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– Ahí, ¿lo hueles?

Un aroma en el filo de la memoria de Dally, fantasmal como si una presencia de una vida anterior acabara de pasar… Erlys.

– Lirio de los valles, o algo parecido.

– Es ginseng. Se vende muy caro, así que vamos a poder comer durante un tiempo. ¿Ves esas pequeñas bayas rojas?

– ¿Por qué susurramos? -preguntó ella asomándose por debajo del ala de su gorra floreada.

– Los chinos creen que la raíz es una persona pequeña que puede oír cómo te acercas y todo eso.

– ¿Somos chinos?

El se encogió de hombros como si no lo tuviera muy claro.

– No quería decir que fuera verdad.

– Y pese a lo que saquemos de las plantas o de lo que sea, no va_mos a utilizar el dinero para buscar a mamá, ¿verdad que no?

Debía habérselo esperado.

– No.

– ¿Y entonces cuándo?

– Ya te llegará el momento. Mi soldadita valiente. Antes de lo que crees.

– ¿Me lo prometes?

– No soy yo quién para prometer nada. Pero las cosas son así.

– Bueno, no parece que te alegre demasiado.

Por la mañana salieron a los campos que se extendían hasta el ho____________________bral local, atendiendo bañeras hirvientes llenas de mazorcas de maíz en las esquinas de las calles, con ojos radiantes siempre en movimiento, en el patio de Ottumwa sacudiendo una alfombra, ría que descendían de las cumbres, bebiendo a sorbos el tónico cereras pródigas en flores que tal vez nunca existieran, cocinando para los trilladores hasta muy tarde, a veces durante noches enteras de cosecha, mirando el ir y venir de los tranvías, soñando con oficiales de caballequiteras en Cedar Rapids, chicas en vallas ante largos campos bajo una luz amarillenta, Lizas y Chastinas, chicas de las llanuras y de primavegedoras ciudades, o repartiendo tranquilamente cartas en las cantinas ribereñas, trabajando de camareras en cafeterías a las que se bajaba por unas escaleras desde las calles de ladrillo rojo, mirando a través de mosgar sobre las promesas cumplidas con generosidad de las chicas de las islas, esas que ahora veía subidas a las líneas de tranvía que unían las acora de Chicago o Kansas City; las granjas y las ciudades emergían a lo largo del trayecto como islas, con chicas en todas y cada una de ellas, detalle en el que inevitablemente reparó Merle y que le llevó a divamoneaban como meros y bacalaos, y los tiburones solían trabajar fuerizonte, el Mar Interior Americano, donde las gallinas se movían en bancos, como arenques, los cerdos y vaquillas buscaban comida y raesperando en las noches espesadas de mosquitos del sur de Illinois, esperando junto al poste de la cerca donde los azulejos anidaban a que regresara por fin a casa un hermano díscolo, asomándose por una ventana en Albert Lea mientras los trenes pasaban pitando a coro.

En las ciudades, las ruedas con borde de hierro de los carruajes re____________________gantes barberías del sótano de los hoteles, iluminadas con potencia para resistir los días tormentosos, que olían a todas las clases de puros existentes, en cuyas trastiendas se destilaba y elaboraba hamamelis, y tenían sillones tapizados en cuero con viejos y primorosos reposapiés foijados en el entrelazado de capullos de rosa y azulejos del siglo que estaba a punto de acabar, como si hicieran equilibrios entre las hélices espinosas de las enredaderas… Sin darse cuenta, le habían cortado el pelo, un cepillo por su espalda y nubes de polvo aromático en el aire. Una palma extendida esperando propina.ta las grandes ciudades, y estuvo incluso dispuesta a perdonarles que no fueran Chicago; disfrutaba de las tiendas del centro que olían a ropa usada y jabón con fenol, y tenían parqué de linóleo negro; bajaba por los peldaños de piedra arenisca para que le cortaran el pelo en las frado un minuto de arco, tras haber brillado sobre las barandillas de los puentes y las vías del tranvía ennegrecidas de hollín, los relojes en lo alto de las fachadas de los edificios, que era cuanto ellos necesitaban saber…, aunque al cabo de un tiempo a ella dejaron de importarle hasdo los barcos fluviales tocaban las sirenas. A veces se quedaban un tiempo, a veces seguían camino antes de que el sol hubiera recorriques, las enredaderas marrones subían y bajaban silbando por los troncos de los árboles. Bajo los puentes, los puntales retumbaban cuanballos habían girado la cabeza y le habían guiñado un ojo. En los parsonaban sobre los adoquines, y Dally recordaría un día en que los ca

Cuando Merle velaba su sueño, siempre le sorprendía una calidez poco viril en los glóbulos oculares. Sus cabellos rojizos formaban una descuidada maraña infantil. Ella vagaría por aquellos campos peligro__dades, se perdería, volvería a su camino, volaría, viajaría a lugares tan detallados que no podían ser sino reales, se enfrentaría al enemigo, moriría y renacería una y otra vez… Él quería encontrar un modo de acompañarla en esos caminos, o de cuidarla al menos, de evitarle lo peor, si podía…sos y oscuros, y tal vez incluso se encontraría allí alguna versión de él mismo, o de Erlys, de las que él nunca se enteraría, entre las tristes ver

Esperándoles cada amanecer, verde y húmedo, o sin hojas y hela____________________lizarla en cualquier parte siempre que mantuviera todo inmóvil en el encuadre, y para entonces -los antiguos modelos plegables de placas de cristal pesaban hasta un kilo y medio, placas aparte- ya había aprendido a respirar con tanta calma como un francotirador de élite, y eso se apreciaba en las imágenes: fijas, profundas, a veces, convenían Dally y Merle, más reales, aunque nunca llegaran a serlo demasiado.cas de cristal, y Kodak empezó a vender su «Brownie», una pequeña cámara con forma de cubo que no pesaba casi nada. Merle podía utinores, las cámaras más ligeras. Premo sacó una película de celuloide que permitía tomar doce fotos a la vez, mejorando sin duda las pladriñando como curtidos halcones la siguiente jornada laboral, que, cada vez con más frecuencia, resultaba ser una sesión fotográfica en una esquina de una calle en otra pequeña ciudad de las praderas que les reportaría un par de comidas más. A medida que pasaban los años, la película era cada vez más rápida, los tiempos de exposición meteras y caminos que iban de granjas a mercados, esperando que se les abrieran los párpados irritados y los miraran desde arriba, como si hubiesen ascendido a los cielos naranjas del alba y planearan escudo, estaba siempre el mapa en el que se entrecruzaban cimas, carre

Siempre había mucho trabajo de instalador de timbres -por todo el Medio Oeste, se había disparado una repentina y enorme deman_da de timbres eléctricos, timbres de puertas, avisadores de hotel, tim____________________cidad.sar tan vergonzosamente como sus colegas la naturaleza de la electriner tranvías, ni maquinaria que revisar en las centrales eléctricas y los depósitos de vehículos… Un verano, Merle trabajó como vendedor de pararrayos, pero dejó el empleo después de verse incapaz de tergivertaban cables que tender en las ciudades lo bastante grandes para tetalaban en el acto, y luego uno se alejaba por el camino contando la comisión que se llevaba mientras el cliente se quedaba allí con el dedo pegado al timbre, como si no se cansara del sonido. Y había también trabajo colocando tablillas en paredes, o reparando cercas, y nunca falbres de ascensor, alarmas de fuego y de robo-, que se vendían e ins

– Cualquier tipo de rayo, amigos, tanto de horquilla, cadena, calor o lámina, el que sea, lo devolvemos a la tierra a la que pertenece.

– Rayo en bola -dijo alguien tras un breve silencio-. Ese es el tipo de rayo que nos preocupa por aquí. ¿Qué tiene para eso?

Merle se puso serio inmediatamente.

– ¿Han tenido rayos en bola por aquí?