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– Su Alteza Real, descuide que preguntaré sobre el particular, y al_guien le dirá algo.

A Nate Privett le pareció que se trataba sólo de un chiste malo.

– Y ese tipo será Emperador un día de éstos, ver para creer.

– ¿Es que no hay bastantes húngaros en su país para mantenerlo ocupado? -se preguntaba Lew.

– Bien mirado, lo cierto es que nos hace un favor.

– ¿Cómo es posible, jefe?

– Con más anarquistas extranjeros al sur de la calle Cuarenta y sie__cuparse, ¿no?te de los que puedas tener apuntados con un Mannlicher -se rió entre dientes Nate-, seguro que quedarán algunos menos de los que preo

Sintiendo curiosidad por saber quién sería su homólogo en el lado austríaco de ese ejercicio, Lew fisgoneó y se enteró de un par de da____________________ceder a recursos que excedían sus posibilidades, de sentirse cómodo moviéndose en la sombra, de carecer totalmente de principios, y de mostrar un desprecio inflexible por cualquier distinción entre vida y muerte. Enviarlo a América parecía apropiado.tarlo de en medio, destinándolo a un cargo de utilidad menguante que hubieran acordado, pero nadie tuvo muchas ganas de intentarlo. Pese a su juventud, se decía que daba la impresión de ser capaz de acmostrado en su país su valía como asesino, y especialmente letal, según parecía. El protocolo habitual de los Habsburgo habría llevado a quitos. El joven Max Khäutsch, recién ascendido a capitán en los Trabanten, cumplía aquí su primera misión en el extranjero, como jefe sobre el terreno del «Servicio Especial de Seguridad K &K», tras haber de

Lew lo encontró simpático…, los planos oblicuos de su cara reve__bellón Austríaco, acompañado de un surtido de alimentos cocidos.laban un origen en algún punto de la inmensidad eslava de Europa, por aquel entonces apenas visitada por el viajero ocioso… Adoptaron la costumbre de tomar un café a primera hora de la mañana en el Pa

– Y éste puede ser de especial interés para usted, señor Basnight, teniendo en cuenta la muy conocida Kuchenteigs-Verderbtheit o depra_vación repostera del detective americano…

– Bueno, nosotros…, nosotros procuramos no hablar del tema.

– So? Pues en Austria se comenta mucho.

Pese a las aptitudes policiales del joven Khäutsch, el Archiduque conseguía, no se sabe cómo, darle esquinazo una y otra vez.

– Quizá soy demasiado listo para manejar con eficiencia la estupi_dez de los Habsburgo -decía pensativo Khäutsch.

Una noche que parecía que Francisco Fernando se había caído del mapa del Gran Chicago, Khäutsch descolgó el teléfono y empezó a llamar a toda la ciudad, hasta llegar finalmente a White City Investigations.

– Iré a echar un vistazo -dijo Lew.

Tras una prolongada búsqueda que incluyó algunos de sus esta__razón del por aquel entonces barrio de los vodeviles y las diversiones para negros, abriéndose paso a gritos hacia una noche que prometía, en el mejor de los casos, un par de momentos fastidiosos. Organillo, cerveza verde, un par de mesas de billar, chicas en las habitaciones del piso de arriba, humo de puros de esos que van a dos por penique…blecimientos favoritos más obvios, como el Silver Dollar y la Everleigh House, Lew encontró por fin al Archiduque en el Boíl Weevil Lounge, un bar de negros en el treinta y tantos de South State, el co

– ¡Sórdido! -chillaba el Archiduque-. ¡Me encanta!

Hasta cierto punto, Lew también se lo pasaba bien en esta parte de la ciudad, a diferencia de algunos de los agentes de White City, a los que atemorizaban un tanto los negros, que últimamente habían ido llegando en cantidades crecientes desde el Sur. Había algo en aquel barrio que le atraía, tal vez la comida -sin duda era el único sitio en Chicago donde un hombre podía encontrar un fosfato de naranja de__siderarse precisamente acogedora.cente-, aunque en aquel preciso instante la atmósfera no pudiera con

– ¿Qué está mirando? ¿Acaso quiere robar eine… Wassermelone?

– ¡Ooooh! -exclamaron varios de los presentes que lo oyeron.

El ofendido, un individuo corpulento y de aspecto peligroso, no daba crédito a lo que había escuchado. La boca empezó a abrírsele lentamente mientras el príncipe austríaco proseguía:

– Algo sobre… tu…, espera…, deine Mutti, como dirían ustedes, tu…, tu madre, que juega de tercera base en los White Stockings de Chi_cago, nicht wahr? -dijo mientras los parroquianos empezaban a diri__ción, y le dijeron: no, no, señora, esto es la Feria Mundial, no la Fea Mundial.girse tímidamente hacia las salidas-, una mujer poco agraciada, de hecho es tan gorda que para ir de sus tetas a su culo uno tiene que subirse al Ferrocarril Elevado. Una vez intentó entrar en la Exposi

– Ándate con cuidado, idiota, hablando así te voy a pelar el culo, ¿de dónde coño eres, de Inglaterra o una mierda por el estilo?

– Esto…, Su Alteza Real -murmuró Lew-, si pudiéramos hablar un momento…

– ¡No pasa nada! ¡Sé cómo hablarle a esta gente! ¡He estudiado su cultura! Escuche…, 'sí los, Hund? Boogie-boogie, ja?

Lew, al que se suponía instruido en los métodos del Este, no se permitía el lujo del pánico, pero a veces, como en ese momento, po_dría haberse tomado una dosis homeopática, aunque sólo fuera para mantener activa su inmunidad.

– Completamente loco -anunció agitando el pulgar hacia F.F.-; en sus buenos tiempos se escapó de los manicomios más lujosos de Euro__te… -bajó la voz-: ¿cuánto dinero lleva pa, y le queda muy poco del seso con el que nació, salvo, seguramenencima. Alteza?

– Ah, entiendo -murmuró el imperial bribón. Se volvió hacia los presentes y dijo-: ¡Cuando Francisco Fernando bebe -gritó-, todo el mundo bebe!

Lo que ayudó a restaurar cierto grado de civismo en el salón y, al poco, casi de alegría, a medida que las elegantes corbatas se empapa__to, y los clientes reanudaban el baileban de espuma, el pianista salía de debajo de la barra y volvía a su pues two-steps sincopado. Poco después alguien empezó a cantar Todos los macarras me parecen iguales, y la mi__te hacia la puerta de la calle, pensó que lo más sensato sería imitarlo. Como era de esperar, justo antes de deslizarse fuera, Der tad del salón lo acompañó. Sin embargo, Lew, al percatarse del modo en que el Archiduque avanzaba lenta, sigilosa pero inequívocamenF.F. esbozó una sonrisa demoníaca y chilló:

– ¡Y cuando Francisco Fernando paga, todo el mundo paga!

Dicho lo cual, desapareció, y fue casi una hazaña que Lew saliera de allí con las nalgas intactas.

Fuera se encontraron al Trabant Khäutsch con un taxi de dos ca__do y demás, Khautsch comentó distraídamente:ballos listo para salir al instante, y el Mannlicher de dos cañones del propio Archiduque apoyado despreocupada pero visiblemente sobre su hombro. Mientras se alejaban a toda prisa esquivando vehículos de arrastre, carruajes privados, furgones de policía con sus gongs resonan

– Si alguna vez pasa por Viena y por cualquier razón necesita un favor, no dude en llamarme.

– En cuanto aprenda a bailar el vals me pondré en camino.

El Archiduque, que esbozaba una mueca digna de un niño al que han interrumpido en su travesura, no dijo nada.

Lew estaba a punto de salir hacia Kinsley para tomarse un bistec de última hora cuando Nate le convocó al despacho y, estirando el brazo, cogió un nuevo expediente.

– El bueno de F.F. se irá de la ciudad dentro de un par de días, Lew, pero mientras tanto aquí tienes algo para esta noche.