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– La oferta sigue en pie -gruñó suavemente, las palabras susurraban sobre sus labios-. Sólo quiero saber por qué aceptas. ¿Estás embarazada? ¿Es por eso?

– ¡No! -negó ella alarmada-. No lo estoy. Bueno, no lo sé. ¿Cómo puedo saberlo? Todavía es demasiado pronto.

– Entonces dime por qué aceptas casarte conmigo -insistió él-. Dímelo, Cat.

La estaba arrinconando, negándose a que ella se escondiera detrás de excusas, y de repente Cathryn no quiso esconderse. La serenidad y la fuerza interior la inundaron. Lo confesaría. Le podía ofrecer la riqueza de su amor. Se liberó la mano y puso las dos en las mejillas de él, acunándolas, sus dedos moldearon amorosamente los duros ángulos de la mandíbula masculina.

– Porque te amo, Rule Jackson -dijo con dolorosa ternura-. Te amo desde hace años… creo que desde siempre. Y no importa si tú no me amas, si el rancho es todo lo que quieres. Esto es un acuerdo global que supone concesiones mutuas. Así que, señor Jackson, será mejor que empieces a aprender a ser un buen marido.

Rule parecía atónito y su mano le estrujó aún más el pelo.

– ¿Estás loca? ¿De qué estás hablando?

– Del rancho -dijo ella firmemente-. Si lo quieres, tendrás que casarte conmigo para conseguirlo.

Una cruda furia empezó a reflejarse en su cara, en sus ojos. Dijo algo que no merecía ser repetido, pero que definía muy bien sus pensamientos. Todo su cuerpo se estremeció cuando perdió el poco control que le quedaba y explotó rugiendo a Cathryn.

– ¡Al diablo con el rancho! ¡Véndelo! ¡Si eso es lo que se ha estado interponiendo entre nosotros durante todos estos años, entonces deshazte de él! ¡Si quieres vivir en Chicago o Bangkok u Hong Kong, yo viviré allí contigo, porque eres tú lo que siempre he querido, no este maldito rancho! ¡Dios mío, Cat, yo tengo mi propio rancho si quisiera uno! Mi padre me lo dejó todo al morir -su mano le acarició el cuerpo-. ¿Creías que todo era porque quería el rancho? Dulces infiernos, mujer, no te imaginas lo que me sacas de quicio.

La expresión anonadada de Cathryn le dijo que a ella nunca se le había ocurrido. La hizo acostarse en la cama, a su lado y la sujetó.

– Escúchame -dijo él lentamente, deliberadamente, separando bien cada palabra-. No quiero el rancho. Es una buena vida y me salvó, y lo añoraría si viviéramos en cualquier otra parte, pero puedo vivir sin él. Lo que ya no puedo es seguir viviendo sin ti. Lo he intentado. Durante ocho años he tenido que tomarme la vida día a día para sobrevivir, alimentándome de los recuerdos de aquel momento en que fuiste mía, odiándome por ahuyentarte. Cuando por fin volviste de nuevo, sabía que no podía dejarte ir otra vez. Haré lo que sea para que estés conmigo, cariño, porque si me vuelves a dejar otra vez me moriré.

Cathryn sintió que su corazón había dejado de latir. Realmente, Rule, aún no había dicho las palabras, pero lo que le contaba dejaba bien claro que la amaba tan desesperadamente, tan intensamente como ella lo amaba a él. Era casi más de lo que podía resistir, más de lo que podía permitirse creer.

– No lo sabía -murmuró ofuscada-. Nunca me habías dicho que… nunca me lo habías dicho.

– ¿Cómo podía decírtelo? -preguntó muy flojo-. Eras tan joven, demasiado joven para todo lo que yo quería de ti. Nunca pensé que ese día ocurriera lo que pasó en el río, pero después no pude lamentarlo. Quería hacerlo otra vez, una y otra vez, hasta que aquella mirada aterrorizada de tu rostro desapareciera, hasta que me mirases con la misma necesidad que yo sentía. Pero no lo hice, y te huiste. Lo lamento porque conociste a David Ashe y te casaste con él. Me alegro que después de casarte estuvieras mucho tiempo lejos de aquí, Cat, porque nunca he odiado tanto a un hombre como lo odiaba a él.

– ¿Estabas celoso? -todavía no podía comprender todo lo que él decía y se dio un pellizco a escondidas, el dolor fue real, y también lo era el hombre que yacía a su lado.

La mirada de Rule lo decía todo.

– Celoso no es la palabra adecuada. La palabra es loco.

– Me amas -susurró maravillada-. Realmente me amas. ¡Si me lo hubieras dicho! ¡No tenía ni idea!

– ¡Claro que te amo! Te necesito y en toda mi vida, nunca he necesitado a nadie. Eras tan salvaje e inocente como un potrillo y no podía apartar mis ojos de ti. Me hiciste sentir vivo otra vez, me hiciste olvidar las pesadillas que me atormentaban en la cama. Cuando hice el amor contigo, encajamos perfectamente. Todo era correcto, todos los movimientos y las reacciones. Casi me quemabas vivo cada vez que te tocaba. Tenía que estar contigo, tenía que verte y hablarte, ¿y tú no tenías idea de como me sentía?

La miró ultrajado y Cathryn esbozó una pequeña sonrisa cuando se acurrucó más cerca de él.

– Es esa cara de piedra que tienes -bromeó ella-. Y estaba tan asustada de que supieras como me sentía, asustada de que tú no sintieras lo mismo.

– Siento lo mismo -dijo él bruscamente, y luego exigió-. Dímelo otra vez -deslizó una mano por su costado y le rodeó un pecho con ella-. Déjame oírlo otra vez.

– Te amo -accedió ella gustosamente, contenta por su petición. Decir las palabras en voz alta era una celebración, una bendición.

– ¿Me lo dirás cuando hagamos el amor?

– Siempre que quieras -prometió Cathryn.

– Quiero. Ahora -su voz se había vuelto áspera por el deseo y la apretó contra él, pegando su boca a la de ella. Y otra vez la vieja y familiar magia le quemó la sangre en las venas y se derritió contra él, sin notar cuando le desabotonó la camisa, sólo consciente del intenso placer que sentía cuando Rule le acariciaba la piel desnuda.

Un tenue lucecita de cautela que poco a poco se iba apagando la impulsó a decir:

– Rule… no deberíamos hacerlo. Necesitas descansar.

– Descansar no es lo que necesito -murmuró él en su oído-. Ahora, Cathryn. Ahora.

– La puerta está abierta -protestó débilmente.

– Entonces ciérrala y vuelve aquí. No me hagas ir a buscarte.

Y probablemente lo haría, pensó ella, con pierna rota y todo. Se levantó, cerró la puerta y volvió a su lado. No podía parar de tocarlo, no podía satisfacer la necesidad de sentir su cuerpo duro y caliente bajo los dedos. Hizo el amor con él, haciéndole sentir lo enamorada que estaba, recorriendo a besos todo su cuerpo y susurrando "te amo" contra su piel, marcándolo con las palabras. Ahora que podía decirlas en voz alta, no podía detenerlas e hizo una letanía con ellas, demorándose tanto con sus caricias que repentinamente Rule no fue capaz de aguantar más. Alzándola la colocó sobre él y fundió su carne con la de ella en un rápido y fuerte movimiento.

Cathryn bailó la danza de la pasión con él, atacando y retirándose, pero siempre dando placer. No era consciente de nada excepto de él, del caliente deseo de sus ojos oscuros, y de algo más, del brillo del amor correspondido.

– No dejes de decirlo -ordenó Rule y ella obedeció hasta que las palabras no acudieron, hasta que lo único que pudo hacer fue jadear su nombre y retorcerse contra él. Las poderosas manos sobre sus caderas asumieron el control, conduciéndola más y más alto, hasta que se derrumbo con apenas un gemido, estremeciéndose sobre su pecho.

Momentos después, estando relajados y somnolientos, Rule empezó a desenredarle el cabello y la abrazó con fuerza.

– Tendré que contratar más trabajadores -dijo adormecido.

– Mmmm -preguntó Cathryn-. ¿Por qué?