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– ¿Conoces la zona?

– No, pero he estado pensando mucho en ella últimamente, y te explicaré por qué, ya que aprecias la metalurgia.

Empezó a hablarle a Ewball del argentaurum, pero Ewball le lle_vaba la delantera.

– A mí me parece que en realidad lo que te interesa es el espato de Islandia -dijo Ewball.

Frank se encogió de hombros, como si le avergonzara reconocer hasta qué punto era así.

– 'Espato' lo llaman por aquí. A veces escuchas 'espanto', que, de_pendiendo del caso, puede designar algo pavoroso o ridículo.

– ¿Como mirar a alguien a través de una pieza lo bastante pura y ver no sólo al hombre sino también a su fantasma al lado?

Ewball miró a Frank con cierta curiosidad.

– Hay muchas ocasiones para que se te ponga la piel de gallina en esas galerías. 'Espantoso, hombre.'

– La verdad es que la calcita es un mineral interesante, pero sobre todo no me vendría mal algo de trabajo.

– Claro, siempre buscan gente. Vente.

– Me fastidia dejar mi instrumento -dijo levantando el Galandrónomo- cuando acabo de aprender… Escucha.

Era una melodía de aire mexicano, con un ritmo de marcha sub_yacente pero también con las vacilaciones y salidas de tono típicas del sur de la frontera. Un par de Bandoleros se acercaron con guitarras y empezaron a rasguear acordes, y al cabo de un rato el trompetista Paco siguió el solo a partir de Frank.

Ewball estaba sorprendido.

– Hay zonas de México en que te llevarían directamente a chirona sólo por silbar eso.

– ¿La cucaracha? Si sólo es la novia de alguien, le gusta fumar 'gri_fa', ¿qué tiene de malo?

– Es el General Huerta -le informó Ewball-, un corazón brutal, una mente sanguinaria y, aunque prefiera matar a su propio pueblo, más vale que no te cruces en su camino, pues se fijará en un gringo que silba. Ni siquiera te pondrán la venda en los ojos, y menos aún te darán un último cigarrillo.

Así, por vía férrea y precipitadamente como el destino, Frank y Ewball llegaron al Bajío la víspera de un cambio histórico. Cruzaron la frontera en El Paso, pasaron por Guanajuato en tren, y por Torreón, Zacatecas y León, y transbordaron finalmente en Silao, insomnes a esas alturas, aprensivos, con la camisa de camuflaje manchada, casi como una señal ominosa, con el zumo de las fresas locales. Durante todo el tra__ria, álamos de Virginia, campos negros donde losyecto a través de los campos de mezquites, bajo los halcones de Sierra Madre que los sobrevolaban, a través de arroyos, montones de esco 'flachiqueros' cargaban pieles de carnero a la espalda llenas de jugo de maguey fresco para fer__mas, otros contemplando con las manos vacías el pasar de los trenes, «inexpresivos», como les gustaba decir a los gringos, bajo las alas de sus sombreros, esperando que amaneciera un día festivo, que llegara un mensaje decisivo de la Capital o que Cristo volviera, o se fuera, para siempre.mentar, y los campesinos de blanco bordeaban las vías, algunos con ar

En la estación de Guanajuato, los norteamericanos se apearon del vagón en plena tormenta vespertina, fumando puros de Vera Cruz, y corrieron a protegerse bajo el techo sin galvanizar de un cobertizo so__reado la plancha, el agua caía casi con ira.bre el que martilleaba el chaparrón con tal fuerza que ninguno de los allí refugiados podía oír ni hablar. Allá donde el óxido había aguje

– Con un par de pesos en zinc lo habrían arreglado, pero es lo que hay -comentó Frank, y Ewball, incapaz de oírle, se limitó a encoger_se de hombros.

Les abordaron vendedores de chicles, gafas de sol, sombreros de paja, ópalos de fuego, y chicas asombrosamente jóvenes, niños que se ofre__dos los rechazaron con un dedo que negaba educadamente.cían a llevar su equipaje y abrillantarles las botas, chóferes de hoteles que merodeaban alegres haciéndoles ofertas para dormir esa noche, y a to

La vieja ciudad de piedra olía a ganado, a agua de pozo, a alcan__ces, bocartes, las campanas de las iglesias dando las horas. Los ecos de los sonidos rebotaban en los edificios de piedra y las calles estrechas los amplificaban.tarillado, a azufre y otros derivados de la extracción y el fundido de la plata… Oían sonidos de todas las partes invisibles de la ciudad: vo

Frank entró a trabajar en Empresas Oustianas S.A.,y se puso al día en las tareas de amalgamación sin mayores problemas. Ewball y él no tardaron en acostumbrarse a la vida de cantina, cuyo único inconve__naba que recibía, como si la gente pensara que lo reconocía, aunque bien pudiera deberse al pulque o a la falta de sueño. Cuando dormía, tenía sueños breves e intensos, en los que casi siempre aparecía Deuce Kindred. «No estoy aquí», repetía Deuce. «Estoy a muchos kilómetros, pobre idiota. No, no entres en eseniente eran las extrañas miradas que, de vez en cuando, Frank imagi 'callejón'. No me encontrarás. No vayas por esa 'subida', no merece la pena. Ya puestos, tampoco mere____________________moronadas, con los tejados aplastados contra las puertas por la ladera empinada. Frank se despertaba siempre convencido de que tenía un doble real en algún lugar de esa ciudad a la luz del día.zadas, muchas de ellas abandonadas, pequeñas, grises, polvorientas, desformándose en callejuelas estrechas y en escaleras entre casas destrotraño, se trataba siempre del mismo camino intrincado, que llevaba colina arriba, al principio por callejones adoquinados, luego de tierra prensada, retorciéndose, de vez en cuando cubierto de tejados y transce la pena tu vida. México es el lugar perfecto para ti. Otro gringo jodido.» Pero a medida que los sueños se sucedían, y eso era lo ex

Llegó la Semana Santa, y nadie trabajaba esos días, así que Frank y Ewball tuvieron la ocasión de pasear por la ciudad a la búsqueda de problemas que no se habían buscado todavía. Como las calles eran es__tado allí antes.trechas como callejones y serpenteaban entre altas paredes, la mayor parte de la ciudad estaba sumida en una especie de sombra. En pos de la luz del sol, se encaminaron colina arriba, y al poco, tras doblar una esquina, a Frank le asaltó la extrañísima sensación de que ya había es

– Esto lo he soñado -dijo.

Ewball entornó un poco los ojos.

– ¿Qué hay ahí arriba?

– Algo que tiene que ver con Deuce.

– ¿Está aquí?

– Mierda, es sólo un sueño, Ewb. Vamos.

Subieron por la ladera marrón rojiza, bajo la luz del sol, por la artemisa púrpura, donde perros salvajes vagabundeaban entre ruinas sin tejado, hasta que llegaron a una altura desde la cual, bajo el brillo áspero del cielo de Viernes Santo en el que el viento estiraba los cirros en vetas paralelas y delicadas, podían distinguir la ciudad a sus pies, extendiéndose de este a oeste, aturdida, como reducida al silencio por unos rayos misteriosos, un silencio que incluso Frank y Ewball tenían que honrar: la pasión de Cristo, el siseo sin viento…, hasta los bocar_tes estaban callados, incluso la Plata misma se tomaba su día de des_canso, como si reconociera el pago que había recibido Judas Iscariote. La luz del sol en los árboles.

Cuando parecía que una curiosa revelación surgiría del cielo lu_minoso y tenso, fueron detenidos por unos hombres con uniformes deshilachados, manchados, sin siquiera demasiado aspecto oficial, cada uno con el mismo modelo de Mauser, que evitaban mirarles a los ojos, como si no estuvieran muy seguros de lo protegidos que estaban de las opacidades de los suyos propios.

– ¿Qué…? -empezó a preguntar Ewball, pero los 'rurales' hacían gestos de que se callara, y Frank recordó que era una práctica católi_ca guardar silencio el Viernes Santo entre el mediodía y las tres, pues eran las horas en que Cristo había estado clavado en la cruz.

En devoto silencio le quitaron el revólver a Frank y la semiautomática a Ewball y los llevaron en medio de una santidad impenetrable al 'juzgado', al lado de la calle Juárez, donde los metieron juntos en una celda muy por debajo de la superficie, tallada en la roca primor__cubiertas.dial. El agua goteaba y las ratas cruzaban tranquilamente las zonas des