– Maldita sea, Ricky, ¿pararás de una vez? ¡Déjame solo!
La furia explotó en las venas de Cathryn. No se dio cuenta de haber ido hacia la cama. Una niebla roja le nubló los ojos, enturbiando su visión cuando agarró el cuello de la camisa de Ricky y la apartó del cuerpo de Rule. La furia le dio una fuerza que no sabía que tenía.
– Ya basta -le chirriaron los dientes, las palabras eran como arena que desgarraba su garganta-. Se ha acabado.
– ¡Oye! -chilló Ricky cuando Cathryn la empujó hacia la puerta-. ¿Que te crees que haces? ¿Te has vuelto loca?
Sin una palabra, tan enfadada que no podía ni hablar, Cathryn arrastró a la otra mujer atravesando la puerta y cerrándola de un golpe detrás de ellas, sin oír el grito ronco de Rule que le decía que volviera.
El pasamano de las escaleras parecía hacerle señas locamente y la tentación fue dulce como el azúcar, pero en el último momento un atisbo de cordura hizo que Cathryn se controlar y no lanzara a Ricky por las escaleras. Las damas no hacían cosas así, o eso fue lo que se dijo a sí misma cuando obligó a Ricky a trotar por el pasillo, manejando a la joven con tanta facilidad como si fuera sólo una niña. Ricky gritaba y lloraba tan fuerte como para despertar a los muertos, pero Cathryn la hizo enmudecer con un rugido.
– ¡Cállate! -y la metió rápidamente en la propia habitación de Ricky.
– ¡Siéntate! -bramó, y Ricky se sentó-. ¡Te lo advertí! Te dije que te mantuvieras alejada de él. Es mío y no toleraré ni un minuto más que vayas rodándolo para tirarte encima de él, ¿te has enterado? ¡Haz las maletas y vete!
– ¿Que me vaya? -Ricky parecía aturdida, con la boca abierta-. ¿A dónde?
– ¡Ese es tu problema! -Cathryn abrió el armario y empezó a sacar las maletas. Las tiró sobre la cama y las abrió, y luego empezó a abrir cajones y echó de cualquier manera su contenido en las maletas.
Ricky se levantó de un salto.
– ¡Oye, no me des toda la culpa a mí! ¡No es que le estuviera violando precisamente! A Rule nunca le ha bastado una mujer.
– ¡A partir de ahora le bastará! ¡Y no trates de hacerme creer que él te invitó a su cama, porque no me lo creo!
Ricky miró encolerizada la maraña de ropa.
– ¡Oye! ¡Deja de tratar mi ropa así!
– ¡Pues haz tú las maletas!
Bruscamente Ricky se mordió el labio y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Cathryn la miró con repugnancia mezclada de asombro, preguntándose como alguien podía llorar y al mismo tiempo parecer tan hermosa. Nada de nariz roja y goteando, nada de cara enrojecida, sólo lágrimas deslizándose con elegancia.
– Pero no tengo ningún sitio donde ir -susurró Ricky-. Y no tengo dinero.
La puerta se abrió y entró Mónica, frunciendo el ceño molesta.
– ¿Es que tenéis que ir peleándoos por la casa como dos luchadores? ¿Qué es lo que pasa?
– ¡Trata de echarme! -la culpó Ricky vehementemente, sus lágrimas se secaron como por arte de magia. Cathryn se quedó allí de pie en silencio, con las manos en las caderas y expresión implacable.
Mónica le echó una rápida mirada a su hijastra y dijo exasperada.
– Ésta es su casa; me imagino que tiene derecho a decir quién vive aquí.
– ¡Así es, ésta siempre ha sido su casa!
– ¡Basta! -dijo Mónica bruscamente-. Sentir lástima por ti misma no ayudará en nada. Tenías que saber que Cathryn regresaría alguna vez, y si no has tenido la previsión necesaria para preparar tu futuro, no culpes a nadie más. Además, ¿quieres pasarte la vida oyendo los sonidos de los niños de otro?
Evidentemente Mónica era una buena observadora, aunque siempre pareciera desinteresada en todo lo que no fuera ella misma. Cathryn inspiró profundamente, tranquilizándose. ¡Por supuesto! Después de todo la vida no era tan complicada. Realmente era muy simple. Ella amaba a Rule y amaba el rancho, y no estaba dispuesta a renunciar a ninguno de los dos. ¿Por qué todas esas lágrimas de preocupación sobre la profundidad de los sentimientos de Rule? Fueran los que fueran, estaban allí, y eso era lo único que importaba.
Pensar en eso le devolvió la cordura. Suspiró.
– No tienes por qué marcharte ahora mismo -le dijo a Ricky, frotándose la frente para aliviar las palpitaciones que sentía allí por la tensión-. He perdido los estribos cuando te he visto… De todos modos puedes tomarte un poco de tiempo y hacer algunos planes. Pero no tardes mucho -la advirtió-. De todos modos no creo que quieras quedarte para la boda, ¿verdad?
– ¿La boda? -Ricky se puso pálida; después dos manchas de color aparecieron en sus mejillas-. Estás muy segura de ti misma, ¿verdad?
– Tengo motivos para estarlo -contestó Cathryn uniformemente-. Rule me pidió que me casara con él antes de romperse la pierna. Voy a aceptar.
– Felicidades -dijo Mónica afablemente-. Veo que realmente nos tenemos que ir, ¿verdad? Ricky, querida, he decidido aceptar la oferta de Cathryn para ir a su apartamento de Chicago. Supongo que podemos conseguir que te encuentres cómoda si quieres compartir conmigo el apartamento. Tiene dos dormitorios, ¿verdad? -preguntó a Cathryn precipitadamente.
– Sí -le pareció muy buena idea. Miró a Ricky.
Ricky se mordió el labio.
– No sé. Lo pensaré.
– No pienses mucho tiempo -aconsejó Mónica-. Voy a hacer los preparativos para marcharme a final de la semana.
– Dijiste que era demasiado mayor para vivir con mamá -la imitó Ricky con un destello de resentimiento.
– Ni el arreglo ni la oferta son permanentes -dijo bruscamente Mónica-. Por el amor de Dios, decídete.
– De acuerdo -Ricky podía parecer tan malhumorada como un niño cuando lo intentaba, y ahora lo estaba intentando, pero a Cathryn no le importó. Soltó un suspiro de alivio. Cuando su temperamento se enfriara se hubiera sentido culpable por echar a Ricky de la casa sin darle una posibilidad de hacer algún plan. Ahora que sabía que había una fecha límite para la presencia de Ricky se sintió capaz de manejar la situación… siempre que no la cogiera tocando otra vez a Rule.
Rule. Cathryn inspiró profundamente y se preparó para la última batalla. Los días de Rule Jackson como soltero estaban contados. No importaba si la amaba. Ella amaba lo suficiente por los dos y no iba a volver a huir. Iba a quedarse allá y si él quería el rancho, entonces también tendría que tomarla a ella. Una cosa era segura: ¡No podría soportar la idea de que otra mujer pensara que él era libre y brincara a su cama! Planeaba atarlo cuanto antes, y atarlo bien atado.
Con la determinación de una brigada de caballería al ataque y la concentración reflejada en sus oscuros ojos, recorrió el pasillo hacia la habitación del hombre y abrió la puerta.
Miró automáticamente hacia la cama y se quedó aturdida cuando la encontró vacía. Un escalofrío le recorrió la espalda. Entró en el cuarto y un movimiento a su derecha le hizo volver la cabeza. Consternada se le quedó mirando y un grito consternado explotó en su garganta.
– ¡Rule!
Había salido de la cama y estaba luchando con los vaqueros para pasárselos por encima de la escayola. De alguna manera había logrado rasgar la costura de la pierna izquierda de los vaqueros para conseguir meter la pierna. Se tambaleaba peligrosamente mientras luchaba para vestirse, soltando una palabrota con los dientes apretados cada vez que respiraba, maldiciendo su propia debilidad, la escayola de su pierna, la palpitación de su cabeza. Al oírla gritar se balanceó torpemente y Cathryn casi se ahogó cuando vio la cruda desesperación que distorsionaba su cara, las torturadas lágrimas que resbalaban por las duras mejillas.
– Rule -gimió ella, cuando la miró con tal agonía que hubiera querido cerrar los ojos para no ver el sufrimiento del hombre. Él dio un paso hacia ella y repentinamente se ladeó cuando la pierna rota fue incapaz de soportar su peso. Frenéticamente, Cathryn corrió hacia él y lo cogió cuando empezaba a caerse, sosteniéndole con una fuerza nacida de la desesperación.