Su primer pensamiento fue que el último matrimonio de Ricky debió ser duro. Su pelo negro brillaba, el delicado cuerpo era delgado y firme, pero había en ella una tensión febril y las líneas de descontento rodeaban los bordes de los ojos y de los labios. Ricky era una mujer encantadora, exótica, una versión más joven de Mónica, con su boca madura y sus ojos color avellana, con la piel de un tono dorado. Sin embargo, el efecto de esa belleza, desaparecía por la petulancia de su expresión.
– Bienvenida a casa -ronroneó, levantando con gracia una mano que sostenía un vaso con un líquido ámbar en su interior-. Siento no haber estado aquí para darte la bienvenida, pero se me había olvidado que hoy era el gran día. Estoy segura de que Rule te ha cuidado bien -dio un buen trago de su bebida y miró a Cathryn con una burlona y malévola sonrisa-. Pero claro, Rule siempre cuida bien de sus mujeres, ¿verdad? De todas ellas.
De repente, Cathryn se preguntó ansiosamente si Ricky sabía algo de lo que pasó aquel día en el río. Era difícil de adivinar. Normalmente la conversación de Ricky solía ser cruel, que brotaba de su propio descontento y sus miedos internos. Así que Cathryn decidió que de momento no iba a hacer caso a las insinuaciones encerradas en las palabras de Ricky y la saludó con normalidad.
– Es agradable estar de nuevo en casa después de tanto tiempo. Las cosas han cambiado, ¿verdad? Casi no he reconocido el sitio.
– Oh, ssssi -la pronunciación de Ricky era lenta y pesada, dejando que el "si" se demorara en un susurro sibilante-. Rule es el jefe, ¿no lo sabías? Hace que todo vaya como él quiere; todos saltan cuando él dice que salten. Ya no es un paria, querida hermana. Es un honrado y destacado miembro de nuestra pequeña comunidad y lleva este lugar con puño de hierro. O casi -le guiñó un ojo a Cathryn-. A mí todavía no me tiene en un puño. Sé lo que quiere.
Estaba decidida a no mostrar ninguna reacción ni preguntar a Ricky lo que quería decir ya que sabía que estando medio borracha cualquier conversación sensata sería imposible, así que la cogió del brazo, amable pero firmemente y la llevó hacia las escaleras.
– A estas horas Lorna ya debe tener la cena preparada. ¡Me muero de hambre!
Cuando salieron del cuarto, Rule se acercó a ellas y su severa boca se tensó cuando vio el vaso en la mano de Ricky. Sin decir una palabra alargó la mano y se lo quitó. Por un momento Ricky lo miró tensa con algo perecido al miedo, visiblemente se dominó y arrastró un dedo por su camisa, yendo de botón a botón.
– Eres tan dominante -ronroneó-. No es raro que puedas escoger a las mujeres. Precisamente le estaba hablando a Cathryn sobre ellas… tus mujeres, quiero decir -esbozó una dulce y venenosa sonrisa y empezó a bajar las escaleras, la satisfacción era evidente en el contoneo de su delgado y armonioso cuerpo.
Rule juró quedamente mientras Cathryn se quedó allí quieta tratando de entender que intentaba conseguir Ricky y por qué se enojaba Rule. Estaba la posibilidad de que Ricky no quisiera nada. Le gustaba decir cosas ofensivas sólo por la satisfacción de ver las reacciones. Pero el cavilar sobre ello no le iba a dar respuestas. Así que se enfrentó a Rule y preguntó directamente.
– ¿Qué ha querido decir?
De momento él no respondió. En lugar de ello olió suspicazmente el contenido del vaso que tenía en la mano, luego se bebió lo que quedaba de bebida de un trago. Una mueca de terrible disgusto torció sus rasgos.
– Dios -dijo con voz tensa, casi se ahogándose-. ¿Cómo pude alguna vez tragar esto?
Cathryn casi se rió. Desde el día que su padre lo había traído a casa, Rule se había rehusado a beber alcohol, ni siquiera una cerveza. Su reacción de sorpresa era en cierta forma cautivadora, como si la hubiera revelado una parte escondida de sí mismo. La miró y vio su amplia sonrisa y ella se alarmó cuando los fuertes dedos masculinos se deslizaron por su pelo hasta el cuello.
– ¿Te estás riendo de mí? -preguntó suavemente-. ¿No sabes que puede ser peligroso?
Sabía mejor que nadie lo peligroso que podía ser Rule, pero ahora no estaba asustada. Un extraño regocijo recorrió sus venas y alzó la cabeza para mirarlo.
– No te tengo miedo, hombretón -dijo ella en una mezcla de burla e invitación… una invitación que no había tenido intención de hacer, pero que le salió con tanta naturalidad que ya la había hecho antes de darse cuenta. Un segundo demasiado tarde, intentó disimular su error preguntando precipitadamente:
– Dime que ha querido decir Ricky…
– Que se vaya al infierno Ricky -gruñó él y sus dedos se enroscaron en su cuello una fracción de segundo antes de que su boca se acercara a la de ella. Cathryn se quedó sorprendida por la ternura del beso. Sus labios se ablandaron y se abrieron con facilidad bajo la persuasiva presión de sus movimientos. De la garganta de él salió un áspero sonido y la colocó mejor entre sus brazos, presionándola contra su cuerpo; una de sus manos se deslizaba de su trasero a sus caderas y la hizo arquearse con fuerza contra sus propios muslos. Los dedos de Cathryn agarraron con fuerza las mangas de la camisa de él en respuesta al placer abrasador que ardió en su interior. Era perfectamente consciente de su atractivo masculino y todo lo femenino que había en ella se tensó para contestar la primitiva llamada de la naturaleza. Nunca había sido así con otro hombre, y empezaba a darse cuenta de que nunca lo sería, que esto era único. David no había tenido ni una oportunidad contra la oscura magia que Rule practicaba sin ningún esfuerzo.
La imagen de David fue como un salvavidas, algo a lo que su mente podía agarrar para apartarse del remolino sensual al que la había llevado. Arrancó sus labios con un jadeo, pero fue incapaz de separarse de sus brazos. No es que él la mantuviera prisionera, es que ella carecía de la fuerza para apartarlo. Así que dejó que su cuerpo se relajara contra él mientras apoyaba la frente sobre un hombro, inhalando el sensual y afrodisíaco aroma masculino.
– Dios, que bueno es esto -masculló con voz ronca, inclinando la cabeza para mordisquear el delicado lóbulo que su cabeza ladeada dejaba al descubierto-. Ya no eres una niña, Cat.
¿Qué quería decir con eso?, se preguntó con un destello de pánico. ¿Que ya no había ninguna necesidad de mantenerse apartado de ella? ¿La estaba advirtiendo de que no iba a mantener su relación en un nivel platónico? ¿Y a quién estaba intentando engañar ella? Hacía años que su relación no era platónica, aunque no hubieran vuelto a hacer el amor desde aquel día en el río.
De alguna parte sacó la suficiente fuerza para apartarse de él y levantar orgullosamente la cabeza.
– No, no soy una niña. He aprendido a decir no a avances no deseados.
– Entonces has debido querer el mío, porque sin duda alguna no has dicho que no -se burló suavemente, moviendo su cuerpo de tal manera que quedo atrapada. Era como la vaca a la que un vaquero llevaba suave pero inexorablemente hacia donde él quería, pensó con un punto de histerismo. Inspiró profundamente y logró tranquilizarse, lo que fue muy oportuno, porque repentinamente Mónica apareció al pie de las escaleras.
– Cathryn, Rule, ¿no venís?
Así era Mónica. Ni siquiera un saludo, aunque ya hacía casi tres años que no veía a su hijastra. A Cathryn no le parecía mal la actitud remota de Mónica. Al menos era honesta. Bajó las escaleras con Rule siguiéndola muy cerca, con la mano apoyada casualmente en su espalda.
La mesa era informal. Después de un largo y caluroso día en el rancho, lo que quería un hombre era comer, no una reunión social. La decisión de Cathryn de llevar un vestido había sido inusual, pero notó que Ricky también se había quitado los vaqueros y se había puesto un vestido blanco de gasa que no habría desentonado en una fiesta. Supo instintivamente que aquella noche Ricky no tenía ninguna cita, así que debía haberse arreglado en honor a Rule.