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– ¡Si quiero salir con él, lo haré! -dijo ella desafiante-. ¿Quién te crees que eres, hablándome como si tuviera la costumbre de meter en mi cama a cualquier hombre que me lo pida? No estamos comprometidos, Rule Jackson, y no tienes ningún derecho a decirme con quién puedo salir.

Ella vio como la mandíbula del hombre se tensaba, y Rule dijo entre dientes.

– Puede que no lleves mi anillo en tu dedo, pero eres tonta si piensas que fingiré que no hay nada entre nosotros. Eres mía, Cathryn Donahue, y no dejo que nadie toque lo que es mío.

Capítulo 7

Cathryn quedó casi paralizada por la confusa oleada de furia y placer. Estaba encantada de que estuviera celoso, pero la inevitable respuesta arrogante abrumó su sensación de placer y se sintió furiosa con él.

– ¡Tú no me posees y nunca lo harás!

– ¿Te sientes segura en ese pequeño mundo de ensueño que has creado? -preguntó con una sedosa amenaza, el tono de su voz era una advertencia. Ella se calló y no volvieron a hablar más durante el trayecto hasta el rancho.

A pesar del silencio, o quizás debido a él, la atmósfera entre ellos se volvió pesada por la hostilidad y por una creciente conciencia sexual. Justo aquella tarde había pensado que estaba tan enfadada con él y tan desilusionada que ya no podría volver a tentarla, pero ya estaba descubriendo lo equivocada que había estado asumiendo eso. Ni siquiera podía mirarlo sin recordar la luz de la luna en su cara cuando había hecho el amor con ella, sin el recuerdo del sabor de su boca o sin revivir el fuerte ritmo de sus movimientos.

Cuando detuvo el coche ante los escalones de la casa, ella salió antes de que los neumáticos dejaran de rodar. Se apresuró a subir el porche y casi corría cuando pasó por la cocina, oyendo los pesados pasos de él que hacían eco a su espalda mientras la seguía. La casa estaba oscura, pero ella conocía su casa y se movió rápidamente por la oscuridad, ansiando alcanzar la seguridad de su dormitorio y cerrar la puerta. Pero también era la casa de él y sólo había subido la mitad de las escaleras cuando la fuerza de su cuerpo la golpeó y la hizo trastabillar y se sintió levantada del suelo por un fuerte brazo que se enroscó en su cintura y la levantó como a un niño.

– ¡Suéltame! -murmuró dando patadas para hacerlo tropezar, sin tener en cuenta su precaria situación en las escaleras. Él gruñó cuando consiguió golpearlo en la espinilla, justo encima de la bota. Cambiando la posición del brazo con que la sujetaba, deslizó el otro bajo sus rodillas y la levantó apretándola contra su pecho. Sólo podía ver el contorno oscurecido de su cara cuando la acercó a él y volvió a exigir-: ¡Rule! ¡Suéltame! -No hubo respuesta y cuando intentó protestar de nuevo, él lo impidió apretando la boca contra la suya con un beso caliente, tan rudo que le lastimó los labios y puso tambores sonando en sus venas.

La oscuridad y sus movimientos la confundieron, dejándola desorientada cuando él quitó el brazo de debajo de sus rodilla y dejó que su cuerpo se deslizara contra él hacia abajo, manteniendo todo el tiempo su boca hambrienta, dolorosamente fundida con la de ella. Cathryn tembló cuando sintió la prueba de su excitada virilidad contra ella; luego las manos masculinas se posaron sobre sus nalgas y la acercaron aún más a él, marcándola a través de las capas de ropa con el calor y el poder de su deseo.

Haciendo un supremo esfuerzo de voluntad, ella separó la boca y protestó con un feroz susurro.

– ¡Basta! ¡Me lo prometiste! Mónica…

– Al infierno Mónica -gruñó él, el sonido retumbó profundamente en su pecho. Su áspera mano le levantó la barbilla-. Al infierno Ricky y al infierno todo el mundo. No soy ningún caballo castrado que hayas domesticado y delante del que puedas hacer cabriolas sin esperar que coja lo que ofreces, y que me condenen si te veo bailar con algún otro hombre.

– ¡No hay nada entre Glenn y yo! -casi gritó ella.

– Y voy a hacer que sea malditamente seguro que nunca lo haya -dijo él violentamente.

Bruscamente Rule extendió la mano y encendió la luz, y entonces Cathryn vio asombrada que estaba en su propio dormitorio. Había estado tan confundida con la oscuridad, que creía que estaban todavía en el pasillo. Rápidamente se separó de él, preguntándose inquieta si podría disipar su peligroso humor. Él parecía algo más que peligroso; con los ojos entrecerrados, agitando las aletas de la nariz, la recordaba a uno de aquellos fogosos sementales que había en el prado. Rule empezó a desabotonarse la camisa con una clara intención y las palabras salieron precipitadamente.

– Vale -se rindió temblorosa-, no veré más a Glenn si eso es lo que quieres.

– Ya es demasiado tarde -la interrumpió con ese suave tono, casi inaudible, que le decía que estaba hablando en serio.

Nunca había visto a un hombre desvestirse tan rápido. Se deshizo de su ropa con un par de movimientos y las echó a un lado. Si era posible, estaba más amenazador desnudo que vestido, y la vista del aquel cuerpo duro, lleno de puro músculo ahogó cualquier argumento de su garganta. Alzó una esbelta mano, inútil para detenerlo y él la cogió, la giró poniendo la palma hacia arriba y se la llevó a la boca. Sus labios le quemaron la piel; su lengua se movió en un antiguo baile sobre la sensible palma. Entonces llevó la mano a su pecho áspero por el vello. Cathryn gimió por las embriagadoras sensaciones que sentía al tocarlo, ignorando que el sonido había salido de ella. El calor cada vez más grande de su deseo la hizo olvidar que no quería que esto volviera a pasar. Él era tan hermoso, tan peligroso. Quería acariciar a la pantera una vez más, sentir sus músculos bajo la yema de los dedos. Se acercó más a él y puso la otra mano en su pecho, extendiendo los dedos y flexionándolos contra la carne dura, caliente. El pecho masculino subía y bajaba cada vez a más velocidad, la respiración empezó a salir aceleradamente de sus pulmones y su corazón latía salvajemente contra su palma, golpeando la firme caja torácica que lo protegía.

– Sí -gimió él-. Sí. Tócame.

Era una invitación cargada de sexualidad a la que nunca podría resistirse. Buscó los pequeños pezones masculinos con las sensibles yemas de los dedos y los acarició hasta transformarlos en diminutos y rígidos puntos de carne. De la garganta del hombre salió un profundo sonido que era mitad ronroneo, mitad gruñido, y enseguida las manos de Rule fueron a su espalda para bajarle la cremallera del vestido. En medio minuto se quedó ante él llevando sólo las pulseras y la flor en el pelo. La vista del suave cuerpo femenino le hizo perder el control y la apretó muy fuerte contra él, aplastando la suave plenitud de sus pechos contra los duros contornos del cuerpo de él. Sus labios estaban sobre ella y su lengua penetró en la boca de Cathryn y conquistó a un enemigo que no opuso resistencia. La pantera ya no evitaba que la abrazaran.

– Las gardenias son mis favoritas -masculló él, soltándola lo suficiente para arrancar la flor de su pelo. Sus pechos todavía se apretaban contra él por el duro círculo de su brazo derecho alrededor de ella, y Rule metió la cremosa flor en su hendidura, atrapándola entre los dos cuerpos. Luego la arrastró hacia la cama hasta que ella cayó encima y él cayó con ella, no dejando en ningún momento que sus cuerpos se separaran.

– Te deseo tanto -gimió el hombre, deslizándose hacia abajo hasta enterrar la cara en el dulce valle de los pechos de Cathryn inundados por el rico perfume de la gardenia aplastada. Sus labios y su lengua vagaban por los sustanciosos montículos, chupando los rosados pezones y transformándolos en tensos brotes y entonces salvajes temblores empezaron a recorrer el cuerpo de ella. ¿Por qué tenía que ser así con él? Ni siquiera David había sido capaz de convencerla para hacer el amor antes del matrimonio, pero con Rule parecía que no tenía ninguna clase de moral. Era suya para que la tomara siempre que él quisiera. Ese amargo conocimiento de sí misma no menguó de ninguna manera la fuerza de su respuesta. La pesada necesidad palpitaba en su cuerpo, haciéndola padecer un dolor íntimo que sólo este hombre podía aliviar. Se arqueó contra él y Rule abandonó sus pechos para ponerse completamente sobre ella, sus piernas velludas, ásperas y pesadas sobre la longitud femenina tan llena de gracia.