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– Son tarahumaras -dijo El Nato-, Viven en cuevas al norte de Sierra Madre, quién sabe qué harán aquí, tan lejos de casa.

– Los hombres de Huerta no andan tan lejos. ¿Crees que esta gen_te huye de ellos?

El Nato se encogió de hombros.

– Huerta suele perseguir a los yaquis o a los mayas.

– Da igual, lo tienen claro como los pille -dijo Frank.

– Rescatar indios no es precisamente lo que me hace falta ahora. Tengo que ocuparme de mi propia gente.

Ewball les hizo un gesto a los tres para que se metieran en la cue_va y se mantuvieran fuera de la vista.

– Más vale que sigáis adelante, Nato; ya veré qué puedo hacer, os alcanzaré dentro de poco.

– Jodido gringo loco -opinó el loro Joaquín.

Frank y Ewball subieron a un saliente rocoso que dominaba el valle. Al cabo de menos de diez minutos, apareció una columna de soldados abajo, enfilándose, desplegándose, estirándose, repitiendo el movimiento, como un ala incorpórea que intentara recordar los pro_tocolos del vuelo contra un cielo ceniciento.

Ewball, que tarareaba La cucaracha, les apuntó.

– Más vale que ahorremos munición -le pareció a Frank-, a esta distancia no podemos hacer gran cosa.

– Fíjate.

Tras la detonación y un segundo de silencio, en el lecho del valle, una diminuta figura montada se lanzó hacia atrás en su silla, inten_tando agarrar el sombrero que acababa de separarse violentamente de su cabeza.

– Puede haber sido una ráfaga de viento.

– ¿Qué tengo que hacer para que me respeten aquí?, ¿empezar a matarlos?

– En cuanto se acerquen lo bastante, seguro que vienen a por no_sotros.

El destacamento parecía sumido en cierta confusión, los jinetes se movían en todas direcciones, cambiando de opinión cada pocos segundos.

– Hormigas en un hormiguero -se rió entre dientes Ewball-. Mira, a ver si puedo quitarle a aquél el rifle de la mano de un tiro… -Me_tió otra bala en la recámara y disparó.

– Vaya, no ha estado mal. ¿Desde cuándo eres tan bueno? ¿Te im_porta si…?

– Inténtalo desde otro ángulo, dales algo en que pensar.

Frank se alejó lo bastante de la dirección en la que estaban para abrir un interesante fuego cruzado, y finalmente, tras dejar dos o tres Mauser a sus espaldas, los perseguidores se dieron la vuelta y em_prendieron camino, con un poco de suerte hacia una velada en algún local de fandango de la ciudad.

– Voy a ver a esos indios -dijo Frank. Había algo más. Ewball, ama_ble, esperó-. Luego seguiré hacia el norte, de vuelta al Otro Lado. Adiós México para mí. ¿Te interesa? O…

Ewball sonrió, resopló y señaló con la cabeza a los jinetes que le esperaban, intentando dar la impresión de que no tenía opción:

– 'Es mi destino, Pancho'. -El caballo de Ewball,impaciente, ya ha_bía empezado a alejarse.

– Bueno -dijo Frank casi para sí-, 'vaya cotí Dios'.

– 'Hasta lueguito' -dijo Ewball.

Se saludaron con la cabeza, tocándose ambos el ala del sombrero, y se dieron la espalda.

Frank cabalgó hacia donde había visto por última vez al grupo de indios, y los encontró en una cueva poco profunda a poco menos de un kilómetro valle adelante. Eran un hombre y dos mujeres, nin_guno de los cuales vestía mucha ropa, aparte de un pañuelo rojo en la cabeza.

– Nos has salvado la vida -dijo el hombre en español mexicano.

– ¿Yo?, yo no -dijo Frank haciendo gestos vagos hacia los ya leja__ra sigo mi camino.nos anarquistas-. Sólo quería asegurarme de que estabais bien, y aho

– Alguien nos salvó la vida -dijo el indio.

– Sí, pero ahora se han ido.

– Pero tú estás aquí.

– Pero…

– Tú vas al norte. Nosotros, también. Vayamos juntos un tiempo. Con permiso. Puede que encuentres algo que estabas buscando.

El indio se presentó como El Espinera.

– No es mi verdadero nombre, es el que me puso el shabótshi.

A temprana edad había demostrado una habilidad especial para lo_calizar agua examinando espinas de cactus esparcidas al azar, y al poco se convirtió en un 'brujo' en activo que estudiaba las disposiciones de espinas y le decía a la gente qué le depararía el futuro inmediato, que era el tiempo gramatical que más importaba por aquellos tiempos en la Sierra.

Una de las mujeres era su esposa y la otra la hermana menor de ésta, cuyo marido había sido secuestrado y presumiblemente asesina_do por huertistas.

– Su nombre shabótshi es Estrella -dijo el chamán. Asintió mientras esbozaba una sonrisa-. El nombre te dice algo. Ahora ella busca un hombre. Tú le salvaste la vida.

Frank la miró. Era un lugar peculiar para recordarle tan de golpe a la otra Estrella, el amor de Reef en Nochecita, que a esas alturas, con un poco de suerte, sería la madre de un pequeñín que ya hablaría y caminaría. Esta chica tarahumara era muy joven, y tenía una llamati____________________poco era Estrella Briggs.cía un uso incendiario. Vestida para el camino, lo que significaba casi sin nada, no puede decirse que fuera una molestia mirarla. Pero tamva cascada de pelo moreno y grandes ojos expresivos de los que ha

– No le salvé la vida -dijo Frank-, el chico que lo hizo se fue ca_balgando hace poco, pero no sé si podríamos encontrarlo.

– 'Qué toza tienes allá' -comentó la chica señalando el pene de Frank, que en ese momento de hecho parecía un tronco tirando a pe____________________cajadas eran fáciles de traducir.bro y entonces los tres hablaron un rato en su idioma, aunque las carqueño, bueno, digamos que mediano. Era la primera vez que ella se dirigía a él. Su hermana y El Espinera también examinaron el miem

Al cabo de día y medio de viaje, El Espinera llevó a Frank a una mina de plata abandonada hacía mucho, en la parte alta de la llanura, donde crecían nopales y los lagartos reposaban al sol.

Frank comprendió que había estado esperando el rostro indesci_frable del único 'duende' o tommyknocker mexicano que podía condu____________________nas, por debajo de terior de algo que se asemejaba a una boca con una cubierta de espicirle de ese modo hasta las alturas por una pendiente, por encima de la última pared sin techo, en una montaña de halcones y águilas, que podía Llevarle, más allá de su necesidad de luz o jornales, hasta el inarmazones de horcas rotos y puntales torcidos, de_jándose por fin tragar, más que penetrar él activamente, en el misterio inmemorial de estas montañas; y ahora, llegado el momento de la subducción, no haría el menor gesto para evitarlo.

Frank llevaba ya un tiempo examinando cristales de calcita, a tra____________________tal, como si tuviera un alma escondida en su interior.ticamente con el tamaño aproximado de una cabeza humana y lo que Ewball llamaría «de hábito escalenoédrico». Y ahí estaba también ese profundo resplandor, que no podía proceder de la tenue luz ambienbiera visto jamás en la Tierra, tal vez desde los primeros tiempos en la propia Islandia, sí, toda una pieza, lo reconocía, un cristal gemelo, puro, incoloro, sin un solo defecto, cada una de sus mitades reflejada idénvés de los prismas de Nicol de instrumentos de laboratorio cuyos nombres había olvidado, entre la escoria de zinc de las minas de Lake County, y por aquí, en las vetas de plata de la Veta Madre, y dudaba ya que nada parecido a ese fragmento de espato que ahora tenía se hu

– Ten cuidado. Mira bien adentro, descubre cosas.

Habían penetrado hasta el fondo de una caverna de la montaña, pero una extraña luminiscencia allí dentro le permitía ver tanto -Frank no pudo evitar pensarlo-, tanto como tenía que ver.