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– Merle, ¿por qué me estás contando todo esto?

– Porque a lo mejor lo que crees que estás buscando no es en rea_lidad lo que buscas. A lo mejor es otra cosa.

Frank no pudo librarse de la extraña sensación de que había en____________________do confuso para entender: «lo que estás buscando».plicado, que le explicaba con una cháchara que él estaba demasiatrado en un teatro de variedades y un mago, uno chino, por ejemplo, le había llamado al escenario para participar en un truco largo y com

– No me refiero a esta pepita. Ni tampoco a esta ventanita de es__persarse, como las burbujas del agua de un hervidor al llegar al punto de ebullición, en siseantes chirridos divertidos- es que hay unpato de Islandia. La verdad -la voz de Merle estaba empezando a dis catálogo completo de cosas que no estás buscando.

– Pues dímelas. Qué es eso que estoy buscando, aparte de una can_tina ahora mismo.

– No es más que una suposición, pero creo que es lo mismo que buscaba tu padre, Webb, aunque él lo sabía tan poco como tú.

Esa maldita sensación del mago chino otra vez.

– Vete a hablar con el Doc Turnstone. Puede que él te dé un par de ideas.

En el cambio de tono de la voz de Merle, Frank percibió una ex_traña inquietud.

– ¿Por qué?

Pero Merle se había retirado tras un rostro profesional de mago impasible.

– ¿Te acuerdas de aquellos tommyknockers que Dahlia y tú os en_contrasteis en Hellkite?

Bueno, durante una época Merle también había visto personas pe_queñas en las bancadas, algunas ataviadas de forma muy peculiar, con sombreros raros, uniformes militares pero no los oficiales del ejérci_to americano, zapatitos puntiagudos y demás, y una noche cometió el desliz de mencionárselo a su colega científico, el Doctor Turnstone, que afirmó sin asomo de duda que se trataba del síndrome de Charles Bonnet, sobre el cual había leído últimamente en el clásico de Puckpool Aventuras en la neuropatía: «Atribuido a diversas causas, entre ellas la degeneración macular y las alteraciones del lóbulo temporal».

– ¿Y por qué no tomarlos sencillamente como 'duendes' reales? -dijo Merle.

– Eso no es una explicación racional.

– Con todo el respeto, Doc, no estoy de acuerdo, porque están ahí abajo, y tanto que sí.

– ¿Le importaría enseñármelos?

Durante el tercer turno, claro, el mejor momento para cosas así. Movido por un espíritu de investigación científica, el Doc se había abs__rado su humor, es más, a Merle le pareció bastante nervioso cuando ambos, ataviados con monos e impermeables de minero y provistos de linternas eléctricas, entraron en un agujero en la ladera iluminada por la luna y se abrieron paso, a través de escombros antiguos que chorreaban agua, por un túnel de pronunciado desnivel en una zona abandonada de la mina.tenido de su habitual láudano vespertino, aunque eso no había mejo

– Se sienten turbados cuando hay humanos cerca -le había expli__de no acuden los humanos.cado Merle en la superficie-, así que tienden a retirarse a lugares adon

A los tommyknockers no sólo les había parecido acogedor este sec__currido desde su abandono, lo habían convertido en untor de la mina de Litde Hellkite sino que, en los años que habían trans Salón Social de Tommyknockers en toda regla. Y de repente allí estaban todos, como era de esperar, componiendo un verdadero cuadro vivo subterráneo. Esos 'duendes' jugaban al póquer y al billar, bebían whisky rojo y cerveza casera, comían alimentos robados de las fiambreras de los mineros y de las despensas del comedor de los solteros, se peleaban, se contaban chis__quier club recreativo sobre la superficie cualquier noche de la semana.tes de mal gusto, todo igual que lo que se habría encontrado en cual

– Bueno, ésta es fácil de explicar -murmuró el Doc como si ha_blara para sí-. Me he vuelto loco, eso es todo.

– ¿No podríamos sufrir ambos el mismo tipo de síndrome de Char_les Comosellame? -planteó Merle-, No. No tendría sentido.

– Tendría más sentido que lo que estoy viendo.

Y de ese modo se convirtieron en conspiradores contra, si no los propietarios, sí al menos las explicaciones que éstos y los suyos solían dar. La creencia, por ejemplo, de que los tommyknockers no son personitas con atuendos de fantasía sino «tan sólo» un montón de ladrones. Lo que consolaba a los propietarios de la presencia de esos ladrones era su costumbre de robar explosivos continuamente. Cada cartucho de dinamita que robaba uno de ellos era un cartucho menos en manos de los anarquistas o de los del sindicato.

– En algún sitio -afirmó Dally- hay al menos un tommyknocker con un montón cojonudo de dinamita escondida. Un El Dorado de la di_namita. ¿Qué querrá hacer con tantos explosivos?

– ¿Seguro que es siempre el mismo?

– Lo conozco. Sé cómo se llama. Hablo su idioma.

– No -dijo el Doc-, no se moleste en contármelo. Todo depende de si roba también detonadores. Si han desaparecido muchos, enton_ces sí empezaría a preocuparme.

Frank encontró al Doc Turnstone en el Hospital de los Mineros, en el turno de medianoche al alba.

– Merle Rideout me dijo que viniera a verle.

– Entonces significa que eres Frank Traverse.

¿Estaban en contacto con Merle por telégrafo directo o qué? Frank vio que el Doc le miraba fijamente.

– ¿Pasa algo?

– No sé si Merle lo mencionó o no, pero tu hermana Lake y yo salimos juntos durante un tiempo.

Otro de los admiradores de Lake. «Es una belleza», se habían apre__cogerse de hombros.surado a asegurarle a Frank amigos y compañeros de piso, aunque él raramente se fijaba. En una ocasión se lo preguntó a Kit, que parecía pasar más tiempo con ella que los demás, pero el chico se limitó a en

– Me fío de ella -dijo, como si eso fuera de alguna ayuda.

– Sí, pero a lo que me refiero es a si algún día tendremos que leer__tos suyos de los que hablan a todas horas.le la cartilla a uno de esos reptiles por no saber resistirse a esos encan

– Me parece que sabe cuidarse sola. Ya la has visto disparar, no lo hace mal.

– Eso es lo que le gusta oír a un hermano.

– Lo cierto -dijo Frank ahora- es que no nos hemos visto mucho últimamente.

Otro minuto, o algo parecido, transcurrió antes de que el Doc se sacudiera como un perro tras emerger de un arroyo de montaña y pi_diera disculpas.

– Lake, ella, bueno, me partió el puto corazón.

Vaya, vaya.

– Yo también he pasado -dijo Frank, aunque no era verdad- por momentos así. -Y con toda la amabilidad que pudo añadió-: Lo que tiendo a recomendar es Oíd Gideon, dosis de tres dedos, todo el tiem_po que sea necesario.

El Doc sonrió un poco avergonzado.

– No buscaba comprensión. Tampoco es que tu hermana me haya devastado como una catástrofe natural. Aun así, si me invitas…

En 1899, no mucho después del terrible ciclón que aquel año asoló la ciudad, el joven Willis Turnstone, recién licenciado en la Es_cuela Americana de Osteopatía, había partido hacia el oeste desde Kirksville, Misuri, con una pequeña bolsa que contenía una muda de ropa, una camisa de repuesto, una nota de ánimo de un tal Doctor A.T. Still y un anticuado Colt en cuyo uso distaba de estar al día; acababa de llegar a Colorado cuando, un día, cabalgando por la meseta de Uncompahgre, fue asaltado por una pequeña banda de pistoleros.