– ¡Me parece que la puerta está abierta! -gritó Frank.
Y, al instante, lo estaba. Allí apareció una figura diminuta con som_brero, camisa y guantes, todo negro: inconfundible, Bob Meldrum, con un bigote tan ancho que Frank habría jurado que su dueño tenía que ponerse de lado para pasar por la puerta, y un halo de McBryan's que, como su fama, le precedía.
– Oh, pero mira qué tenemos aquí, una pistolita de damisela, ¿eh? ¡Si hasta está niquelada! Vaya, vaya, es una preciosidad.
– De hecho, es un 38 -dijo Frank- Modelo policial, aunque lo he limado un poco, puede que demasiado, aquí y allá, porque no siempre se queda amartillado como quisiera. Espero que no suponga ningún problema.
– Hablas bastante buen inglés para ser un maldito cabronazo fu_mador de opio, y ni siquiera pareces muy japo.
– Con que me llame «Frank» ya me vale. ¿No podría ser que se hubiera equivocado de habitación?
– ¿No podría ser que te estés tirando a mi mujer aquí y mintien_do como un mierda?
– Nunca he estado tan loco, tal vez le haya informado mal el her_mano Disco.
– Oh, mierda, tú eres el chico ingeniero -dijo, y sus ojos, para tran_quilidad de Frank, perdieron algo de su palidez.
– Sí, y veamos, usted debe de ser… el señor Meldrum, ¿me equi__ba gritando a la oreja.voco? -preguntó intentado que no se notara demasiado que le esta
– No, que Dios me perdone, y bien que me cuesta. -El pistolero de atuendo oscuro se dejó caer con un emotivo suspiro en el sofá-. ¿Crees que es fácil ser un tipo duro en esta ciudad, donde te comparan a todas horas con Butch Cassidy? A la mierda, pero ¿qué coño hizo ese tío?: cabalgar por el valle en un maldito caballito de tiovivo, de_senfundar una pistola, llevarse los diez mil dólares, salir cabalgando otra vez…; tan fácil como comerse un pastel de cereza, pero los años pasan, las leyendas del viejo Oeste se engrandecen, y la gente mur__pongo que no tendrás tampoco nada de beber.mura por lo bajini cuando creen que no los oyes: «Vale, es malvado, pero ni de lejos es un Butch». ¿Y cómo te crees que me sienta? Su
– Pues suponga que vamos a cualquier parte y me permite que le invite a una copa.
– Claro, 'seguro', pero ¿y si apuntas esa mierdecilla abrillantada a al_gún otro sitio?, lo digo por mi reputación y todo eso.
– Vaya, casi se me había olvidado… -Sin ningún convencimiento, Frank se guardó el revólver en el bolsillo, esperando un susto, pero Bob parecía tranquilo, por el momento en cualquier caso, e inclu__nas dentales doradas. Frank fingió que retrocedía como deslumbrado, protegiéndose los ojos con un antebrazo-. Muchos lingotes ahí.so llegó a sonreír brevemente, descubriendo una serie doble de coro
– En la mina fueron tan amables de hacerme un precio especial -respondió Bob.
Evitando el elegante establecimiento del hotel, se encaminaron ha__tez de dejarle beber en paz.cia el Cosmopolitan Saloon y el Gambling Club, a unos pasos en la misma calle, donde Bob estaba seguro de que la gente tenía la sensa
– A ver -dijo una vez que les habían servido botella y vasos-, si me dieran cinco centavos por cada cabrón que quiere hacer perder el tiem_po al Capitán Wells, estaría en Denver bebiendo whisky con soda en vaso largo por toda Market Street, no sé si me entiendes, y este cañón olvidado de la mano de Dios no sería más que un mal sueño.
– ¿Alguna ocasión de hablar con él? ¿Está en la ciudad?
Bob le echó un largo vistazo, con ojos brillantes.
– ¿Acabas de decir lo que me ha parecido oír? ¿Un día sí y otro también, un montón de cabronazos anarquistas le tiran bombas, y va y se presenta un desconocido preguntando «si está en la ciudad»? Vaya, si no fuera suspicaz, me estaría partiendo el culo. Pero aun así te diré una cosa, ¿ves a ese tipo de ahí? Es tu hombre, Merle Rideout, el amalgamador de Little Hellkite, loco como una cabra por los humos y la basura que aspira todos los días, y por partida doble el día que funden el oro en lingotes, pero aun así, a lo mejor estará dispuesto a escuchar al primer viajante de comercio en prácticas que se le presen_te y le aparte de su trabajo.
Merle Rideout iba de camino a una de las cantinas, pero sin mu_cha prisa; lo que dio margen a Frank para lanzar su perorata.
– …Y sin duda estará al tanto del plan del señor Edison en Dolo_res para utilizar la electricidad estática, aunque triste es decir que sin demasiado éxito… Ahora bien, mi enfoque es diferente, yo utilizo el magnetismo. En el este, en Nueva Jersey, han extraído piritas de la mez__ña joya, y no tiene nada que envidiarle al Wetherill. Y con el tipo de corriente eléctrica que puede generarse por aquí…cla de zinc con un imán Wetherill, que, se supone, es el más potente que existe; pues resulta que mi aparato es una variante, una peque
Merle estaba mirando a Frank con expresión bastante amable, pero no parecía muy dispuesto a dejarse engañar.
– Separación magnética del mineral, sí, ciertamente, tal vez se lo crean los públicos menos críticos de las montañas, pero yo ya he vis_to al menos un par de imanes, así que soy cauteloso, eso es todo. Le diré una cosa. Suba a la mina y tendrá su oportunidad, hablaremos. Mañana me vendría bien.
De golpe se hizo el silencio; sólo se oía el zumbido de la electri__vos acababa de entrar en el Cosmopolitan, canturreando y tarareando en una lengua extranjera. Todos ellos llevaban cidad. Un grupo de hombres con enormes sombreros de castor nueuna Kodak de bolsillo con el obturador ingeniosamente conectado a un pequeño flash de magnesio, que aparentemente los sincronizaba. Las copas se quedaron a medio camino de las bocas, el jovencito limpiabotas negro dejó de agitar su trapo, la ruleta de Hieronymus se paró en seco, la bola dio un salto y se quedó suspendida en el aire, como si todo en la escena hiciera lo posible para posar en un par de fotografías. Los recién lle____________________condrijos y vio que los demás clientes hacían lo mismo.brero. Incapaz de pensar en nada que el irascible pistolero quisiera oír de su boca en ese momento, Frank empezó a buscar los posibles esgados se acercaron a Dieter, el camarero, inclinaron la cabeza uno tras otro y empezaron a señalar algunas de las botellas amontonadas en uno de los extremos de la barra. Dieter, conocedor de brebajes a los que todavía nadie había dado nombre, asintió, las cogió, llenó vasos y mezcló las bebidas, mientras se reanudaban las conversaciones en el local, pues los clientes habían reconocido a la «delegación comercial japonesa» que Ellmore había mencionado a Frank antes, ese mismo día, cuyos miembros habían salido a echar un vistazo a la Telluride nocturna. Frank dejó de mirarlos justo a tiempo para ver que los ojos de Bob empalidecían como un cielo estival sobre una cordillera y que de sus orejas surgían dos chorros gemelos de vapor recalentado hasta el punto de amenazar el cuidadoso reborde del ala de su som
– Bien, Bob, ¡cuál de ellos crees que es! -gritó uno de los parro_quianos, en la aparente creencia de que su avanzada edad le eximía de pagar el precio de la impertinencia.
– ¡Buenas noches, Zack! -gritó Bob-, es frustrante de cojones, ¿ver_dad?, todos se parecen tanto que uno no sabe por dónde empezar a disparar.
– ¡Y tanto, y no veo a ninguna señora M. por ninguna parte!, ¿y tú? -gritó el imprudente Zack-, ¡a lo mejor el que buscas está ocupado de otro modo, ye-je-jé!
– Claro que, para empezar, podría dispararte a ti, sólo para ajustar el tiro -supuso Bob.
– Oh, vamos, Bob.
Fascinados, los Hijos de Nipón habían empezado a congregarse alrededor de Bob formando un semicírculo, y estaban extendiendo a todo lo largo los fuelles de sus cámaras, enfocando vacilantes, algunos incluso intentando subirse a la mesa de billar para mejorar el ángulo de visión, lo cual dejaba perplejos a quienes estaban jugando sobre la superficie.