– Oh, Dios mío -gimió él, abrazándola desesperadamente, aplastándola contra su duro cuerpo. Dobló su cabeza sobre la de ella y ásperos sollozos lo sacudieron-. No te vayas. Dios mío, cariño, por favor no te vayas. Te lo puedo explicar. Pero no me abandones otra vez.
Cathryn trató de hacer estabilizar las piernas, pero lentamente se iba derrumbando bajo el peso de él.
– No puedo sostenerte -jadeó-. ¡Tienes que volver a la cama!
– No -rehusó con voz espesa, levantando los hombros-, no te dejaré ir. No podía salir de la condenada cama, no podía ponerme la ropa lo suficientemente rápido… tenía tanto miedo de que te fueras antes de poder hablar contigo, de no volverte a ver -murmuró él con voz rota.
Cathryn sintió un nudo en la garganta al pensar en él luchando contra el dolor y las lesiones para poder alcanzarla antes de que se marchar. No podía caminar, ¿cómo iba a alcanzarla? ¿Arrastrándose? Sí, comprendió, se habría arrastrado si hubiera tenido que hacerlo. La determinación de este hombre era algo impresionante.
– No me iré -lo tranquilizó llorando-. Te lo prometo. No volveré a abandonarte. Por favor, querido, vuelve a la cama. No puedo sostenerte mucho más.
Él se dobló entre sus brazos cuando le abandonó algo de la tensión que sentía y Cathryn sintió que sus rodillas empezaban a flaquear.
– Por favor -le pidió otra vez-. Tienes que volver a la cama antes de que te caigas y te rompas algo más.
Tuvo suerte de que la cama estuviera sólo a unos pasos de distancia, o nunca lo hubiera conseguido. Rule se apoyaba pesadamente en ella, el sudor bajaba por la cara masculina mezclado con las lágrimas. Él había llegado al final de sus fuerzas, y cuando Cathryn le hizo apoyar la cabeza y los hombros sobre las almohadas, cerró los ojos, la respiración le levantaba y bajaba el pecho agitadamente. Agarró con fuerza el brazo de ella, manteniéndola al lado de la cama.
– No me abandones -dijo otra vez, esta vez era poco más que un susurro.
– No te abandonaré -canturreó ella-. Deja que te levante la pierna y la apoye sobre las almohadas. ¡Oh, Rule, no deberías haberte levantado!
– Tenía que detenerte. No hubieras vuelto otra vez -pero soltó su brazo y ella pudo ir al pie de la cama para levantarle la pierna. Por un momento se quedó mirando boquiabierta la costura de los vaqueros, preguntándose como habría podido rasgar unos pantalones tan resistentes. Decidió quitarle los vaqueros mientras Rule se encontrara débil e incapaz de discutir, así que se los bajó por las caderas y cuidadosamente se los quitó. Mientras tanto él yacía allí, débilmente, con los ojos cerrados.
Mojó un paño con agua fría y le limpió el sudor de la frente y la humedad de las mejillas. Él volvió a abrir los ojos y la miró con una feroz concentración, la fuerza ya estaba regresando a ese cuerpo magnífico.
– No invité a Ricky a venir aquí -dijo con dureza-. Sé lo que ha parecido, pero yo estaba intentando detenerla. Tal vez no la apartaba con demasiada fuerza, pero no quería lastimarla…
– Lo sé -lo reconfortó ella tiernamente, colocándole un dedo sobre los labios-. No soy idiota, al menos no completamente. Ya la había advertido que se mantuviera alejado de ti y cuando la he visto frotándose contra ti he perdido los estribos. Ella y Mónica se marchan a finales de semana a mi apartamento de Chicago. Así también me podrán ahorrar un viaje -dijo caprichosamente-. Tengo casi toda mi ropa allá y la necesito. Pueden enviármela.
Rule inspiró profundamente, sus oscuros ojos eran casi tan insondables como la eternidad.
– ¿Me crees?
– Claro que te creo -le sonrió de una forma exquisita-. Confío en ti.
Por un momento pareció estupefacto por su fe incondicional; entonces un pequeño ceño empezó a formase en su frente.
– ¿No tenías intención de irte?
– No, para nada.
– ¿Entonces que diablos ha sido esto? -dijo con los dientes apretados-. ¿Por qué diablos has salido de la habitación tan violentamente y me has dejado en esta cama llamándote hasta desgañitarme?
Cathryn se quedó muy quieta, con la mirada clavada en él. Hasta ese momento no lo había comprendido, pero su reacción hablaba por sí sola. Si él se preocupaba tanto… ¿sería posible? ¿Se atrevería a soñar…?
– Nunca pensé que te importase mucho si me iba o no mientras tuvieras el control del rancho -dijo cuidadosamente.
Él soltó un comentario muy explícito y luego atacó con ferocidad.
– ¡Qué no me importa! ¿Acaso crees que un hombre espera a una mujer el tiempo que te he esperado yo y aún así no le importa si se queda o se va?
– No sabía que hubieras estado esperándome -indicó ella simplemente-. Siempre he pensado que el rancho era lo que más te importaba.
La mandíbula masculina parecía de granito.
– El rancho me importa mucho. Eso no lo puedo negar. Casi estaba a punto de hundirme completamente cuando Ward me trajo aquí y me salvó la vida, devolviéndome un sitio en ella. He trabajado aquí hasta la extenuación durante años porque este lugar me salvó.
– ¿Entonces por qué hablaste con Ira Morris? -soltó ella, sus ojos oscuros se ensombrecieron por el golpe y el dolor que había sentido por aquella traición-. ¿Por qué le dijiste que probablemente vendería si el precio era justo? ¿Por qué le dijiste lo que valía el rancho? -No podía entenderlo, pero había tanto que no entendía de Rule. Era tan serio, ocultaba tanto de sí mismo. Tendría que aprender a hablar de él, compartir sus pensamientos con ella. Ya estaba aprendiendo, pensó esperanzada.
Él cogió su mano, enredando sus dedos con los de ella y llevando la mano a su pecho. Una mirada desesperada apareció en sus ojos antes de que apartara la mirada deliberadamente y limpiara su expresión de cualquier emoción.
– Me asusté -dijo finalmente con voz tensa-. Me asusté aún más que en Vietnam. Al principio me enfureció la idea de que pudieras vender; luego asimilé lo que eso significaba y me asusté. Pero me asusté por mí y por lo que podía perder. Finalmente comprendí que el rancho es tuyo, no mío, tal como has estado diciéndome durante todo el tiempo y si no eras feliz aquí, entonces lo mejor que podías hacer era venderlo e irte a algún sitio donde fueras feliz. Cuando Morris llamó accedí a hablar con él. Quiero que seas feliz, cariño. Sea lo que sea que necesites, quiero que lo tengas.
– Soy feliz -le aseguró ella suavemente, girando la mano para sentir el calor y la dureza del cuerpo masculino bajo las yemas de sus dedos. Acarició los rizos oscuros con deleite-. Nunca venderé Bar D. Tú perteneces a este lugar, y aquí es donde estás, entonces aquí será donde esté yo también -inspiró en cuanto las palabras salieron de su boca, incapaz de mirarlo mientras esperaba en agonía su respuesta. Los segundo pasaron y Rule siguió silencioso. Cathryn tragó y se obligó a mirarlo.
No es que esperase que el hombre empezara a cantar Aleluyas, pero tampoco esperaba el modo en que sus ojos se entrecerraron, o la expresión cautelosa de su rostro.
– ¿Qué es lo que quieres decir? -dijo despacio y muy flojo.
Era ahora o nunca. Tenía que decidirse, tenía que dar el primer paso, porque si ella se echaba atrás ahora, sabía que Rule también lo haría. Él había llegado lo más lejos que podía, ese orgulloso hombre suyo. Se tranquilizó pensando que realmente no tenía nada que perder. No podía vivir sin él… era así de simple. Lo tenía muy claro. Aceptaría cualquier condición.
– Me pediste que me casara contigo -dijo cuidadosamente, escogiendo las palabras y observando el efecto de cada una de ellas en la expresión masculina-. Acepto.
– ¿Por qué?-su tono de voz fue como un golpe.
– ¿Por qué? -repitió ella, mirándolo como si se hubiera vuelto loco. ¿No lo sabía? ¿De verdad no lo entendía? Se le ocurrió la horrible idea de que tal vez él había cambiado de opinión-. ¿Tu… tu oferta todavía está en pie? -tartamudeó, con la dolorosa evidencia de que su incertidumbre se translucía en su voz y en su cara. Rule alzó la otra mano y cogió un puñado de su cabello, obligándola inexorablemente a inclinarse sobre él. Cuando sus narices casi se tocaban se detuvo y la observó con tanta intensidad que Cathryn sintió como si estuviera andando dentro de su mente.