– ¿Y cuándo pensabas contármelo? ¿Cuando te hubieran puesto la soga al cuello?
El fingió que perdía los nervios.
– No es asunto tuyo, para nada, Stray.
– Querido, que soy yo.
– Lo sé, y ése es el problema.
– Así debe de ser como un Machote le habla a su Mujer.
No se trataba sólo de la persecución, de la pena de muerte, de los Pinkerton y la fuerza pública pisándole los talones, además de los otros desconocidos e invisibles sobre los que todavía no había averiguado nada, no, ninguno de ellos era tan peligroso como el enemigo inte____________________ción: «Lo huelo en el viento», le gustaba murmurar para sí, «Soy como un maldito cristiano convencido de la salvación. Hermanos, el día se acerca. Despejado e imposible de negar».taba por venir, en el trabajo con justicia por llegar, como decía la canrior, un enemigo jurado e inalcanzable, que nunca se aplacaba, que creía incondicionalmente, pobre chico, en la lucha de clases que es
La mayor parte del tiempo, en cualquier caso. A veces, sencilla____________________quier remoto parecido con los malvados de la vida real…teles de buscados, en ese estilo de textura oscura que tenía más el aire del recuerdo, del impío anhelo que se respiraba ahí fuera, que cualcratas eran incuestionablemente hombres malvados, cuánto más no lo serían los que les resolvían los problemas, tanto daba en qué medida ignorasen las razones, y cuyas caras no aparecían siempre en los carmente sólo buscaba la explosión, que era como decirles alto y fuerte que se fueran a la mierda. Y a veces lo único que quería es que no le agobiase más la historia inacabada con Deuce y Sloat, dondequiera que estuvieran por entonces. Si los propios libros del Capital mostraban un saldo que se inclinaba claramente hacia la perdición, si esos plutó
Sí, claro que Stray y él podían hablar de todo eso. Un poco. Di_gamos que podían y que no podían.
Webb ya no era la única fuente de inquietud de Reef. Las mon____________________tera, trabajando ya impasibles como agentes en nombre de fuerzas invisibles, todavía conservaban, como los niños, radamente a su cuidado. Esos muertos, esos jinetes blancos de la fronnarlos, como no podría abandonar a unos huerfanitos dejados inespepietarios, todos se disparaban entre sí y de vez en cuando le daban a alguien un billete de ida al país oscuro donde todos se reunían. Ellos reclamaban su atención, ellos y los que habían muerto en otros sitios, en Coeur d'Alêne, en Cripple Creek, incluso en el este, en Homestead, y en puntos intermedios, y todos se daban a conocer. Ahora ellos eran también los muertos de Reef, sin duda, y al venir montaban una grandiosa ópera para recordárselo. Mierda. Ya no podía abandoneros sindicados, esquiroles, milicianos, pistoleros a sueldo de los protañas de San Juan se habían convertido en un campo de batalla: micierta inocencia pro__tos del otro mundo implacable-. Confiaban en él, como si él supiera algo más, para que los cuidara…, confiaban en el lazo que los unía, y él ya no podía traicionar su fe ni tampoco cuestionar la suya propia…pia -la inocencia de los recién llegados a la otra vida, de pies tiernos que necesitaban protección frente a los insultos de ese camino sin hi
A veces cometía el error de comentarlo en voz alta, al alcance del oído de Stray. Entonces ella miraba intencionadamente al bebé, como si Reef lo hubiera puesto en peligro, y luego empezaba:
– Esto no es como poner flores en una tumba, Reef.
– ¡No me digas! Creía que todos los muertos eran distintos. Por descontado, a algunos les gustan las flores, pero hay otros que prefie_ren la sangre, ¿no lo sabías?
– Para eso está el Sheriff.
No. Era algo que les correspondía a ellos, a los que estaban al otro lado del Muro, algo en lo que nada pintaba el Estado ni la ley, ni me_nos aún ningún maldito Sheriff.
– Mi trabajo consiste en impedir que los bandos se enzarcen -in_tentó explicarle una vez uno de esos Sheriffs.
– No, Burgess, tu trabajo consiste en garantizar que sigan matan__volvérsela.do a los sindicalistas sin que ninguno de nosotros llegue jamás a de
– Reef, mira, si han infringido la ley…
– Agg, memeces. La ley. Tú no eres más que un pequeño gorrón de bar en su palacio de riqueza, Burge. Crees que si alguien te pega__darían flores siquiera a Laureen y a losra un tiro ahora, aquí mismo, ¿les importaría un comino?, ¿que les man 'chavalitos'? Meten un trozo de papel en un tubo neumático, nada más, y el siguiente animal atonta_do sale parpadeando del tobogán y le enganchan la estrella, y no hay forma de que lleve su nombre inscrito siquiera, mucho menos de que pongan un miserable breve en el periódico. Llámale ley, o aplicación de la ley si quieres, claro.
Pero lo que le dijo a Stray fue:
– Esto es demasiado precioso para dejarlo en manos de una ofici_na llena de payasos.
– ¿Precioso?, por Dios nuestro Señor.
– No hace falta que llores, Stray.
– No estoy llorando.
– Pues se te ha enrojecido la cara.
– Tú no sabes qué es llorar.
– Cariño, desde hace tiempo piensas demasiado en las ejecuciones, y lo siento, ya me conozco esos gimoteos: oh, querido, no quiero que te cuelguen; bueno, eso lo entiendo, pero, dime, ¿qué más hay aparte de eso?
– ¿Qué más hay? Vaya, hoy estás animado, ¿de verdad quieres que te lo diga? Escúchame, pedazo de burro, que te cuelguen a ti, pase, pero podrían decidir colgarme a mí también. Esa es la respuesta a «qué más hay».
Ni que decir tiene que lo que él no detectó fue la promesa que Stray le estaba haciendo en ese momento de que seguiría a su lado incluso hasta la horca, si es que su suerte se torcía. Pero él no quería es_cuchar nada por el estilo, claro que no, y rápidamente fingió que de lo que se trataba era de la seguridad de ella.
– Cariño, no van a colgarte. Lo que querrán es follarte.
– Ya lo sé. Y luego colgarme.
– No, porque a esas alturas los habrás hechizado, y nadie querrá hacer más que postrarse a tus famosos piececitos.
– Eres peor que un niño.
– Que no te dé ninguna pena.
– No me la da. Pero crece, Reef.
– ¿Para qué, para ser como todos vosotros? Pues me parece que no.
Eso es lo que recibe un hombre por abrir su corazón y compar__ción que le quedaba a esas alturas era que tenía que seguir adelante para hacer lo correcto hasta el final. Pero había llegado el momento, o casi, de que Frank también tensara un poco la cuerda.tir sus sentimientos. Reef sabía que sus días en el negocio familiar de la dinamita estaban contados, aunque tenía que haber otras maneras de librar esa lucha aparte de con los explosivos. Casi la única convic
– Voy a ir a Denver, a ver si puedo encontrar al bueno de Frank.
Ella comprendió vagamente qué se proponía Reef, y por una vez se abstuvo de hacer comentarios; se limitó a asentir con la cabeza des_de la puerta, cuidándose de sostener a Jesse en los brazos mientras se despedía.
Reef cabalgó hacia el invierno que ya llegaba, bajo las sábanas y capuchas rotas y agitadas de espectros montañosos que parecían jine____________________do hasta México.taña con cable de acero y armellas y dejaban que el viento rugiera y que todo se fuera al carajo. Y a la mañana siguiente salían y recogían los pedazos del tejado y las tuberías de la estufa que no hubieran volaguna otra parte. Hombres que amarraban sus míseras chozas a la moncender a los valles, a los pastos del sur, que permanecían aquí arriba, como si hubiera una prueba que superar por una cuestión de honor, una desventura propia del territorio, y tenía que ser precisamente ahí, entre esas caídas verticales blancas, porque no significaría nada en ninsadas por cegadoras franjas naranjas. Los otros jinetes que se cruzó en su camino eran amistosos, como soldados empecinados en no destes nocturnos, y que se detenían tan sólo para levantar una ventisca o formar una avalancha que a su tiempo borraría cualquier rastro de su presencia en el camino. Las huellas que dejaba el hielo en las paredes verticales de piedra parecían bosques sin hojas de álamos o abedules. Las puestas de sol tendían a ser tormentas de fuego púrpuras, atrave