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– Me ha ayudado mucho, gracias -murmuró Lew, e intentó salir de allí, pero la puerta no se abría.

– Se trata de una mera formalidad. Me han devuelto muchas le_tras de cambio sin pagar.

– Aquí tiene, en efectivo. ¿Puedo marcharme ahora?

– Cuando su ira se haya apaciguado; piense en lo que le he dicho.

– No me ha servido de nada.

Huyó entre los rascacielos de Chicago, tras dejar una nota en el trabajo en la que decía que volvería enseguida. No coló. Un colega le siguió, se enfrentó a él y le denunció públicamente quitándole el sombrero con que se cubría y arrojándolo de una patada en medio de Clark Street, donde le pasó por encima un carro de cerveza.

– No me merezco esto, Wensleydale.

– Tú mismo has mancillado tu nombre.

Y sin decir una palabra más, el hombre se dio la vuelta allí mis__neció en la estival confusión de ruido y luz.mo, en medio del tráfico de la ciudad, se alejó y al instante se desva

Lo peor de todo fue que la adorada esposa de Lew, la joven Troth, al descubrir su despreocupada nota, se encaminó directamente al in__ra, pero cuando se apeó en la Union Station sus reflexiones al ritmo de los raíles habían surtido efecto.terurbano y fue a Chicago, con la intención de suplicarle que volvie

– Nunca más, Lewis, ¿me oyes?, nunca más viviremos bajo el mis_mo techo, jamás.

– Pero ¿qué dicen que he hecho? Te juro, Troth, que no me acuerdo.

– Si te lo dijera tendría que escucharlo otra vez, y con una ya he tenido más que suficiente.

– ¿Y dónde voy a vivir?

Durante su larga discusión habían estado caminando, paseantes por la urbe ignota, y habían llegado a una zona remota y desconoci_da de la ciudad, a un barrio enorme cuya existencia ni siquiera había sospechado ninguno de los dos.

– Me da igual. Vuelve con alguna de tus otras esposas.

– ¡Dios! ¿Y cuántas se supone que tengo?

– Por mí como si quieres quedarte en Chicago. Esta barriada en la que estamos ahora te vendría pintiparada, y sé que yo jamás volve_ré por aquí.

Sumido en una ignorancia tan negra como la noche, lo único que sabía era que le había hecho mucho daño a Troth, y que ni su com____________________feriores, aunque en realidad era porque ella no permitía que cayeran, no hasta que lo hubiera perdido de vista.portar más el dolor de la joven, aquellas lágrimas angustiosas que, como por arte de magia, permanecían petrificadas en los párpados inprensión ni su contrición los salvarían. A esas alturas, ya no podía so

– En ese caso buscaré algún sitio en la ciudad; buena idea, Troth, gracias…

Pero ella ya había parado un cabriolé de alquiler, al que se subió sin mirar atrás, y desapareció de allí rápidamente.

Lew miró a su alrededor. ¿Era eso Chicago todavía? Al empezar a caminar otra vez, lo primero que le llamó la atención fue que en aque__lles, ni siquiera los de las vías más transitadas…; parecían escritos en idiomas extranjeros. No era la primera vez que experimentaba esa especie della zona eran muy pocas las calles que seguían el plano en cuadrícula del resto de la ciudad: todo estaba torcido, las callejuelas irradiaban en forma de estrella desde pequeñas plazas, los rieles de tranvía trazaban curvas muy cerradas que llevaban bruscamente a los pasajeros de vuelta, en dirección inversa a la que ellos habían tomado para llegar hasta allí, aumentando las posibilidades de accidentes de tráfico, y no había un solo nombre que pudiera reconocer en los rótulos de las ca desvanecimiento despierto, que, más que alejarlo, le permitía acceder a un espacio urbano, parecido al mundo que acababa de de__se por sí solos.jar pero diferente en detalles que no tardaban demasiado en revelar

De vez en cuando, una calle se abría a una pequeña plaza, o con____________________bres y mujeres absortos en un lento movimiento ritual, una especie de danza campesina, aunque Lew, que se paró a mirar, no sabía decir del campo de qué país. Al poco, ellos le miraban tos, y había música y danza, vendedores que ofrecían de todo -libros de adivinación, pichones a la parrilla en tostadas, ocarinas y mirlitones, mazorcas de maíz tostadas, gorras de verano y sombreros de paja, gaseosa y granizados de limón-, algo nuevo allá donde se mirara. En un pequeño patio dentro de otro patio, se topó con un grupo de homfluía con otras calles, donde los titiriteros habían montado sus puestambién, como si le co_nocieran y estuvieran al tanto de sus desvelos. Cuando acabaron, le invitaron a sentarse a una mesa bajo un toldo, donde, de repente, ante refrescos y patatas fritas Saratoga, Lew se vio confesándolo «todo», lo que, en realidad, no era mucho.

– Lo que tengo que hacer es descubrir cómo expiar lo que sea que haya hecho. No puedo seguir viviendo así…

– Podemos enseñarle -dijo uno de ellos, el que parecía estar al mando y que se presentó sólo como Drave.

– Aunque…

– El remordimiento sin objeto es una puerta a la liberación.

– Sin duda, pero no puedo pagaros, ni siquiera tengo un sitio don_de vivir.

– ¡Pagar por eso! -A los adeptos que llenaban la mesa les divirtió el comentario-. ¡Pagar! ¡Claro que puedes pagar! ¡Todo el mundo puede!

– Tendrá que seguir no sólo hasta que aprenda el método -infor_maron a Lew-, sino hasta que nosotros estemos seguros de usted. Hay un hotel aquí cerca, el Esthonia, que utilizan los penitentes que acuden a nosotros. Diga que va de nuestra parte, le harán un buen descuento.

Lew fue a registrarse al alto y desvencijado hotel Esthonia. Los recepcionistas del vestíbulo y los botones de servicio se comportaron como si lo estuvieran esperando. El formulario que le dieron para re____________________ra una confesión total podía acarrearlera lo más expresivo posible, peor aún, según una nota legal en cuerpo grande en la parte superior del formulario, cualquier cosa que no fuetante personales, incluso íntimas, y aun así le apremiaron para que fuellenar era extraordinariamente largo, sobre todo la sección titulada «Razones para una Residencia Ampliada», y las preguntas eran bas consecuencias penales. Intentó res_ponder con sinceridad, pese a la resistencia que le ofrecía la pluma que se empeñaron que utilizara, la cual iba dejando borrones y manchas por todo el formulario.

Cuando la solicitud, tras haber sido enviada a través de un tubo neumático a una recepción invisible que debía de encontrarse en la otra punta, por fin regresó con una serie de golpes secos y el sello de «Aprobado» estampado, a Lew le dijeron que uno de los botones le conduciría a su habitación. No esperaban que fuera capaz de encon_trarla solo.

– Pero si no he traído nada, ningún equipaje, ni siquiera dinero…, por cierto, ¿cómo voy a pagarlo?

– Está todo arreglado, señor. Por favor, ahora acompañe a Hershel y procure recordar el camino, porque no volverá a enseñárselo.

Hershel era corpulento para su profesión, parecía más un ex púgil que un jockey uniformado. Los dos juntos apenas si cabían en el di____________________radas, y eso que en ocasiones ni siquiera se desplazaba verticalmente, hasta que por fin llegaron a una planta con una habitación, erigida como un voladizo al viento, que, leras de hierro, cruzar peligrosas pasarelas invisibles desde la calle, sólo para acabar subiendo de nuevo al diabólico aparato en otra de sus paron forzados a bajarse en pasillos llenos de desperdicios, salvar escabía osado hollar ningún pionero de la escalada. Más de una vez se viegiosas, temas que, de empezar siquiera a abordarse, habrían alargado el ascenso durante horas, hasta regiones superiores que todavía no halítica nacional, la agitación laboral e incluso sobre controversias reliqueta en los ascensores, e intentó entablar conversación sobre la pominuto ascensor eléctrico, que daba más miedo que la peor atracción de feria a la que se hubiera subido Lew. El arco azul que surgía de unos cables oscilantes casi sueltos, cuyo aislamiento estaba deshilacliado y cubierto de una espesa capa de polvo grasiento, llenaba el espacio de un fuerte olor a ozono. Hershel tenía ideas propias acerca de la etisoplando desde el lago Michigan, ese día era otoñal e incesante.