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Frank, a punto de desmayarse, masculló algo. Una campana repi____________________curo. La chica soltó un grito de alegría:tendió ante ellos, suspendidos allí arriba, por encima de las luces de la ciudad, sin nada más que el aire profundo e invisible a sus pies. En ese momento, a sus espaldas, en la mina, empezó a resonar estridente el silbato del cambio de turno, pero su tono agudo fue perdiéndose en la lejanía a medida que descendían a toda velocidad por el golfo osdad el instante en que superaron el filo de la montaña y el valle se excó en alguna parte y la vagoneta se puso en marcha estremeciéndose. Aunque mantenían las cabezas bajas, Frank percibió con toda clari

– ¡Camino de Telluride, al infierno cabalgamos, eh, Frank!

En realidad, de haber podido elegir, no habría vuelto a la ciudad. El hubiera preferido con diferencia quedarse en la colina, salvar el paso, bajar otra vez a la carretera de Silverton, tal vez desviarse hacia Durango y, con un poco de suerte, coger un tren, o bien seguir cami____________________ta meterse en las grandes dunas y dejar que los espíritus le protegieran.dría una oportunidad. Atravesar la región de bisontes casi extintos, hasno hasta llegar a la Sangre de Cristo, donde sabía que al menos ten

Al poco oyeron los potentes latidos de los bocartes, amortiguados al principio como la sección de percusión de una remota banda de mú____________________tañas. En cierto momento, el estruendo de la mina se vio sofocado por el de la ciudad, y entonces Frank recordó que era sábado por la noche.te pero oculto a la vista, como tantas cosas en esas misteriosas monsica, con los pífanos y las cornetas a punto de sumarse al alboroto en cualquier instante, ensayando para una fiesta nacional desconocida que no tenía por qué celebrarse nunca, un ruido cada vez más fuer

Pero ese alboroto no podía ni compararse con lo que se les echó encima, como si la multitud se acercara a ellos y no al revés, hinchán____________________do Street.turándolo de disparos, gritos, instrumentos musicales ruidosos, tráfico de carretas de carga, carcajadas de coloratura de las ninfas de las calles, rotura de cristales, golpes a gongs chinos, caballos, tintineos de jaeces de monturas y chirridos de bisagras de puertas batientes, cuando Frank y Dally llegaron al Gallows Frame Saloon, casi en medio de Coloradose hasta rodearlos, cual una sinfonía que abarcara todo el valle, sa

– ¿Estás segura de que te dejarán entrar? -preguntó Frank todo lo suavemente que pudo.

La chica soltó una carcajada, pero sólo una, y muy breve.

– Mira a tu alrededor, Frank. Encuéntrame una sola cara a la que le importe quién hace qué.

Ella le condujo a lo largo de la barra, en la que se amontonaban mineros a jornal y a destajo y tipos que vivían de las rentas familiares, entre humo de tabaco y mesas de cartas y dados en las que resonaban desafíos, insultos e imprecaciones. Alguien tocaba al piano una melo____________________ra inopinadamente haber aprendido.riaciones rítmicas que hicieron que Frank, nada dado a bailar, deseadía que habría sido una marcha de no ser por algunas peculiares va

Ella, claro, se dio cuenta.

– Es «ragtime». ¿Nunca has escuchado rag? No sé ni para qué pre_gunto. ¿De dónde dijiste que eras? Da igual, no me lo digas, no sabría pronunciarlo.

Ella estiró los brazos con cierto gesto extraño, y él supuso que no tenía escapatoria, pero tampoco le pareció tan malo, porque Frank se reveló casi un artista del zapateado en comparación con algunos de los mineros con los que bailaban las chicas, sobre todo los finlandeses.

– Pisotean como si llevaran los esquís puestos -dijo Dally.

Y al cabo de un rato Frank se fijó en un par que de verdad lleva_ban esquís, y eso que ni siquiera era invierno.

– Oh, ahí está Charlie, quédate aquí, ahora vuelvo.

A Frank no le molestó, ya que, tras preguntarse cuándo Bob y Rudie harían acto de presencia, necesitaba pasar un rato junto a cierto nogal circasiano. Llevaba bebida la mitad de su primera cerveza de la noche cuando reapareció Dally.

– He hablado con Charlie Fong Ding, que hace toda la colada de las chicas. Hay una habitación libre en el Silver Orchid, conozco el lo_cal, es seguro, tiene un túnel para escapar…

– ¿Lo conoces?

– Ja, mírale, si le ha sorprendido y todo. Charlie quería apostar. Po_dría haber comido gratis una semana si lo hubiera hecho contra ti.

– ¿El Silver Orchid, Dally?

– Todo es culpa de mi padre.

En cierto momento, Merle había decidido que debían abordar la sensible cuestión del contacto sexual o, más que nada, puesto que era una ciudad minera, del «sin tacto» sexual. Gracias a los buenos oficios de California Peg, la sous-maítresse del Silver Orchid, de donde era cliente fijo, Merle organizó un programa de estudios, breve y clan_destino.

– Que sin duda daría lugar -en palabras de Merlea chillidos gaz____________________tón de dolores de cabeza.vienta que te lo diga, pero tarde o temprano te liarás con el joven caballerito perfecto, y conocer estas historias os evitará a ambos un monse, no es peor que cuando se da a un niño un vasito de vino diluido en las comidas para que crezca con cierta idea de la diferencia entre lo que es beber vino con la comida y beber vino en lugar de comer. Eres lo bastante mayor -llevaba años diciéndole-, y seguro que te remoños al estilo de los de la señora Grundy, pero, a poco que se pien

– Por no mencionar que te ahorra a ti un montón de trabajo -se_ñaló.

– Verás lo mejor y lo peor de los hombres, cariño -añadió Peg-, y todo lo intermedio, que es donde encontrarás a la mayoría, pero nunca, jamás, apuestes un céntimo a que sus necesidades vayan a ser demasia_do complicadas, no más, pongamos, que las reglas del blackjack.

Y así Dally, una chica por lo demás con mucho sentido común, acabó recopilando una buena cantidad de información útil en los al____________________jaba la menor duda de su capacidad para desenfundar, apuntar y te obvia en su esbelta figura como un arma de tamaño normal, no detaran, pero también porque su simple presencia, no tan ostentosamenlarina del Pick and Gad, un revólver del calibre 22, que llevaba a la vista sobre todo porque no tenía un vestido ni una falda que lo oculdos. A cambio de un mes de salario en la mina, adquirió, de una bairededores de Popcorn Alley. Descubrió, por ejemplo, que el colorete era un buen sustituto de la cera de los oídos para los labios agrietadis__ban de pistoleros.parar, algo que practicaba con dedicación cada vez que podía, al aire libre, en cualquier pila de basura, hasta que con el tiempo incluso fue capaz de ganar algo de calderilla apostando con mineros que alardea

– ¡Annie Oakley! -empezaron a gritar los finlandeses cada vez que la veían, y lanzaban pequeñas monedas al aire con la esperanza de que perforara alguna, algo que a ella le encantaba hacer de vez en cuando, y que proporcionó a muchos futuros retornados a Finlandia un amuleto de la suerte que les permitiría sobrevivir a los años de la guerra civil y al Terror Blanco, a los saqueos y masacres posteriores, una promesa de que, a veces, la mala fortuna podía ser esquivada y lo contrafactual manifestarse en ese mundo invernal que les esperaba.

El refinamiento erótico no se contaba entre los atractivos de Telluride -para eso, imaginaba ella, se tenía que ir a Denver-, pero al menos salió del curso elemental en el Silver Orchid si no del todo acostumbrada a ellas, sí inmunizada contra las habituales sorpresas de_sagradables que a tantos habían malogrado el matrimonio y, más aún, como le confió Peg, sabiendo que el «amor», tal como lo definían las generaciones perdidamente enamoradas y tumescentes de vaqueros Casanovas de por allí, no pintaba demasiado en todo aquello, algo que podría haberle quitado las ganas para siempre. El «amor», fuera lo que fuese, se movía por otros parajes.