada del camino con una patada. Nada más podía haber producido tal maraña en la camisa, los calzoncillos, los vaqueros y los calcetines.
Ya había ordenado el cuarto y estaba puliendo los muebles de roble cuando entró Ricky y se tumbó sobre la cama.
– El rol de ama de casa no lo impresionará -habló arrastrando las palabras.